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– Gracias- dijo Dinny-. Salúdela afectuosamente de parte nuestra y dígale que todos estamos… dispuestos.

Luego, apresuradamente, sin mirar a su alrededor, volvió donde Adrián la aguardaba. Le repitió el recado y continuaron su camino.

– Colgados en el aire – se lamentó Adrián -. ¿Existe algo más atormentador? ¿Y hasta cuándo, Señor, hasta cuándo? Pero, como dice Diana, es menester que no nos preocupemos.

Y emitió una risita forzada. Empezaba a oscurecer y bajo aquella luz desalentadora, que no pertenecía ni al día ni a la noche, los extremos desiguales de las calles y de los puentes parecían escuálidos e inconsistentes. El crepúsculo terminó. A la luz de los faroles las formas de las cosas volvieron a comparecer y los perfiles se suavizaron.

– Mi querida Dinny – dijo Adrián -, no me siento en condiciones de seguir andando. Creo que haríamos mejor en regresar.

– Entonces ven a cenar a casa de Michael, tío… ¡por favor!

Adrián meneó la cabeza.

– Los esqueléticos no deberían asistir a los banquetes. No sé cómo soportarme a mí mismo, como estoy seguro que decía tu vieja niñera.

– No, no lo decía. Era escocesa. ¿Ferse es un nombre escocés?

– Puede que lo fuera en su origen. Pero Ferse procede del West Sussex, por la parte de los- Downs. Es hijo de una antigua familia.

– ¿Tú crees que las familias antiguas son extrañas?

– No sé por qué. Cuando hay un caso de extravagancia en una familia antigua, naturalmente llama la atención en vez de pasar inadvertido. Los miembros de las familias antiguas no se casan entre sí, como sucede con los campesinos.

Intuyendo las cosas que podían distraerle, Dinny continuó – Tío, ¿crees que la antigüedad de una familia resulta en cierta manera una ventaja?

– ¿Qué es la antigüedad? Bajo determinado aspecto, todas las familias son igualmente antiguas. Pero si piensas en las cualidades resultantes de las alianzas hechas durante varias generaciones en la misma clase social, bueno…, no sé, desde luego se obtiene una buena raza, dando a esta palabra el sentido que le damos hablando de perros o de caballos. Pero se puede lograr lo mismo en todas las circunstancias físicas favorables: tanto en los montes como a orillas del mar, dondequiera que las condiciones sean buenas. Una estirpe sana produce una estirpe sana. Esto es evidente. Conozco unos villorrios en el extremo norte de Italia donde no existe una sola persona de alto rango; sin embargo, no hay nadie que no posea belleza y un aspecto distinguido. Pero cuando se trata de una generación derivada de personas geniales o que poseen las cualidades excepcionales que hacen sobresalir a los hombres, sospecho que se produce más bien una desviación que no una simetría. Las familias de origen y tradición militar o naval son las que tienen, quizá, las mejores posibilidades: buen físico y no mucho cerebro; pero las Ciencias, el Derecho y el Comercio producen efectos deletéreos. ¡No! Donde creo que las familias «antiguas» puedan tener una ventaja es en el sentido más definido de orientación que pueden dar a sus hijos durante su educación, en la tradición establecida, en el objetivo establecido y puede que también en mejores oportunidades en el mercado matrimonial; y, en la mayor parte de los casos, en una vida transcurrida en el campo, en un ferviente deseo de seguir el propio camino y en una mayor experiencia en emprenderlo. Lo que en los seres humanos suele llamarse «raza» es más un atributo de la mente que del cuerpo. Lo que uno piensa y siente es debido a la tradición, al hábito, a la educación. Pero te estoy aburriendo, querida.

– No, no, tío; todo esto me interesa mucho. ¿Entonces tú crees más en la herencia de una actitud determinada frente a la vida, que en la de la sangre?

– Sí, pero las dos cosas están muy mezcladas.

– ¿Crees que la «antigüedad» va desapareciendo, y que pronto ya no se transmitirá nada?

– ¡Quién sabe! Las tradiciones son extraordinariamente persistentes y en este país existe un gran mecanismo para conservarlas vivas. Hay gran cantidad de trabajo administrativo que ejecutar, ¿comprendes?, y la gente más apropiada para esta clase de trabajo es la que, de joven. Ha tenido más experiencia al emprender su propio camino, ha aprendido a no hablar de sí misma y a hacer las cosas porque es su deber. Es la que administra todos los Servicios Públicos, por ejemplo, y la que seguramente continuará administrándolos. Pero hoy en día uno tiene que fatigarse hasta el agotamiento para justificar sus propios privilegios.

– Muchos – dijo Dinny – parecen agotarse antes y fatigarse después. Bueno, ya volvemos a estar ante la casa de Fleur. ¡Vente, tío! Si Diana necesitara algo, estarías más fácilmente a su disposición.

– Muy bien, querida, y que Dios te bendiga. Me has hecho hablar de un tema en el que pienso bastante a menudo. ¡Serpiente!

CAPÍTULO XVIII

Usando el teléfono con tenacidad, Jean había logrado descubrir a Hubert en el Coffee House y tener noticias suyas. Se cruzó con Dinny y Adrián cuando éstos entraban.

– ¿Adónde vas?

– No tardaré mucho en regresar – contestó, y dio la vuelta a la esquina.

Dado que no conocía bien Londres, llamó al primer taxi que vio. Cuando hubo llegado a Eaton Square, ante una mansión grande y de aspecto triste, despidió el taxi y oprimió el timbre.

– ¿Está en Londres lord Saxenden? – Sí, milady, pero no se halla en casa. – ¿Cuándo volverá?

– Su Señoría estará de regreso a la hora de cenar, pero… – Entonces aguardaré.

– Perdóneme… milady…

– Nada de milady – replicó Jean, tendiendo un tarjeta ~' de visita – Pero me recibirá lo mismo.

El hombre luchó un momento consigo mismo y por fin dijo.

– ¿Quiere pasar aquí, mi… señorita?

Jean entró. La salita estaba desnuda, excepto algunas sillas que databan del período del Imperio, un candelabro y dos consolas con repisas de mármol.

– Haga el favor de entregarle mi tarjeta en cuanto llegue. El hombre pareció recobrarse.

– Su Señoría tendrá mucha prisa, señorita.

– No más que yo. No se preocupe por eso – respondió, tomando asiento en una silla dorada.

El hombre se retiró. Con los ojos fijos ora sobre la plaza que se iba oscureciendo, ora sobre el reloj de mármol dorado, permaneció sentada, esbelta, elegante, llena de vigor, entrela zando los largos dedos de sus manos finísimas, de las cuales se había quitado los guantes. El hombre volvió a entrar y corrió las cortinas.

– ¿No desea dejar algún recado, señorita, o bien escribir un billete?

– No, gracias.

El hombre se quedó allí un momento, como preguntándose si llevaba armas.

– . ¿La señorita «Tasburg»? -preguntó.

– «Tasborough» – contestó Jean -. Lord Saxenden me conoce.

– Perfectamente, señorita -dijo el hombre, y volvió a salir con cierta precipitación.

Las agujas del reloj indicaban casi las siete cuando Jean oyó un rumor de voces procedentes de la entrada. Un momento más tarde la puerta se abrió y entró lord Saxenden con su tarjeta de visita en la mano: en la expresión de su rostro, pasado, presente y futuro parecían ponerse de acuerdo.

– Encantado – dijo -, realmente encantado.

Jean levantó la mirada, y mientras le tendía la mano se le ocurrió pensar: «¡Bacalao en remojo!»

– Ha sido usted extraordinariamente amable atendiéndome.

– Nada de eso.

– Quería anunciarle mi compromiso con Hubert Cherrell. Sin duda recordará usted a su hermana, la sobrina de lady Mont. ¿Ha oído usted hablar de una absurda demanda de ex tradición? Es una cosa increíblemente estúpida. Fue un puro caso de autodefensa: tiene una herida de lo más terrible y podría enseñársela a usted en cualquier momento.