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– Oí leer tu testimonio en el Tribunal. Fleur.

– ¡Oh, eso! Era lo que deseaba Hilary, naturalmente. En realidad yo no sé nada sobre esas muchachas. Son impenetrables. Hay personas, desde luego, que saben provocar las confidencias de los demás; yo no, y te aseguro que no me interesa. ¿Encuentras que es más fácil conocer a las campesinas de tus tierras?

– Por aquellos alrededores todos han tenido que ver con mi familia desde hace tanto tiempo, que uno sabe lo que ha de saber casi antes que ellos mismos.

Fleur la escudriñaba atentamente.

– Sí, me atrevo a decir que tú tienes maña, Dinny. Serás una antepasada maravillosa, pero no sé quién podría hacerte el retrato. Es hora de que venga alguien que tenga el estilo de los primitivos italianos. A los prerrafaelistas les faltaba completamente; sus cuadros carecían de musicalidad y alegría. Para pintarte a ti se necesitan ambas cosas.

– Dime – preguntó Dinny algo desconcertada -: ¿Estaba Michael en la Cámara cuando se leyeron las acusaciones contra Hubert?

– Sí, y volvió a casa completamente fuera de tino. – ¡Bien!

– Tenía la intención de hacer someter el asunto a un nuevo debate, pero al día siguiente se levantaban las sesiones. Además, ¿qué importancia tiene la Cámara? Hoy en día es la última cosa a la que la gente presta atención.

– Me temo que mi padre se, la prestó de modo tremendo en lo que se refiere a aquellas acusaciones.

– Sí, tu padre pertenece a la pasada generación. Pero la única actividad del Parlamento que ahora le interesa al público es el Presupuesto del Estado. Y no hay que extrañarse, puesto que todo se basa en el dinero.

– ¿Le dices esas cosas a Michael?

– No es necesario; hoy en día el Parlamento es una máquina para la imposición de impuestos.

– Pero dicta aún algunas leyes, ¿verdad?

– Sí, querida, pero siempre después del suceso. No hace más que consolidar lo que ya ha entrado en la práctica o, cuando menos, en el sentimiento del público. Jamás toma la iniciativa. ¿Cómo podría hacerlo? Esta no es una función de la democracia. Si quieres la prueba, ¡mira el estado del país! Es la última cosa de que se ocupa el Parlamento.

– En tal caso, ¿quién toma la iniciativa?

– ¿De qué lado sopla el viento? Las corrientes comienzan los pasillos. ¡Grandes sitios, los pasillos! ¿Junto a quién quieres quedarte cuando alcancemos a los cazadores?

– Junto a lord Saxenden. Fleur la miró.

– ¿No será por sus beaux yeux, ni tampoco por su beau titre? ¿Por qué, pues?

– Porque quiero hablarle de Hubert y no dispongo de mucho tiempo.

– Ya entiendo. Bueno, quiero hacerte una advertencia, querida. No juzgues a Saxenden por la expresión de su rostro. Es un_ viejo zorro astuto, y tampoco es tan viejo, por otra parte. Y si hay algo que le complace extremadamente es su quid pro quo. ¿Tienes preparado un quid para él? Exigirá el pago al contado.

Dinny hizo una mueca.

– Haré lo que pueda. Tío Lawrence ya me dio unas cuanta- indicaciones.

– Ve con cuidado; se burla de ti – canturreó Fleur. – Bueno, yo me reuniré con Michael. Cuando estoy con él tira mejor. Es una cosa que necesita mucho, el pobrecillo. El Squire y Bart se alegrarán de prescindir de nosotros. Cicely, naturalmente, se irá con Charles. Están todavía en su luna de miel. Queda Diana, para el americano.

– Y espero – dijo Dinny – que le haga fallar los disparos.

– Me parece que no hay nada que logre hacérselos fallar. He olvidado a Adrián. Éste se quedará sentado en su silla plegable, meditando sobre los huesos y sobre Diana. Ya hemos llegado. ¿Ves? Por esta cancela. Allí está Saxenden. Le han dado el rincón caliente. Pasa por detrás de aquella empalizada y alcánzale por la espalda. Michael debe de estar metido en algún rincón, allá abajo: siempre le dan el apostadero peor.

Se separó de Dinny y continuó por el sendero. Pensando que no le había pedido a Fleur lo que tenía intención de pedirle, Dinny pasó por detrás de la empalizada y, cautelosamente, se acercó a lord Saxenden. El Par se movía de matorral en matorral, en el ángulo del campo que le había sido destinado. Cerca de un alto bastón con una hendidura, en la cual habían introducido un cartelito blanco numerado, se hallaba un joven guardabosques sosteniendo dos escopetas. A sus pies estaba tendido un perro de caza con la lengua colgando. Al lado opuesto del sendero, los campos de hierbas y rastrojos subían formando una ladera, y a Dinny – como a cualquier otra persona que tuviera experiencia – le pareció evidente que los pájaros empujados hacia aquel lado, volarían altos y veloces. «A menos que -r pensó – no haya detrás una maleza muy espesan. Se volvió para mirar. No la habla. Se hallaba en un vasto campo de hierba y los arbustos más cercanos distaban unos trescientos metros. «Me pregunto – volvió a meditar – si cuando le mira una mujer dispara mejor o peor. Diríase que no tiene nervios.» Volviéndose de nuevo, se dio cuenta de que él la había visto. – ¿Le molesto, lord Saxenden? Estaré muy quieta.

El Par dio un pequeño tirón a su gorro, que tenía unas puntas especiales delante y detrás.

– Bueno, bueno – dijo -. ¡Ejem!…

– Eso suena como si yo le molestara a usted. ¿Desea que me marche?

– ¡No, no! Quédese. Hoy no he podido tocar ni una pluma. Me traerá usted suerte.

Dinny se sentó en una silla plegable al lado del perro y comenzó a juguetear con las orejas del animal.

– El americano me ha ganado por la mano tres veces seguidas.

– ¡Qué mal gusto!

– Dispara contra los pájaros más imposibles, pero, Dios le confunda, siempre los acierta. Todos los pájaros que yo fallo, él los alcanza en el horizonte. Tiene el estilo de un cazador furtivo. Deja que pasen todos y luego los coge de derecha a izquierda, a una distancia de setenta yardas detrás suyo. Dice que cuando los tiene delante no los ve.

– Curioso – dijo Dinny, con un pequeño impulso de justicia.

– Creo que hoy no ha fallado golpe – añadió lord Saxenden, despechado -. Le he preguntado cómo podía tirar con \tan condenada precisión y me ha contestado: «Bueno, estoy acostumbrado a disparar para llenar el puchero y no puedo permitirme el lujo de errar.»

– Comienza la batida, milord -dijo la voz del joven guardabosque.

El perro empezó a jadear ligeramente. Lord Saxenden cogió una escopeta mientras el guardabosque preparaba la otra.

– Una bandada a la izquierda, milord.

Dinny oyó un crujir precipitado y vio una hilera de ocho pájaros que se dirigían hacia el sendero. ¡Bang-bang…! ¡Qué diablo…!

Dinny observó que los ocho pájaros desaparecían detrás del matorral, en el fondo del campo de hierba.

El perro, jadeando horriblemente, emitió un pequeño gruñido ahogado.

– ¡La luz debe engañar de un modo terrible! -dijo Dinny.

– No es la luz – replicó lord Saxenden -, ¡sino el hígado!

– Tres pájaros en línea recta, milord.

¡Bang!… ¡Bang-bang! Un volátil sufrió una sacudida, se contrajo, dio media vuelta sobre sí mismo y cayó al suelo a cuatro metros de la joven. Dinny sintió como si algo le agarrase la garganta. Le parecía increíble que una cosa tan viva tuviese que terminar de aquella manera. Había visto muchas veces matar pájaros, pero jamás había experimentado esa sensación. Los otros dos atravesaron el seto del fondo; los vio desaparecer y dejó escapar un ligero suspiro. El perro, trayendo en la boca al volátil muerto, se acercó al guardabosque y éste se lo cogió. Sentado sobre las patas traseras, siempre con la lengua colgando, el perro continuaba mirando el ave. Dinny vio que su lengua goteaba y cerró los ojos.

Lord Saxenden musitó una palabra que ella no logró entender.