—Grimya, antes de que regresen...
«Ten cuidado», advirtió la loba en silencio. «Los niños no están muy lejos. No digas nada en voz alta. »
Índigo se había olvidado de Ellani y Koru, y cambió apresuradamente al lenguaje telepático.
«Grimya, antes no te lo pude decir, ¡pero ha vuelto a suceder! Las voces, las extrañas voces..., sólo que esta vez... »
El segundo aviso de Grimya la interrumpió de repente, y se apartó de la loba un instante antes de escuchar la voz de Hollend que se dirigía a ella mientras penetraba otra vez en la habitación, seguido por Calpurna.
—¡Bueno, Índigo, desde luego has causado una gran impresión en tío Choai! —Hollend sonreía de oreja a oreja—. Jamás creí que viviría para oírlo disculparse por algo. Debe de considerarte algo muy valioso para Alegre Labor... ¿Qué hiciste, resucitar a uno de tus pacientes de entre los muertos?
—No te preocupes de lo que Índigo haya hecho o no para impresionar a Choai. —El tono severo de Calpurna demostraba que consideraba el comentario de su esposo como de mal gusto—. ¡Índigo, no tenía ni idea de que estuvieras tan agotada! Pensé que una buena noche
de sueño sería suficiente para que te recuperaras: no me di cuenta de...
—Calpurna... Calpurna, por favor, escúchame. —Índigo posó la mano sobre el brazo de la agantiana—. Lo que Choai os contó no fue toda la historia, en absoluto. Calpurna vaciló. — ¿Qué quieres decir?
Índigo les contó lo sucedido; la llamada a su puerta después de marcharse Thia, las tres criaturas que le habían hecho la estrafalaria pregunta de «¿Sabes algún juego?», antes de preguntarle si podía curarlas y luego desvanecerse en el mismo instante en que ella comprendió que sus cuerpos eran transparentes como los de los fantasmas. Durante varios segundos Índigo había sido incapaz de hacer nada que no fuera contemplar tontamente el umbral vacío; luego, violentamente, se había puesto en pie de un salto y, precipitándose fuera de la habitación, había descendido a toda velocidad por la empinada escalera. Aunque lo que había visto desmentía su impresión, tenía la irracional convicción de que los niños seguían todavía allí, que podía perseguirlos y atraparlos. En su lugar, en la abierta puerta de la calle, casi al pie de la escalera, había chocado de cara con tío Choai. Por qué había ido éste a la casa Índigo no lo sabía ni le importaba; dejando de lado todo decoro había agarrado al anciano por la manga. —¡Tío! Los niños..., ¿los ha visto? ¿En qué dirección se han marchado?
Choai parpadeó apresuradamente mientras su inicial indignación daba paso a la curiosidad. —¿Niños, doctora Índigo? No hay niños aquí.
Ella había intentado explicar lo que había visto, pero en cuanto Choai empezó a comprender lo que quería decir, la muchacha se dio cuenta de que había cometido un gran error. Sencillamente él o no quería o no podía creerla. La gente, tanto si eran niños como si no, no se desvanecía ante los ojos de los que la contemplaban, afirmó. Tales cosas no eran posibles. Índigo intentó discutir, pero anciano se mostró inflexible. Debía de haber sufrido Un momentáneo desequilibrio mental y sensorial debido al cansancio, le dijo con aire de benigna preocupación. Estaba claro que se había equivocado al dar por sentado que ella estaba ya en condiciones de empezar su trabajo, y ahora rectificaría tal equivocación acompañándola personalmente de regreso a los cuidados y comodidades que podían brindarle sus anfitriones.
—Me trajo hasta aquí como si fuera una inválida medio atontada —terminó Índigo, consciente de que Grimya la escuchaba con tanta atención como Hollend y Calpurna—El resto ya lo sabéis, excepto por una cosa: no tengo un exceso de cansancio y no fue una alucinación, sea lo que sea lo que tío Choai prefiera creer. Vi a esos niños. Estaban allí, me hablaron y luego se desvanecieron, tal y como lo he descrito.
Se produjo un largo silencio, roto tan sólo por un débil gemido preocupado de Grimya. Hollend y Calpurna intercambiaron unas miradas que Índigo no pudo interpretar, y fue Hollend quien por fin habló.
—Índigo..., no quiero poner en duda lo que piensas que viste, pero tienes que admitir que el viejo Choai tenía razón.
—¿Razón?
Calpurna le tomó la mano y la apretó en un gesto maternal.
—Querida, claro que la tenía. Tal y como dijo, ¡algo así es sencillamente imposible! —Le sonrió bondadosa, y continuó en el tono de voz que habría utilizado para calmar a una criatura preocupada—. Todos lo sabemos, ¿no es verdad? ¡Claro que sí! Debes de haberte quedado adormilada unos instantes, y lo habrás soñado. Los sueños pueden ser así. — Dirigió una rápida mirada a su esposo—. Dormirse en el trabajo no es nada de lo que
avergonzarse, ¡como Hollend bien puede atestiguar!
Asombrada por la forma en que se intentaba explicar lo sucedido, Índigo quiso protestar.
—Pero, Calpurna, no pareces...
«No, Índigo; no discutas con ella. » El silencioso mensaje de Grimya llegó a ella veloz y apremiante antes de que pudiera seguir. «He visto algo en su mente, y en la de Hollend también. Es mejor que no digas nada. Te lo explicaré luego, cuando estemos solas. »
—Bueno —Calpurna dio una palmada, como para indicar que el tema del desliz de Índigo quedaba cómodamente resuelto y por lo tanto cerrado—, hemos de encargarnos de no permitir que el mismo error vuelva a suceder. Descansarás, Índigo, y esta vez de verdad, hasta que recuperes por completo las fuerzas y la vitalidad. ¡Y tu recuperación se iniciará con una excelente comida!
Sin dar tiempo a la muchacha para responder, se escabulló en dirección a la cocina. El rostro de Hollend se iluminó por unos segundos con una expresión de alivio, Índigo se dio cuenta de que sus anfitriones se sentían desconcertados por lo que les había contado, aunque tal vez el término «violentos» se acercaba más a la verdad; como si ella hubiera cometido un error fundamental de decoro al relatarles su extraña experiencia o por el simple hecho de haber admitido que había sucedido. Recordó su conversación con Calpurna aquella mañana en la cocina, después de los ruidos de la noche, y la revelación de que Ellani y Koru habían padecido semejantes «alucinaciones» en el pasado. Entonces, como ahora, Calpurna había parecido muy ansiosa por correr un velo sobre el tema y descartar cualquier cosa que no fuera la más racional de las respuestas, e Índigo no podía comprender por qué tenia que ser así.
De la cocina surgían ahora alegres ruiditos mientras Calpurna se preparaba para servir la cena. Los dos niños habían desaparecido prudentemente al ver acercarse a la casa del tío Choai, pero ahora Ellani salió del piso superior y, con un movimiento de cabeza y una tímida sonrisa en dirección a Índigo, corrió a reunirse con su madre. Índigo la siguió, en tanto Hollend ponía la mesa, pero Calpurna rechazó de plano su oferta de ayuda.
—No, no; Ellani es toda la ayuda que necesito. —Sonrió con entusiasmo; con demasiado entusiasmo, pensó Índigo—. ¿Por qué no subes a tu habitación y descansas un rato? Enviaré a uno de los niños a buscarte en cuanto esté lista la comida. —Si estás segura... —Claro que lo estoy. Vamos, vete. Grimya siguió a Índigo por la empinada escalera y, en cuanto la puerta de la habitación de invitados se hubo cerrado tras ellas, la loba dijo en un susurro apremiante y guturaclass="underline"
—¡Bien! Ahora podemos hablar... y puedo contarte por qué consideré mas sensato no discutir con Calpurna. Índigo volvió la cabeza por encima del hombro. —Será mejor que no lo discutamos en voz alta —advirtió, bajando mucho la voz—. Las paredes divisorias de la casa son muy endebles, y el sonido puede atravesarlas.