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ESPECTROS

Diseño de cubierta: Víctor Viano Ilustración de cubierta: Horacio Elena

Título originaclass="underline" Revenant (Book7of Índigo)

© 1992 by Louise Cooper

© Grupo Editorial Ceac, S. A., 1993

Para la presente versión y edición en lengua castellana

Timun Mas es marca registrada por Grupo Editorial Ceac, S. A.

ISBN: 84-7722-415-3 (Obra completa)

ISBN: 84-7722-521-4 (Libro 7)

Depósito legaclass="underline" B. 36. 836-1993 Hurope, S. A.

Impreso en España - Printedin Spain

Grupo Editorial Ceac, S. A. Perú, 164 - 08020 Barcelona

«Oh, Señor, si es que existe un Señor: salva mi alma, si es que poseo un alma. »

J. Ernest Renán, «A Sceptic's Prayer»

A Shan,

que ha sido no sólo un buen agente sino también un buen amigo.

PRÓLOGO

Las estaciones cambian despacio y con suavidad en el país que, en la lengua de sus habitantes, se conoce por el nombre de la Nación de la Prosperidad. Los inviernos casi nunca son rigurosos, y los meses de calor que siguen al invierno se funden en otoños tan templados que parece como si el verano fuera siempre reacio a partir. Se trata de un territorio pelado lleno de colinas, valles y montañas; primitivo en muchos aspectos, pues no existen demasiadas carreteras que unan los aislados poblados, obstinadamente independientes, y la mayoría de las carreteras existentes resultan de difícil tránsito para el viajero. Pero de todos modos los viajeros son escasos y aparecen a grandes intervalos, ya que cada ciudad mantiene poco contacto con sus vecinos, y a los visitantes extranjeros, aunque se los tolera, no se los anima a cruzar los límites del país.

No obstante algunos extranjeros sí aparecen de vez en cuando, pues a pesar de su nombre la Nación de la Prosperidad no es autosuficiente. La naturaleza del país ha convertido en granjeros a sus habitantes, pero ni siquiera ellos pueden prosperar únicamente con los frutos de su fértil suelo, y aunque les disguste la idea de tener extraños entre ellos sienten una gran avidez por los beneficios que los extranjeros aportan. Así pues, los visitan gentes defuera; algunos simplemente para comerciar y luego marcharse, otros para quedarse y establecer empresas más duraderas. Y unos pocos —muy pocosen busca de un lugar en el que pueden estar seguros del anonimato; un país donde ni se los acepta ni se los rechaza; un país donde pueden sentirse —y estarsolos.

Índigo es uno de tales viajeros. Vino a este país por tres motivos; o al menos, eso fue lo que se dijo a sí misma. Su primer deseo era encontrar un lugar donde descansar de los sofocantes y húmedos bosques de la Isla Tenebrosa, donde la enfermedad y la superstición acechan cogidas de la mano, y donde se vio atrapada en una pesadilla viviente cuyos horrores desea olvidar por completo. Su segundo deseo era encontrar un país en el que no se viera perseguida por viejos recuerdos; un lugar donde su nombre y rostro no despertaran interés; un lugar donde encontrar espacio, tanto físico como mental, para evaluar su vida.

Y el tercer motivo para su estancia aquí era demostrar que, tras más de cincuenta años de seguir un sendero decretado por otros poderes, había conseguido desafiar a su destino y ser por fin dueña de sus propios actos.

Aunque durante estos cincuenta años ha conocido a innumerables personas, la historia de Índigo sólo ha sido contada a unas pocas, y la mayoría de esos viejos amigos están muertos ya. Algunos murieron por su culpa, algunos incluso a sus manos, pero la mayoría de ellos sencillamente envejecieron y desaparecieron para ir en busca del descanso eterno. De haber sido diferente su vida, de no haber cometido aquel desatino, Índigo sería una anciana en estos momentos y se acercaría ya al fin de sus días. Pero desde aquel funesto día, hace medio siglo, en que abrió la puerta de la Torre de los Pesares, Índigo permanece atrapada en el limbo de la inmortalidad. No envejece; no cambia. No puede morir. Y hasta que no se haya enfrentado a los siete demonios que liberó y no los haya destruido, así es como continuará su existencia.

Índigo se ha enfrentado ya a cinco de estos demonios y ha triunfado sobre cada uno, aunque la mayoría de las veces sus victorias no le han proporcionado demasiado consuelo, y otros dos todavía la esperan. Pero en la Isla Tenebrosa aprendió nuevas lecciones; aprendió que deidades y demonios no son siempre lo que parecen, y averiguó el alcancey puede que algo de la naturalezade su propio poder humano. Y encontró el valorcomo ella lo vede dejar a un lado el deber impuesto por otros, y seguir su propio corazón.

Durante cincuenta años llevó con ella una piedra-imán que guiaba sus pasos deforma infalible hasta el siguiente enfrentamiento y la siguiente obligación. Ahora, esa piedra-imán yace en el fondo del profundo lago inmóvil al que Índigo la arrojó en irónica ofrenda a un inverosímil mentor. Sin ella se ha sentido desnuda... pero también libre. Y esta libertad ha traído consigo un único deseo y una única determinación, Índigo se ha embarcado en una nueva misión; la: búsqueda del amor que perdió hace cincuenta años: Fenran, su prometido, atrapado como ella en un limbo sin tiempo del que no puede escapar. Durante mucho tiempo Índigo creyó que no podría volver a encontrarlo hasta no haber destruido al ultimo demonio, pero ahora, sin embargo, esta creencia ha cambiado. Y ningún demonio ni dios ni cualquier otro poder, bueno o malo o perteneciente a cualquiera de los miles de matices que median entre uno y otro, la desviará de su búsqueda. Ninguna otra cosa le importa ya. Ninguna.

Así pues, Índigo viaja por la Nación de la Prosperidad y, mientras viaja, realiza sus planes. La existencia diaria no significa ninguna carga para ella; hace tiempo que se acostumbró a vivir de su ingenio, y sus habilidades, desde sus conocimientos sobre hierbas medicinales hasta sus dotes como cazadora, pasando por sus cualidades musicales y su facilidad para contar historias, le aseguran que jamás pasará hambre. Y tampoco está sola, pues junto a ella, día y noche, se encuentra la única amiga que ha compartido con ella las penalidades de medio siglo de vagabundeo. Es una amiga que no pertenece a la raza humana; se trata de Grimya, la loba de pelaje moteado, maldecida al nacer con el don del habla, lo que provocó que su manada la expulsase de la jauría por mutante. Las circunstancias de su encuentro son ya una especie de viejo chiste entre ellas, pero Índigo jamás olvidará el día en que Grimya escogió compartir su carga de inmortalidad, y sabe que, en amor y lealtad, la loba no tiene rival.

Índigo no sabe aún adonde la conducirán sus viajes ahora. Sin la piedra-imán para guiarla tiene que confiar solamente en el instinto; pero está segura de que su instinto no la engaña: Fenran la espera. Ella puede encontrarlo. Lo encontrará. Y hasta que eso no suceda, no se ocupará de más demonios.

O eso, al menos, es lo que ella cree...

Aunque los extraños no constituían algo inaudito en la Nación de la Prosperidad, resultaban lo bastante raros para que los trabajadores que faenaban en los campos dispuestos en terrazas hicieran un alto en su tarea y, resguardándose los ojos de los oblicuos rayos solares, contemplaran cómo las recién llegadas pasaban por la polvorienta carretera. Ojos apreciativos en rostros curtidos siguieron el avance de la joven alta montada en un robusto poni que conducía tras ella a otro cargado con equipaje, y las mentes que se ocultaban tras los ojos meditaron en silencio sobre la función y utilidad del ágil perro gris que seguía a la mujer. Pero nadie le gritó nada, ni en saludo ni en desafío, y un niño pequeño que las señaló con el dedo y realizó un comentario en voz alta a su madre fue reprendido con severidad y puesto a trabajar de nuevo.