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—No —dijo con voz firme y clara.

Índigo se detuvo, giró en redondo y se quedó mirándola.

—¿Qué?

—He dicho que nnno. No i... re contigo.

Los ojos de la loba estaban tristes pero se obligó a sostener la asombrada mirada de su amiga. Había ensayado lo que quería decir y sabía que debía decirse ahora, antes de que su resolución se tambaleara y la abandonara.

—No voy a abandonar Alegre Labor — anunció, las palabras surgían en un ronco torrente—. Lo siento, Índigo, pero estoy decidida y no pu... puedes hacerme cambiar.

Intentamos ayudar a Koru y fracasamos. Voy a intentarlo otra vez. Regreso al mundo fantasma.

Estupefacta, Índigo empezó a protestar:

Grimya, no puedes... —Pero su protesta se truncó cuando de improviso el brillante reflejo oval sobre la pared de la caseta del pozo pareció estallar. Una luz potente surgió de él e iluminó la estancia como si hubieran arrancado violentamente el techo, y, nítido y estable en medio del brillo, apareció el familiar panorama de amplios prados ondulantes y verdes colinas.

Grimya dio un paso hacia la refulgente escena.

—El Be... nefactor me mostró esta entrada —dijo—. No es más que una de muchas, según dice.

¡Grimya, no! Apártate...

—No. Voy a ir, y quiero que vengas conmigo.

Índigo negó violentamente con la cabeza.

—No puedo regresar ahí; ¡no puedo!

—Entonces debo ir sola. —La voz de la loba estaba llena de pesar—. Lo siento, Índigo. No qui... quiero dejarte, pero si no hay otra forma de hacer esto, lo haré sin ti. —Gimoteó en voz baja—. Lo siento...

Antes de que la muchacha pudiera reaccionar, la loba saltó en dirección al brillante óvalo. El reflejo y la escena que aparecía detrás se agitaron brevemente, y Grimya reapareció al otro lado. Volvió la cabeza un instante y pareció decir algo, pero su voz era inaudible. Luego se dio la vuelta y se alejó corriendo del portal, lejos de Índigo, a través del césped del mundo fantasma.

—Puede que no venga. —Grimya levantó los ojos hacia la alta figura que permanecía a su lado en el lindero del bosque—. Es eso lo que me asusta. Puede que ella no venga.

El Benefactor se inclinó para palmearle la coronilla en un gesto tranquilizador.

—Creo que sí que vendrá, pequeña. Ten paciencia.

Entre los árboles que se amontonaban tras ellos, unas voces musitaron y susurraron al unísono y se escuchó una repentina risita, rápidamente acallada. Grimya miró por encima del hombro, pero los niños resultaban invisibles en el juego de luz y sombras de las hojas. El corazón le latía con fuerza y la loba no sabía cuánto tiempo más podría soportar la tensión de la espera. Si Índigo no venía, si no la seguía a través del portal, ¿qué debería hacer de ella? La idea de perder a su amiga era insoportable; y si Índigo creía que había sido traicionada, abandonada, que Grimya ya no se preocupaba por ella...

Desechó la idea con decisión, diciéndose que no conseguiría nada atormentándose. Si transcurría otro minuto e Índigo seguía sin aparecer, ella...

—Ahí. —La voz del Benefactor interrumpió bruscamente sus meditaciones, al tiempo que señalaba a lo lejos—. Mira, Grimya. Mira.

Las orejas de Grimya se irguieron al frente y sus ojos se clavaron en la extensa ladera de la colina que descendía desde el lindero del bosque. Allá abajo, lejos todavía, una figura a caballo se acercaba a ellos.

Grimya empezó a temblar con una combinación de alivio y excitación.

—¡Es Índigo! ¡Lo es!

—¡Chissst! —El Benefactor posó un dedo admonitorio sobre su hocico—. No debe oírte, aún no —le advirtió sonriente y, sin dejar de sonreír, se volvió hacia los árboles e hizo una seña—. ¡Koru, hijito, sal! Es hora de que empiece nuestro nuevo juego.

Se escucharon nuevos susurros y risitas ahogadas, y Koru surgió de entre las sombras.

—¿Viene Índigo? —Su voz estaba llena de ansiedad.

—Sí, viene. Mira ahí, cerca de la base de la colina. Y ha traído a su poni con ella. —El Benefactor dirigió una rápida mirada a Grimya y su sonrisa se ensanchó—. ¿Lo ves, pequeña loba? Índigo no te abandona. Debe de haberle costado mucho convencer al poni para que penetrara en el portal, pero no quiso dejarlo atrás porque no sabe cuándo regresará. Está claro que su intención es buscar hasta que te encuentre, sin importar el tiempo que tarde. —La cola de la loba empezó a agitarse violentamente, y el hombre añadió a modo de advertencia—: Cuidado ahora, ten cuidado. No dejes que Índigo escuche tus pensamientos y descubra dónde estás. Koru... —atrajo al niño hacia sí—, ¿sabes lo que tienes que hacer?

—Sé qué hacer... —asintió el niño—, pero todavía no estoy muy seguro del porqué. — Sus azules ojos escudriñaron el rostro del Benefactor—. Parece un juego muy extraño.

El Benefactor giró completamente para mirarlo a la cara y, agachándose, lo tomó de ambas manos.

—Es un juego extraño, sí, Koru... pero te prometo que, si lo jugamos bien, nos traerá mucha felicidad a todos. —Su mano se cerró con suavidad, llena de ternura, sobre los pequeños dedos—. A todos nosotros, Koru. No tan sólo a ti y a tus amigos, sino también a Índigo y a Grimya... y a tu madre y tu padre, y a toda la gente que dejaste en Alegre Labor.

Koru se mordió el labio inferior ante esta mención de su familia.

—Dijiste antes..., dijiste que había una forma de hacer que creyeran en cosas mágicas. ¿Es eso lo que quieres decir?

—Eso es lo que quiero decir: hacer que crean, y hacer que vuelvan a estar vivos.

—Entonces yo... —Las palabras se ahogaron en su garganta; Koru sorbió con fuerza y se secó los ojos con la manga—. Realmente los echo de menos —dijo con voz apenas perceptible; luego parpadeó con rapidez—. Sí. Sí, juguemos a ese juego. Quiero intentarlo. ¡Claro que sí!

—Muy bien. Eso está muy bien.

El Benefactor le soltó las manos y se incorporó. Sonriendo otra vez, esta vez con un cierto aire conspirador, introdujo la mano en una de las voluminosas mangas de su túnica y sacó una pequeña esfera que a primera vista parecía hecha de cristal transparente. Reflejos de todos los colores del arco iris se arremolinaban y titilaban en su superficie, y no parecía más sólida que una pompa de jabón.

—Toma, Koru —dijo, tendiéndole la esfera al chiquillo—. Aquí tienes la pelota que prometí traer para el juego.

Los ojos de Koru se abrieron de par en par, llenos de alborozo.

—¡Es preciosa! —Extendió la mano y entonces se detuvo, vacilante—. ¿No se romperá?

—No, no se romperá.

—¿Y has..., has puesto la magia en ella, como dijiste?

—Sí, hijo, lo he hecho. Cógela. Ya sabes lo que tienes que hacer con ella. Grimya te dará la señal.

La figura montada en el poni se encontraba ya ahora a menos de cincuenta metros de distancia. Koru cogió la esfera de cristal y la sostuvo con gran cuidado. El Benefactor se volvió hacia Grimya.

—Todo está listo, pequeña loba. —Le dedicó una reverencia—. Te deseo buena suerte, y espero fervientemente veros cuando haya concluido el juego.

Grimya inclinó la cabeza. Cuando volvió a levantarla, el Benefactor había desaparecido.

El poni no estaba muy dispuesto a darse prisa. Tras el susto de haber sido obligado a pasar a través del portal estaba encantado con el nuevo mundo en el que se hallaba, y quería aprovechar al máximo los exuberantes pastos, Índigo mantenía las riendas tirantes y lo espoleaba regularmente con los talones, pero su intención era detenerse en lo alto de la colina y dejar que el poni pastara mientras ella escudriñaba el paisaje circundante en busca de algún rastro de Grimya.