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El rostro de Hallorsen se aclaró.

En realidad -dijo -, hasta este momento no he cesado de preguntarme qué soporífero le había suministrado usted a ese pobre lord.

– Le preparaba para el libro de usted. Le enviará un ejemplar, ¿verdad?

– Creo que no, señorita Cherrell. Su salud no me interesa tanto. Por mí puede quedarse despierto toda la noche. No sabría qué hacer con un hombre que se duerme mientras la escucha a usted. ¿Qué hace en la vida ese lord?

– ¿Qué hace? Bueno, es lo que ustedes llaman un Gran Bombo. No sé exactamente dónde toca su bombo, pero papá dice que é5 un hombre que cuenta mucho. Espero, profesor, que también hoy le haya usted ganado por la mano, horque cuanto más le gane usted por la mano, mayores posibilidades tendrá mi hermano de recobrar la posición que perdió participando en su expedición.

– ¿De veras? ¿Son los sentimientos personales los que deciden aquí estas cosas?

– ¿No sucede lo mismo en su país?

– ¡Bueno… sí! Pero yo creía que el viejo mundo seguía demasiado las tradiciones y que no hacía esas cosas.

– Naturalmente, nosotros no confesamos la influencia de los sentimientos personales.

Hallorsen sonrió.

– Pero, ¿no es maravilloso? Todo el mundo es igual. Se divertiría usted en América, señorita Cherrell. Me encantaría tener la ocasión de enseñársela algún día.

Hablaba como si América fuese un objeto antiguo, guardado en su maleta. Y ella no sabía cómo interpretar una frase que podía no tener significado alguno o bien tenerlo demasiado grande. Por la expresión de su rostro comprendió que su propósito había sido darle a la frase este segundo significado, y descubriendo los dientes en una sonrisa, contestó

Gracias, pero aún es usted mi enemigo.

Hallorsen le tendió una mano, pero ella había retrocedido. – Señorita Cherrell, haré cuanto pueda para destruir la mala impresión que se ha formado usted de mí. Soy su muy humilde servidor, y algún día espero tener la ventura de ser algo más para usted.

Aparecía terriblemente alto, hermoso y robusto, y ella experimentó una especie de resentimiento.

– No hay que tomar las cosas demasiado en serio, profesor. Eso no causa más que molestias. Ahora excúseme usted, pero he de reunirme con la señorita Tasburgh.

Y se marchó rápidamente. ¡Ridículo! ¡Conmovedor! ¡Lisonjero! ¡Odioso! Hiciera lo que hiciese, siempre se encontraría obstaculizada y metida en algún embrollo. Después de todo, lo mejor era confiar en la suerte.

Jean Tasburgh, que en ese momento acababa de jugar un partido de tenis contra Cicely Muskham, se estaba quitando la redecilla que le sujetaba los cabellos.

– Ven a tomar el té -dijo Dinny -. Lord Saxenden está languideciendo por ti.

Pero cuando estaba a la puerta de la sala de té, sir Lawrence la llamó aparte y diciéndole que aún no había disfrutado de su compañía, la invitó a mirar las miniaturas que tenía en el despacho.

– Esta es mi colección de tipos nacionales característicos, Dinny. Como puedes ver, no hay más que mujeres: francesas, alemanas, italianas, holandesas, americanas, españolas, rusas. Me gustaría infinitamente tener una miniatura tuya, Dinny. ¿.Quisieras posar para un joven pintor?

– ¿Yo? – Tú.

– Pero, ¿por qué?

– Porque – contestó sir Lawrence, escudriñándola a través de su monóculo- en ti está la explicación del enigma representado por la lady inglesa y yo hago colección de las diferencias esenciales entre las diversas culturas nacionales.

– Eso parece muy interesante.

– Mira ésta. Aquí tienes a la cultura francesa «in excelsis: inteligencia rápida, espíritu, decisión, perseverancia, estetismo intelectual, pero no emotivo; nada de humor, sentimientos únicamente convencionales, tendencia al dominio – fíjate en los ojos -, sentido de las conveniencias, ninguna originalidad, visión mental muy clara, pero muy limitada-; nada de fantasía en ella y, por último, sangre rápida, pero disciplinada. Toda de una pieza, con contornos muy nítidos. Aquí .tienes a una americana de tipo raro; variedad culta en el máximo grado. Obsérvese sobre todo el aspecto semejante al de alguien que tenga en la boca un invisible bocado de freno. En sus ojos hay una batería de la que se servirá, pero sólo correctamente. Se mantendrá bien conservada hasta el fin de sus días. Buen gusto, mucho conocimiento, pero poco estudio: ¡Mira esa alemana! Menos disciplina en las, emociones, menos sentido de las conveniencias que las otras dos, pero tiene conciencia, es trabajadora y posee mucho sentido del deber, poco gusto y alga de humor bastante pesado. Si no se cuida engordará. Mucho sentimiento y también mucho sentido común. Más abierta, bajo todos los aspectos. Quizá no es un ejemplar demasiado bueno. No logro encontrar otro: Esta es la perla de mis italianas… Es interesante. Muy estilizada, con algo vital detrás suyo. Tiene una máscara muy bien moldeada y la lleva con gracia. Conoce su propia opinión, quizá demasiado bien. Sigue por su camino cuando puede y, cuando no puede, por el de los demás. Poética solamente en las cosas sensuales. Sentimientos fuertes y caseros. Ojos abiertos al peligro. Tiene mucho valor, pero lo pierde fácilmente. Buen gusto, sujeto a malas interpretaciones. Aquí no existe el amor hacia la naturaleza. Energía intelectual, pero no activa o investigadora. Y ahora – concluyó sir Lawrence, volviéndose repentinamente hacia Dinny -, vendrá la perla inglesa. ¿Quieres saber algo de ella?

– ¡Socorro!

– Oh, te haré un retrato de lo más impersonal. Aquí tenemos un conocimiento de nosotros mismos muy desarrollado y tan dominado, que en definitiva se vuelve un desconocimiento. Para esta lady, el «Yo» es un intruso imperdonable. Podemos observar un sentido del humor, no carente de ingenio, que previene y, en cierto modo, esteriliza a todo el resto. Quedamos impresionados por lo que podría llamarse un aspecto de utilidad, no tanto doméstica cuanto pública y social, que no se da en nuestros demás tipos. Descubrimos una especie de transparencia, como si estuviera penetrada de aire y de rocío. Vemos que le falta precisión; precisión en el saber, en la acción, en el pensamiento y en el juicio. Pero, en cambio, tiene mucha decisión. La sensualidad no está muy desarrollada; las emociones estéticas son excitadas más fácilmente por los objetos naturales que por los artificiales. No tiene la habilidad de la alemana, la claridad de la francesa, el dualismo o el color de la italiana, la elegancia disciplinada de la americana, pero tiene algo especial, querida. En lo que a ti se refiere, eso es lo que me hace estar ansioso por tenerte en mi colección de mujeres cultas.

– ¡Pero yo no soy culta, tío Lawrence!

– Uso esa palabra infernal a falta de otra mejor y con ella no quiero indicar la sabiduría. Aludo al sello dejado por la sangre más la educación, aunque ambas cosas están estrechamente enlazadas. Si esa mujer francesa hubiese tenido tu educación, no por eso tendría tu tipo, Dinny; ni tú, con su educación, tendrías el suyo. Mira ahora a esta rusa de la anteguerra; más fluida y más fluente que todas las demás. La encontré en el Caledonian Market. Esta mujer habrá querido llegar al fondo de todas las cosas y jamás se habrá querido detener por mucho tiempo. Apuesto a que habrá recorrido la vida a grandes pasos y que, de estar viva, todavía corre; y le habrá costado mucho menos de lo que te costaría a ti. Su rostro da la sensación de que ha experimentado muchas más emociones y que está mucho menos agotada que las otras. Aquí está mi española, quizá la más interesante de todas. Esta es la mujer que ha sido educada lejos de los hombres, aun cuando sospecho que la especie se está volviendo rara. Aquí hay dulzura, un ápice claustral, poca energía, no mucha curiosidad, mucho orgullo, poca vanidad; sus afectos podrían ser destructores, ¿no te parece? Y resultaría difícil conversar con ella. Bueno, Dinny, ¿quieres posar para mi joven?