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Fue a la sala de materiales. Todos los empleados estaban en las instalaciones de Paterna. En la sala se amontonaban camisetas, chándales y petos de entrenamiento. Material inflamable. Además, se encontraba debajo de la tribuna, justo debajo de la sala de vips y del palco presidencial. Echó un vistazo rápido: había suficientes camisetas para provocar un incendio. ¿Con cuál de ellas lo iniciaría? ¿Con la de Kily? ¿Con la de Aimar? Su preferido era Baraja. Pero ahora también estaba Bouba (como había sido el último en llegar le habían dado el dorsal número veintitrés). Pensó en un paralelismo metafórico: si con sus goles el senegalés incendiaba al público, su camiseta serviría para que de las cenizas surgiera el Valencia del siglo XXI. A pesar de todo, para asegurarse, provocaría otro incendio en los vestuarios. Por dos puntos distintos sería infalible. Cerró la puerta de la sala y salió a la calle a buscar una ferretería para que le hicieran una copia de la llave.

22

En su despacho privado, antes de iniciarse una reunión que él mismo había convocado con el socialista Josep Maria Madrid y con Francesc Petit, Sebastià Jofre mantuvo un encuentro con el secretario general de los conservadores, Andrés Tormo, joven promesa que había accedido al cargo en el último congreso, celebrado el pasado mes de febrero. El anuncio oficial de Lloris como candidato a la alcaldía por el partido «Fem Valencianisme» (la peña «Foro "Fem Valenciania"», apéndice de la anterior directiva, protestó por el plagio; al día siguiente, en la fachada de su local aparecieron pintadas de «traidores» y «vendidos») cambiaba no sólo los planes de los conservadores (a priori los más perjudicados), sino también los de socialistas y nacionalistas. Por eso estos dos últimos habían accedido a reunirse pese a las diferencias que los separaban.

Jofre informó al secretario general del problema de los dobles contratos del club, asunto que Tormo ignoraba. Cuando se lo explicó, el nuevo secretario general -según los rumores, del Opus; por otra parte, un sector ideológicamente enfrentado a los denominados «facción del negocio»- quiso presentar su dimisión irrevocable. Jofre entendía su actitud, ya que él no estaba implicado. No obstante, lo tranquilizó convenciéndolo de que el problema estaba controlado. Ellos, los conservadores, en caso de que Lloris decidiera hacer públicos los contratos, se desentenderían de cualquier responsabilidad. El partido podía demostrar que no había recibido ni una sola peseta. El anterior consejo de administración del club tendría que cargar con las responsabilidades solo. A Tormo le pareció un acto reprobable, pero Jofre le explicó que durante unos años, desde el poder, el partido había salvado al club de una quiebra segura. Por lo tanto era justo que ahora fueran ellos quienes les sacaran las castañas del fuego.

– Irán a la cárcel -objetó Tormo.

– Contrataremos al mejor bufete de abogados para que no sea así. Pero, de todas formas, ellos habrían asumido igualmente una responsabilidad penal si el club hubiera quebrado.

– ¿Saben que nos desentenderemos del asunto?

– No. Mientras el problema no sea público seguiremos sin decirles nada. Tienes que comprenderlo, Tormo. Están en juego las elecciones. Un asunto así, tal como están las cosas, nos traería la ruina política durante muchos años, por no mencionar la responsabilidad que deberíamos asumir ante la dirección de Madrid, que también se vería perjudicada. Además, tampoco saben nada.

– No quiero dar la impresión de que abandono el barco en un momento difícil, pero ni puedo ni debo hacerme responsable de algo en lo que no sólo no estoy implicado sino que ni siquiera habría aprobado.

– El asunto es del partido, de todos. Cuando decidimos hacerlo teníamos graves problemas de financiación. No hubiéramos podido ganar las elecciones. Gracias a eso hemos podido llevar a cabo nuestra política, que ha beneficiado a miles de ciudadanos. Además, si hubieras sido el secretario general tampoco te habrías enterado. La operación se hizo entre dos personas.

– ¿Quién es la otra?

– No puedo decírtelo.

– ¿De arriba?

– Sí. De lo más alto. Necesitamos estar unidos. Nos perjudicaría a todos.

– Lo siento, Sebastià, pero sólo aceptaré continuar como secretario general si me libras de toda clase de responsabilidades en caso de que todo esto se haga público.

– Si se hacen públicos, aunque dimitas no evitarás aparecer como responsable de ellos.

– Seré responsable político, pero no personal. Declararé que no sabía nada. No puedo implicar…

«… al Opus», pensó Jofre ante la frase incompleta de Tormo. ¡Beatos de mierda! Ambos sectores estaban enfrentados y sólo un consenso que ocultaba las divisiones internas había llevado a Tormo a la secretaría general.

– De acuerdo -aceptó Jofre-. Ahora te pido discreción.

– Sebastià…

– ¿Qué?

– La mayoría de las personas que integraban el consejo de administración del club es del partido. Probablemente aceptaron lo de los dobles contratos por fidelidad.

– Aceptaron a cambio de que les salváramos de la quiebra, lo cual les hubiera metido en grandes problemas. Por fidelidad, por correspondencia de favores, si acaso, tendrán que aceptar las responsabilidades.

– Es una traición.

– Considéralo un asunto de Estado. A veces hacen falta ciertos sacrificios para salvar el interés general.

La secretaria de Jofre informó de la llegada de los señores Madrid y Petit.

– Diles que pasen. -La secretaria se fue-. Tormo, acepto tus condiciones. Pero quédate aquí, porque el momento es muy delicado.

– Lo haré.

– Y quédate también a la reunión.

– Ya tenía decidido hacerlo. A partir de ahora quiero saberlo todo. Es otra de mis condiciones.

Jofre asintió. Se levantaron para recibir a Petit y Madrid. Todos tomaron asiento. La secretaria volvió a entrar para preguntarles si querían un café. Ya habían tomado en la cafetería de al lado del edificio.

– ¿Por qué no habéis avisado a Esquerra Unida? -preguntó Petit.

– Lo hemos hecho, pero han declinado la invitación.

– Muy listos.

– Ya se arrepentirán más tarde, cuando se den cuenta del problema que representa la candidatura de Lloris. Y, si no lo hacen, los acusaremos de connivencia con él. Les crearemos un problema con sus propios votantes.

Problema que entusiasmaba a Josep Maria Madrid. Él mismo tomó la palabra:

– ¿Qué planes tenéis, Sebastià?

– Supongo que sois conscientes de lo peligroso que sería tener a Lloris por alcalde.

– Claro que sí, pero también lo somos de la dificultad inherente al hecho de explicar a nuestro electorado un pacto con vosotros.

– Para mí -dijo Jofre-, Lloris es como un problema de Estado. La ciudad sería un caos. Daríamos una imagen lamentable. Creo que nuestros votantes lo comprenderán si llegamos a un acuerdo.

– ¿Un acuerdo para presentarnos juntos a las elecciones? -preguntó Petit-. No lo aceptaremos.