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Consciente de que su anterior interrupción no había servido precisamente para ayudarla, Índigo se había esforzado por controlarse y guardar silencio. Esto, sin embargo, era demasiado, y se puso en pie de un salto, derribando el taburete.

Destruir a Grimya? —aulló—. ¡Eso es monstruoso! Por la Madre, no pienso seguir tolerando esto...

La anciana hizo un gesto, y antes de que pudiera decir nada más Índigo se encontró con que dos hombres le inmovilizaban los brazos a los costados. Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia en la sala; debían de haber estado a su espalda, y no dudaba que los habían enviado para impedir tales arrebatos por su parte.

Tía Osiku le lanzó una mirada furiosa y le espetó:

—¡La extranjera Índigo permanecerá sentada!

Uno de los capturadores de la muchacha volvió a colocar en pie el taburete mientras que el otro zarandeaba violentamente el brazo de Índigo. Ésta lo apartó con un furioso gesto y, blanca de rabia, volvió a sentarse. El corazón le latía desbocado pero se obligó a permanecer callada.

Tía Osiku devolvió su atención a Thia, que había contemplado el enfrentamiento con expresión de compasivo desdén.

—Adolescente Thia, ¿deseas añadir tu nombre a los de Hollend, Calpurna y tía Nikku en esta petición de embargo sobre la persona de la extranjera Índigo?

—Si se me permite hacerlo, respetada tía, ése es mi deseo —respondió Thia con una exagerada reverencia.

—Muy bien. —Dirigió otro gesto en dirección a los secretarios, y otro de ellos tomó nota—. Regresa a tu asiento, por favor, adolescente Thia.

Mientras Thia se sentaba, los seis ancianos juntaron las cabezas y empezaron a conferenciar en voz baja. Hubo numerosos asentimientos e innumerables gestos obsequiosos por parte de tío Choai, pero, por mucho que Índigo agudizó el oído para intentar escuchar lo que decían, no consiguió captar ni una palabra. Por fin, tía Osiku se enderezó y dio unas palmadas.

—Muy bien. Este comité ha estudiado el tema, y está ahora listo para dar su sentencia.

Por un momento Índigo no pudo creer lo que escuchaba.

¿Sentencia... ? —inquirió, boquiabierta.

Se hizo el silencio, y los ancianos la contemplaron con asombro. Luego tía Osiku dijo con frialdad:

—Desde luego.

—Pero..., ¡pero esto es absurdo! ¡No habéis escuchado más que una versión de la historia! La anciana pareció atravesarla con la mirada.

—Todos los testimonios necesarios para las deliberaciones del comité han sido dados y considerados. No hay nada más que decir. La extranjera Índigo permanecerá en silencio, por favor, o será necesario sacarla de la sala y pronunciar sentencia sin que esté presente.

—¡Malditos seáis, no pienso permanecer callada! —gritó Índigo, volviendo a incorporarse de un salto.

Los dos hombres corrieron hacia ella pero esta vez los esperaba; con la mano derecha apartó a uno con fuerza mientras un golpe bien calculado con el codo izquierdo hacía retroceder tambaleante al otro.

Tía Osiku se puso en pie, roja de indignación.

—¡Esto no puede tolerarse!

—Tienes mucha razón, respetada tía: ¡desde luego que no puede tolerarse! —le espetó Índigo—. ¿Cómo podéis pronunciar sentencia sin escuchar lo que yo tengo que decir? ¡Si se me está juzgando, lo que evidentemente es así, entonces tengo derecho a hablar!

—Es bien sabido que un acusado sólo puede hablar si así lo decide el comité ante el que ha sido llevado —replicó la tía con aspereza—. Si así se desea, se debe elevar la petición correspondiente y solicitar permiso.

—¡Entonces hago esa petición ahora! —dijo Índigo apretando los dientes.

La tía volvió a hacer un gesto con la cabeza en dirección a su secretario.

—Que quede constancia de que la extranjera Índigo solicita permiso para presentar su caso ante este comité. Que también quede constancia de que no se le concede tal permiso. —Su fría mirada volvió a posarse sobre Índigo—. La acusada se sentará ahora.

Ni siquiera «extranjera» ahora, sino «acusada»...

—¡Esto es una parodia! —protestó Índigo—. Una parodia, una burla... que la Señora me ayude, ¿qué clase de locos fanáticos y ciegos sois?

Tía Osiku no se mostró nada afectada por su diatriba, e Índigo comprendió de improviso que nada de lo que dijera o pudiera hacer cambiaría las cosas un solo ápice. El comité la había juzgado y encontrado culpable. Por muy violentamente que protestara, su decisión estaba tomada, y ni el razonamiento ni ninguna otra forma de súplica alteraría. Estupefacta ante aquella idea, la muchacha sintió de repente que las fuerzas la abandonaban, e involuntariamente se desplomó sobre el taburete, con el rostro muy pálido.

Se produjo un silencio expectante, hasta que tía Osiku carraspeó y anunció:

—Este comité encuentra mérito en las quejas presentadas contra la extranjera Índigo, y considera culpable a dicha extranjera en todos los aspectos. Que quede pues constancia de que el castigo se aplicará como sigue: la persona ! de la culpable ya no es deseable en la vecindad de Alegre Labor, y por lo tanto se la transportará a un lugar situado a ocho kilómetros al este de la ciudad y una vez allí se la dejará marchar; esta acción se llevará a cabo mañana una hora después del amanecer. No se le concede permiso para regresar a Alegre Labor en el futuro, y el castigo a su desobediencia será inmediato y severo.

Índigo la miró perpleja. ¿Un simple exilio? Había esperado algo mucho peor... Pero la mujer no había terminado aún.

—En cuanto a las peticiones de embargo recibidas de Hollend y Calpurna, de tía Nikku y de la adolescente Thia, el comité decreta lo siguiente: que los bienes y posesiones de la culpable Índigo sean decomisados y entregados a los solicitantes por riguroso turno, en una proporción de tres, dos y uno; el valor total de este embargo se fijará en ciento cincuenta piezas.

Vaya, de modo que ahí estaba el quid de la cuestión, Índigo se sintió embargada por la amargura al comprender hasta dónde llegaba el cinismo de estas personas. ¿De qué podía servir la prisión o incluso la ejecución, cuando se podía sacar un provecho de todo aquello? Un prisionero ocupaba espacio productivo y comía comida valiosa, y un cadáver no le servía a nadie. Una severa pena monetaria resultaba una opción mucho más práctica.

Dirigió la mirada al otro extremo deja estancia donde se encontraban Hollend y Calpurna. Esta estaba sosegada, apesadumbrada aún pero asintiendo son severidad a la sentencia de la anciana. Hollend parecía fatigado pero aliviado. Y Ellani... Ellani sonreía. ¿Era eso todo lo que Koru significaba para ellos?, se preguntó Índigo con un escalofrío interno. ¿Estaban tan contaminados por la forma de ser de este país monstruoso que valoraban la vida de su propio hijo y hermano tan sólo en términos monetarios? No podía creer tal cosa de ellos. ¡Tal cosa no era posible!

Sus tristes reflexiones se vieron interrumpidas cuando tía Osiku volvió a tomar la palabra.

—Por último, llegamos a la cuestión de la perra de la culpable. Queda claro por la evidencia presentada ante este comité que el animal en cuestión no es una presencia deseable dentro de los límites de Alegre Labor. Por el momento ya ha lanzado dos ataques, en ambos casos sin mediar provocación, sobre honrados e inocentes ciudadanos. La culpa de tales ataques queda atribuida a la rea Índigo, ya que es bien sabido que un simple animal carece del poder de razonar y por lo tanto no se lo puede considerar culpable de sus acciones. No obstante, es la obligación de este comité tener en cuenta no sólo la seguridad de los buenos ciudadanos de Alegre Labor sino también el bienestar de los habitantes de otros distritos a los que pueda ir a parar la rea en el futuro. El animal ha demostrado ser una amenaza para el mantenimiento de la paz y el orden, y permitirle vagar en libertad significaría una negligencia en nuestro deber para con nuestros vecinos. Así pues, el comité decreta que el animal sea confiscado y destruido.