Irónicamente, la cama sobre la que yacía Índigo esa noche, y por la que había dado tan sentidas gracias, era tan blanda y cómoda que le impidió dormir bien. Acostumbrada a tener musgo o brezo como colchón en el mejor de los casos o el duro suelo en el peor, se agitó y dio vueltas en el lecho, despertándose en más de una ocasión bajo la tenue luz gris plateada de la luna y las estrellas que penetraba por su ventana.
La tercera vez que despertó, Índigo escuchó unas voces ahogadas al otro extremo de la pared.
Durante unos minutos permaneció soñolienta, consciente de los suaves sonidos distantes pero sin escuchar realmente; se encontraba aún flotando entre el sueño y la vigilia, y todo en la silenciosa noche parecía un poco irreal a su amodorrado cerebro. Las sombras proyectadas por la luz de la luna jugueteaban sobre el desconocido mobiliario de la habitación, y una ligera brisa que penetraba hurtadillas por la entreabierta ventana agitaba las cortinas con suavidad. Volvió la cabeza para mirar en dirección a la alfombra sobre la que dormía Grimya, esperando ver la oscura masa de su dormida figura, pero en lugar de ello se encontró con la silueta de la cabeza del animal claramente recortada junto a la ventana, las orejas bien erguidas y el hocico en un ángulo tenso.
—¿Grimya? —No del todo despierta, Índigo habló en voz alta, y la loba giró la cabeza al momento.
«¡Chisst!» Su voz telepática sonó como una apremiante advertencia en la mente de Índigo. «¡Escucha! ¿No las oyes?»
Con un esfuerzo, Índigo apartó la neblina mental del sueño. Los imprecisos y lejanos murmullos se habían detenido cuando pronunció el nombre de Grimya pero ahora se reanudaban, y ascendían de tono progresivamente como si una suave brisa los transportara hacia la casa. Demasiado cansada para pensar con auténtica claridad, intentó encontrar una explicación racional.
«Hollendy Calpurna deben de estar todavía despiertos», transmitió.
«No. » Grimya fue categórica. «Son voces de niños. »
«Ellani y Koru, entonces. »
De forma ilógica, Índigo empezaba a sentirse molesta. El ruido de los susurros comenzaba a irritarla, y la inquietud de Grimya no hacía más que empeorar las cosas. Pero, antes de que pudiera ordenar con malos modos a la loba que volviera a dormirse, ésta dijo:
«No son ellos. Escucha, Índigo; escucha con atención. »
Índigo suspiró, dándose cuenta de que no tendría descanso hasta que no apaciguara a su amiga. Se incorporó con dificultad, echando a un lado las mantas, y se apartó el cabello de los ojos mientras, de mala gana, se disponía a escuchar.
Entonces comprendió a qué se refería Grimya. Las voces parecían jóvenes, pero poseían un curioso timbre ligeramente artificial, como si las palabras que susurraban las pronunciasen en realidad adultos que pretendiesen imitar el tono de voz de los niños y casi —pero no del todo— lo consiguiesen. Y a medida que prestaba más atención advirtió que, tal y como había dicho la loba, éstas no eran las voces de Hollend o Calpurna ni tampoco las de ninguno de sus hijos, ya que murmuraban y charlaban y reían entre ellas no en el familiar idioma de Agantia sino en la lengua seca y ronca de los habitantes del lugar.
Sus misteriosos perseguidores habían regresado.
Grimya volvió la cabeza y sus ojos relucieron con un pálido tono ambarino al clavarse en el rostro de Índigo en medio de la penumbra. No dijo nada cuando Índigo saltó de la cama y cruzó la habitación, pero su mirada siguió a la muchacha mientras ésta llegaba junto a la ventana, hacía a un lado la cortina y miraba al exterior. La luna le elevaba muy alta en el cielo por entre delgados jirones de nubes, y su luz brillaba con fuerza suficiente para iluminar todo el Enclave de los Extranjeros; la calzada de tierra batida, las cercas de estacas puntiagudas, las agazapadas formas de las casas cercanas. No brillaba ni una luz en todo el recinto y no se veía un alma.
«Lo sé», dijo Grimya con tono sombrío cuando su amiga te apartó por fin de la ventana. «Yo también miré. No hay nadie ahí afuera. »
Índigo se sentó en la cama y, reprimiendo un escalofrío, le echó una de las mantas sobre los hombros. No tenía necesidad de proyectar sus sentimientos o darlos a conocer en voz alta; Grimya sabía perfectamente lo que pensaba.
«¿Por qué han regresado?» Intentó sin éxito deshacerse de algunas imágenes no demasiado agradables de la clase de seres que podían vagar en la quietud de aquella noche tranquila. «¿Quépueden querer?»
«Esta vez puedo oír algunas cosas de lo que dicen», informó Grimya e, irguiéndose, se acercó a la cama y saltó sobre ella para colocarse junto a Índigo como si estuviera ansiosa por encontrar consuelo. «Pero no tiene sentido para mí. Han estado hablando de "nosotras" y "ellos" y diciendo que hay algo que "ellos" no saben. Y ríen. Es una risa tonta, pero también muy triste al mismo tiempo. Parecen... sentirse solos. »
—¿Solos?
Estupefacta, Índigo volvió a hablar en voz alta. Al instante los murmullos cesaron, y la muchacha dio un respingo al comprender que los propietarios de las voces podían oírlas. Presa de violento frenesí, empezó a pasear la mirada por la habitación como si esperara ver rostros y figuras materializándose en la oscuridad. ¿Dónde estaban?
Capturando el involuntario pensamiento, Grimya le susurro al oído:
—No lo sé. Pero pien.. ssso que no están aquí. No en esta habitación o esta casa. Puede que ni sssiquiera en este mundo.
No en este mundo; sin embargo poseían el poder y, al parecer, el deseo de dar a conocer su presencia.
—Me parece —dijo Índigo a la loba en voz baja— que por la mañana debería hablar con Hollend y Calpurna. A lo mejor pueden arrojar algo de luz sobre esto... o, si no pueden, a lo mejor conocen a otros que sí.
—No estoy tan segura —repuso Grimya—. Recuerda que ellos son también ff... forasteros.
—No obstante, conocen el país. Puede que esto le haya sucedido a otros antes de nosotras. Si así es, Hollend y Calpurna habrán oído hablar de ello.
Grimya parpadeó y ladeó la cabeza a un lado.
—¿Tienes una te... teo... ? ¿Cuál es la palabra?
—¿Una teoría? No, no la tengo, todavía no. Pero algo bulle en mi interior, Grimya. Llámalo una cierta idea; yo no lo definiría más que así.