Júlia esperaba a Lloris en el despacho del Edificio Europa que el ex constructor aún conservaba. Evitaba aparecer por cualquier sitio directamente relacionado con el club. Su mala experiencia con los conservadores le había servido para aprender que mandar en la sombra la protegía un poco más de sus rivales. Lloris le contó la entrevista y ella lo felicitó por su comportamiento.
– Mañana mismo haré públicos los dobles contratos.
– No lo harás.
– Es nuestro mejor recurso.
– Por eso no debes malgastarlo.
– ¿Malgastarlo? Tendremos un estadio nuevo.
– Lo tendrás igualmente.
– ¿Cómo?
– Presentándote a las elecciones municipales. Serás alcalde de Valencia.
¡Alcalde de Valencia! Lloris pensaba que Júlia Aleixandre no sabía que precisamente aquél era su mayor sueño. Sí que lo sabía; y también que era la persona más valorada actualmente, por encima de un alcalde con tres mayorías absolutas seguidas y hasta por encima de doña Concha Piquer (los valencianos siempre la puntuaban con una nota alta). No era ninguna suposición, eran hechos constatados.
– Júlia, no tengo un partido, no tengo…
– Tienes a miles y miles de aficionados; miles de votos. Más de los que el alcalde podría imaginar.
– Los tengo en el fútbol.
– Los tienes en la política. ¿Qué mejor programa que el de prometer, entre otras cosas, un nuevo estadio para que el Valencia sea el equipo más potente de Europa? ¿Qué mejor publicidad para la ciudad que ser reconocida, a través del fútbol, en todo el mundo? Para millones de personas el triunfo de su equipo es más importante que el éxito de su partido político o la implantación de su ideología. Serás un alcalde transversaclass="underline" todos te votarán, todos son del Valencia. Si el equipo pierde la Copa de Europa, los ciudadanos se llevan un disgusto enorme. Tras las dos que perdió, el rendimiento laboral fue de un treinta por ciento menos durante las semanas posteriores. El fútbol arrastra a la política. Las noticias más importantes de los conservadores, las que les interesan electoralmente, son las que los informativos de Televisió Valenciana emiten antes de la sección de deportes.
Júlia le mostró una serie de encuestas.
– Hace semanas que están en mi poder. No he querido enseñártelas hasta que llegara el momento. Si te presentaras ahora mismo como candidato a la alcaldía alcanzarías una representación considerable.
– Pero no sería alcalde.
– Lo serás cuando la gente sepa que sólo tú eres capaz de construir un nuevo estadio. Lo serás cuando el equipo gane la Copa de Europa. Tendrás a miles y miles de aficionados apoyándote.
– Si ven que van a perder la alcaldía harán el estadio.
– Ahora ya no nos basta con eso. Queremos más. Queremos que seas alcalde. Recurriremos a los dobles contratos si es necesario. No pueden hacer nada.
– ¿Dejaré de ser presidente?
– No son cargos incompatibles. Pero si la oposición nos plantara cara en ese aspecto pondríamos a un hombre de paja en el cargo.
– Puren. Es un hombre fiel.
– Quien sea. Igual que hizo Berlusconi con el Milan.
¡Berlusconi! ¡Juan Lloris, el Berlusconi de Valencia! Él, que procedía de una familia humilde, sería comparado con todo un estadista. Estaba tan orgulloso, tan satisfecho, tan eufórico, que se habría follado a Júlia allí mismo. La cogió por los hombros emocionado, ligeramente erecto. Ella, sin embargo, le apartó las manos con una sonrisa explícita y a la vez misteriosa:
– Tendremos tiempo para estas cosas. Ahora debes centrarte. Tenemos que planearlo todo.
– ¿Qué tengo que hacer?
– En noviembre jugaremos contra el Barça. Puren organizará otra manifestación, pero todavía más contundente. Si ganamos convocarás una rueda de prensa para hacer declaraciones contra el alcalde. Habrá heridos. Poco a poco iremos creando un clima irrespirable que se vuelva contra ellos. Si las cosas van como hasta ahora, el equipo gozará de una gran ventaja sobre cualquier rival y la ciudad estará entusiasmada pero también indignada con los políticos. Entonces habrá llegado el momento de anunciar tu candidatura.
– Si supieras lo que tengo pensado hacer cuando sea alcalde… Pagarán por todo lo que nos han hecho.
– No pagarán nada. Mientras no tengamos la alcaldía segura necesitaremos aliados para dividirles. Su primera reacción, la de todos los partidos, será unirse en nuestra contra. Pactarán un acuerdo postelectoral para impedir que seas alcalde. Pero lo tienen difíciclass="underline" los conservadores tendrán que explicar los dobles contratos y los del Front la financiación ilegal de las últimas elecciones.
– Fui yo quien los financió.
– ¿Dónde hay constancia de eso? No existe ningún papel. Diremos que es una difamación. En cambio ellos tendrán que demostrar cómo llevaron a cabo una campaña muy por encima de sus posibilidades económicas, incluso con más fondos que los socialistas. Tú dispones de un activo de miles de personas de todas las condiciones sociales. Haremos que afloren con rabia casi cien años de frustración de miles de aficionados. ¿Sabías que la final de la Copa de Europa tendrá lugar el mismo mes que las elecciones municipales?
No lo sabía. En realidad Lloris prácticamente no tenía ni idea de cuál era el calendario del equipo. Así pues, ¿su destino político estaba ligado a las peripecias deportivas del club? En el peor de los casos siempre tendría el as en la manga de los dobles contratos. Pero, como decía Júlia, era mejor insinuarlo que mostrarlo. Estaba satisfecho con su aportación a todos los niveles. Una vez despedida la cubana, responsabilidad traspasada a Curull -para tapar el escándalo de la paternidad de Bouba abortó a cambio de un puesto de trabajo como azafata en el club-, Júlia ocupaba un vacío en la vida de Lloris. Era ambiciosa, sí, pero sus ideas, su forma de planificarlas y ejecutarlas, lo llevarían muy probablemente a cumplir todos sus sueños. Le gustaba aquella mujer tan implacable y decidida. No como Oriol Martí, un pusilánime incapaz de dar un paso sin tenerlo todo controlado. Júlia era igual que él y quizá por eso se entendían. Tenía la sensación de que la gente de su entorno formaba un buen equipo de trabajo: Curull, una especie de comodín del club, era un hombre de palabra, y Rafael Puren, el ayudante fiel dispuesto a todo por él.
En aquel mismo instante Puren recorría las instalaciones del campo buscando el punto ideal para prender un fuego que se extendiera con la máxima rapidez por todo el Mestalla. Si las autoridades no querían construirles un nuevo estadio, si los sometían a la humillación de tener que compartirlo con un club con tan pocas aspiraciones como el Levante, él pondría remedio a todo aquello como mejor sabía hacerlo. Era una lástima que ni las oficinas del club ni la sala de trofeos estuvieran ya en el estadio. Habrían sido el lugar perfecto para provocar un incendio que, además, nadie sospecharía que hubiera causado un miembro del consejo de administración o alguien cercano a éste: ningún valencianista sería capaz de incendiar los trofeos, la historia viva del club; el equipo iba bien y no les interesaba un incidente como aquél. Hasta entonces, todos los incendios que había llevado a cabo habían sido coser y cantar. Pero un campo de fútbol… No recordaba que hubiera pasado nada semejante en un estadio. Tendría que demostrarse que era capaz de lo más difícil. Tenía que hacerlo por el señor Lloris. ¿No lo había hecho por su jefe, por una empresa que no era la suya? Con más motivo lo haría por lo único que valía la pena en su vida: el Valencia.