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– Lo tengo, pero no en plan formal, señor.

– ¿No lo suficientemente formal para casarse contigo? – Por lo que puedo ver, no tiene ganas de hacerlo. -¿Y tú?

– Yo no tengo prisa.

– Bueno, ¿tienes algún plan?

– Me gustaría… bien, me gustaría hacer de maniquí. – Va. ¿Te ha dado Petters buenas referencias?

– Sí, y me ha dicho que sentía que tuviese que marcharme; pero como los periódicos han hablado tanto, las otras muchachas…

– Sí. Ya sabes, Millie, que fuiste tú quien te metiste en el embrollo. Yo te defendí porque te encontrabas en una posición difícil, pero no estoy ciego. Has de prometerme que no volverás a hacer una cosa semejante, porque es el primer paso hacia la ruina completa.

La muchacha le dio la contestación que él esperaba, es decir, no respondió.

– Voy a llevarte a que veas a mi esposa. Consulta con ella, y si no logras encontrar un empleo como el que tenías, podríamos enseñarte rápidamente lo que es necesario para que consigas un puesto de camarera en un restaurante. ¿No te gustaría?

– Jamás he pensado en ello.

Lo miró, entre tímida y sonriente. «Una chica como ésta debería recibir una dote del Estado; no hay otro modo para protegerla del peligro», pensó Hilary, y dijo

– Dame un apretón de mano, Millie, y recuerda lo que te he dicho: Tu madre y tu padre fueron amigos míos. Tú debes respetar su memoria…

– Sí, señor Cherrell.

«¡Ya lo creo!», pensó Hilary, acompañándola hasta el comedor, al otro extremo del pasillo, donde su mujer estaba trabajando ante la máquina de escribir. Cuando hubo vuelto a su despacho, abrió el cajón del escritorio y se dispuso a luchar con las cuentas, puesto que aún no había tenido ocasión de conocer un lugar donde el dinero tuviese más importancia que en aquel escuálido centro de un mundo cristiano, cuya religión desprecia el dinero.

«Los lirios del campo – pensó – no trabajan, ni tejen, pero desde luego piden limosna. ¿Qué diablos he de hacer para mantener en pie el Instituto hasta fin de año?»

El problema todavía no estaba solucionado, cuando- la doncella le anunció

– El capitán, la señorita Cherrell y la señorita Tasburgh. «¡Caspita! – se dijo -. Ésos no pierden el tiempo.»

No había vuelto a ver a su sobrino desde su regreso de la expedición Hallorsen. Lo afligió la expresión lúgubre y envejecida de su rostro.

– Congratulaciones, muchacho; ayer oí hablar de tus aspiraciones.

– Tío – dijo Dinny -, prepárate a hacer el papel de Salomón.

– La reputación y la sabiduría de Salomón, mi irreverente sobrina, son quizá las más frágiles de toda la historia. Piensa en el número de sus mujeres. Bueno, ¿qué sucede?

– Tío Hilary – explicó Hubert -, he recibido aviso de que probablemente se extenderá contra mí una orden de extradición a causa del mulero que maté. Jean desea que nos casemos en seguida, a pesar de eso…

– Por eso – lo interrumpió Jean.

– Yo creo que es demasiado arriesgado y que no es justo para con ella. Pero hemos convenido en exponerte la situación y sometemos a tu juicio.

– Gracias – murmuró Hilary -. Y, ¿por qué precisamente a mí?

– Porque tú sabes más que nadie, excepto los funcionarios dé policía, tomar rápidamente una decisión – terció Dinny. Hilary hizo una mueca.

– Con tu conocimiento de las Escrituras, Dinny, podías haber recordado el ejemplo de la última gota. ¡Sin embargo…! Miró a Jean, luego a Hubert, y de nuevo a Jean.

– No ganamos nada aguardando – dijo ésta -, porque, en todo caso, si le cogieran a él me iría también yo.

– ¿Lo haría? – Desde luego. – ¿Podrías impedírselo, Hubert?- No, supongo que no.

– Entonces, queridos muchachos, ¿me encuentro frente a un caso de amor fulminante?

Ninguno de los dos le contestó, pero Dinny dijo

– ¡Oh, sin duda; pude verlo en el campo de croquet, en Lippinghall!

Hilary asintió.

– Bueno, éste es un tanto en favor vuestro. A mí me sucedió lo mismo y jamás tuve que arrepentirme de ello. ¿Es realmente probable tu extradición, Hubert

– No – contestó Jean.

– ¿Tú que dices, Hubert?

– No lo sé. Papá está preocupado, pero varias personas hacen lo que pueden. Tengo esta cicatriz, ¿sabes? – y se subió la manga.

Hilary movió la cabeza – Es una suerte.

Hubert hizo una mueca. Con aquel clima infernal no había sido precisamente una suerte.

– ¿Ya has conseguido el permiso? – Afín no.

– Cuando te lo concedan, os casaré. – ¿De veras?

– Sí. Puede que me equivoque, pero no lo creo.

– No se equivoca usted – aseguró Jean, cogiéndole una mano -. ¿Le irá bien mañana por la tarde, a las dos, señor Cherrell?

– Déjeme mirar mis notas. – Echó un vistazo y asintió. – ¡Estupendo! – gritó Jean -. Ahora Hubert y yo iremos a recoger el permiso.

– Te estoy sumamente agradecido, tío – repuso Hubert -, si crees realmente que no es hacer las cosas con los pies.

– Querido muchacho – dijo Hilary -, dado que piensas unirte a una muchacha como Jean, debes esperarte cosas de este tipo. Aurevoir. ¡Que Dios os bendiga!

Cuando hubieron salido, se volvió hacia Dinny.

– Estoy muy conmovido, Dinny. Ha sido un cumplido encantador. ¿Quién ha pensado en ello?

– Jean.

– Entonces o es una buena conocedora de caracteres o no los conoce en absoluto. No sé a qué atenerme. Pero desde luego el trabajo se ha hecho rápidamente. Eran las diez y cinco cuando habéis entrado y ahora son las diez y catorce. No sé si alguna vez he dispuesto de la vida de dos personas en menos tiempo. Los Tasburgh no tienen graves defectos, ¿verdad?

– No. Simplemente parecen un poco precipitados.

– En resumidas cuentas, me agrada que sean precipitados. Por lo general eso indica un buen fondo.

– Tienen el sabor de Zeebruggee.

– ¡Ah! Jean tiene un hermano marino, ¿verdad? Dinny parpadeó.

– ¿Y…?

– Yo no soy precipitada, tío. – ¿Sostenedora y cargadora? – Sobre todo sostenedora: Hilary miró afectuosamente a su sobrina y sonrió

– Ojos azules, ojos sinceros. Acabaré casándote yo, Dinny. Ahora dispénsame. He de ver a un hombre que se ha enredado con el sistema de pago a plazos. No puede salirse del lío. Está nadando como un perro en un lago de riberas demasiado altas. Por lo demás, la muchacha que viste el otro día en el Tribunal está aquí con tu tía. ¿Quieres interesarte por ella? Me temo que es lo que se llama un problema insoluble, lo que en otras palabras significa un ejemplo de la humana naturaleza. Prueba a resolverlo.

– Me gustaría mucho, pero no estoy segura de que ella piense lo mismo.

– No lo sé. De muchacha a muchacha lograrías que te dijera una porción de cosas y no me extrañaría si muchas de ellas fuesen malas. Esto es cinismo – añadió -, pero de vez en cuando el cinismo es un alivio.

– Debe serlo, tío.

– Es en esto donde los católicos romanos tienen una ventaja sobre nosotros. Bueno, adiós, Dinny. Nos veremos mañana por la tarde durante la ceremonia.

– Cerró bajo llave sus cuentas y la siguió hasta el vestíbulo. Al abrir la puerta del comedor, dijo

– Amor mío, aquí tienes a Dinny. Estaré de vuelta a la hora del almuerzo – y se marchó, sin ponerse el sombrero.

CAPITULO XX

Las dos muchachas salieron juntas de la Vicaría, dirigiéndose hacia South Square, donde le pedirían a Fleur otra recomendación.

– Me temo – dijo Dinny, venciendo su timidez – que de estar en su lugar tendría deseos de vengarme de alguien. No comprendo por qué tuvo que dejar usted su empleo.

Veía que la joven la miraba de soslayo, como si vacilara en decir o no lo que tenía en la mente.