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Diana se dirigió a la ventana y allí se quedó un rato, dándole la espalda a Dinny. Luego se volvió repentinamente.

– Me he decidido, Dinny. No quiero faltarle en ningún aspecto. Si hay algo que yo pueda hacer para serle útil, lo haré. -¡Bendita seas! – exclamó Dinny -. Yo te ayudaré.: Sin querer escuchar nada más, salió de la habitación y bajó las escaleras. Ya fuera de la casa, mientras pasaba bajo las ventanas del comedor, tuvo de nuevo la sensación de que la estaban mirando dos ojos brillantes y abrasadores. Hasta South Square se cernió sobre ella un sentimiento de trágica injusticia. Durante el almuerzo, Fleur dijo

– Es inútil que te preocupes hasta que suceda algo, Dinny: Es una suerte que Adrián sea tan angelical. Pero éste es un magnífico ejemplo de la impotencia de la ley. Aunque Diana hubiese podido separarse, no hubiera impedido que Férse volviera a ella y que ella sintiera hacia él lo que en realidad siente. La Ley no puede tocar el lado humano de…las cosas. ¿Está Diana enamorada de Adrián?

– No lo creo.

– ¿Estás segura?

– No, no lo estoy. Encuentro ya bastante difícil saber lo que sucede dentro de mí.

– Lo cual me recuerda que tu americano te ha telefoneado. Quiere venir.

– Bueno, que venga. Pero yo estaré en Oakley Street. Fleur le lanzó una mirada astuta.

– En tal caso, ¿he de apostar por el marino? – No. Apuesta por vieja solterona.

– ¡Vaya cosas dices!

– No sé lo que gana una casándose Fleur respondió con una dura sonrisa.

– No podemos quedarnos parados, ¿sabes, Dinny? Por lo menos, no nos quedamos parados: Es demasiado aburrido.

– Tú eres moderna, Fleur, en tanto que yo pertenezco a la Edad Media.

– Es cierto que tienes en el rostro algo de los primitivos italianos. Pero éstos no escapaban del matrimonio. No alimentes esperanzas lisonjeras. Más tarde o más temprano, estarás cansada de ti misma, ¡y entonces…!

Dinny la miró, sorprendida por esa llama de discernimiento en su desilusionada prima.

– ¿Qué has ganado tú, Fleur?

– Por lo menos, soy una mujer completa _ contestó Fleur, secamente.

– ¿Te refieres a los niños?

– Dicen que son posibles sin matrimonios, pero improbables. Para ti, Dinny, serían imposibles. Estás bajo la influencia del espíritu de los antepasados; las familias verdaderamente antiguas tienen una tendencia hereditaria hacia la legitimidad. Sin ella, ¿comprendes?, no pueden ser realmente antiguas. Dinny frunció el entrecejo.

– Jamás lo he pensado, pero, desde luego, me repugnaría mucho tener un hijo ilegítimo. A propósito, ¿le has dado uña recomendación a esa muchacha?

– SÍ; no veo razón alguna para que no haga de maniquí. Es bastante esbelta. No le doy más de un año de vida laboral en lo que se refiere a su figura de efebo. Después, créeme, las faldas se alargarán y volveremos a las curvas.

– Algo degradante, ¿no es cierto? – ¿El qué?

– Cambiar completamente de figura, de cabellos y de todo lo demás.

– Es beneficioso para el comercio. Nos abandonamos en manos de los hombres, para poderlos tener en las nuestras. La filosofía del vampiro.

– La vida de maniquí no le ofrecerá a esa muchacha muchas oportunidades para continuar por el buen camino, ¿verdad?

– Yo diría que mayores. Podría incluso casarse. Pero una cosa a la que siempre me niego es a ocuparme de la moralidad de los demás. Supongo que en Condaford conservaréis las apariencias, puesto que estáis allí desde los tiempos de la Conquista.

A propósito, ¿ha tomado ya tu. padre sus precauciones contra los impuestos de sucesión?

– No es viejo, Fleur.

– No, pero la gente muere, aunque no sea vieja. ¿Posee algo además de las tierras?

– únicamente su pensión. – ¿No hay mucha madera?

– Detesto la idea de talar los árboles. No puedo soportar que doscientos años de formación y de energía se pierdan en una hora. Es repugnante.

– Por lo general, querida, no hay otra solución, salvo la de venderlo todo y marcharse.

– Ya nos arreglaremos -dijo Dinny con brevedad-. Jamás perderemos Condaford.

– No te olvides de Jean.

– Tampoco ella lo dejaría. Los Tasburgh son tan antiguos como nosotros.

– Admitido. Pero esa joven es una mujer de variedad y energía infinitas. Jamás querrá vegetar.

– Vivir en Condaford no es vegetar.

– No te agites, Dinny; yo sólo pienso en vuestro bien. No quiero ver que os manden a paseo, como no deseo que Sir pierda Lippinghall. Michael, en estas cosas, no tiene principio alguno. Dice que si él constituye una de las raíces del país, tanto peor para el país. Esto es idiota, desde luego. – Con repentina seriedad, añadió -: Nunca sabré explicarle a nadie con qué oro tan puro está forjado Michael. – Luego, como dándose cuenta de la sorpresa que expresaban los ojos de Dinny, preguntó-: ¿ Así puedo borrar al americano?

– . Puedes hacerlo. ¿Tres mil millas entre Condaford y yo: ¡ No, señora!

– Entonces creo que deberías darle al pobre diablo el golpe de gracia, porqué, confidencialmente, me ha dicho que eres lo que él llama su ideal.

– ¿Otra vez esa palabra? ¡No! – exclamó Dinny.

– Sí, de veras. Y además me ha dicho que está loco por ti. – Eso no significa nada.

Dicho por un hombre que va hasta el fin del mundo para descubrir las raíces de la civilización, probablemente significa mucho. La mayor parte de la gente iría hasta el fin del mundo para no descubrirlas.

– En cuanto esté solucionado el asunto de Hubert – repuso Dinny – acabaré con esta locura.

– Creo que para hacerlo deberías ponerte el velo de novia. Estarás muy graciosa cogida del brazo del marino, entre dos filas de campesinos, en una atmósfera feudal y con acompañamiento de música alemana. ¡Ojala pueda verte!

– ¡No me casaré con nadie!

– Bueno, entre tanto, ¿tenemos que llamar a Adrián?

En su casa contestaron que estaría de regreso a las cuatro. Le dejaron recado de que se llegara a South Square y Dinny subió a su habitación para poner en orden sus cosas. Cuando bajó, a las tres y media, vio en el perchero un sombrero cuyas alas no le parecieron desconocidas. Se deslizó de: nuevo hacia la sala, y oyó una voz

– ¡Bien! i Qué suerte! Temí no encontrarla.

Dinny tendió una mano a Hallorsen y ambos entraron en la salita de Fleur donde, entre los muebles estilo Luís XV, él aparecía absurdamente masculino.

– Deseaba comunicarle, señorita Cherrell, cuanto he podido hacer en favor de su hermano. He arreglado las cosas de modo que nuestro cónsul en La Paz enviará por cable la declaración jurada de Manuel, conforme él vio cómo el capitán Cheirell era agredido con un cuchillo. Si sus compatriotas tienen una pizca de sentido común, esto debería ser suficiente para. disculpar a su hermano. Hay que hacer acabar este juego de locos, aunque yo tenga que volver personalmente a Bolivia.

– Le doy infinitas gracias, profesor.

– ¡Vaya! No hay nada que yo no esté dispuesto a hacer en favor de su hermano. He llegado a quererle como si fuera. hijo mío.

En estas portentosas palabras había tan gran sencillez y calurosidad generosa que le dieron a Dinny la sensación de haberse vuelto pequeña e insignificante.

– Tiene usted aspecto de no encontrarse muy bien – dijo él repentinamente -. Si hay algo que le cause disgusto, dígamelo y 1o arreglaré.

Linny le contó el regreso de Ferse.

– ¡Esa señora tan hermosa ¡¡ Mal asunto ¡Pero a lo mejor le quiere, de modo que al cabo de poco resultará un alivio para ella.

– Voy a vivir con ella.

– ¡ Es usted muy valiente ¡ ¿ Es peligroso él capitán Yerse?

– Todavía no lo sabemos.

Él se metió una mano en el bolsillo y sacó un pequeño -revólver automático.

– Póngase esto en la maleta. Es el tipo más pequeño que se fabrica. Lo compré para venir aquí, visto que ustedes no suelen pasearse con pistolas