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La mañana del día de los esponsales de Hubert, estaba volviendo las páginas de un catálogo de bulbos cuando le entregaron la tarjeta de visita de sir Lawrence, seguida inmediatamente de su propietario.

– Bobbie, ¿sabe usted a qué he venido? ~ preguntó casi en seguida.

– Lo sé perfectamente – contestó Bobbie, con sus ojos redondos, la cabeza echada hacia atrás y la voz profunda.

– ¿Vio usted al marqués?

– Ayer almorcé con él. ¿No es un hombre asombroso?

– El más grande de nuestros ancianos – repuso sir Lawrence -. ¿Qué va usted a hacer? El viejo sir Conway Cherrell fue el mejor embajador en España que salió de esta casa. Además, se trata de un novio.

– ¿De veras tiene una cicatriz? – inquirió Bobbie Ferrar, haciendo una mueca.

– ¡Claro que sí!

– ¿De veras le hirieron en aquella ocasión?

– ¡Usted es la imagen del escepticismo! Sí, en aquella ocasión.

– ¡Asombroso! – ¿Por qué? Bobbie Ferrar descubrió los dientes. – ¿Quién puede demostrarlo?

– Hallorsen está buscando una prueba.

– Eso no atañe a nuestro departamento, bien lo sabe usted. – ¿No? Pero desde aquí puede alcanzar el Ministerio del Interior.

– ¡Hum! -dijo Bobbie Ferrar.

– En todo caso, se puede pedir el parecer de los bolivianos al respecto.

– ¡Hum! – dijo Bobbie Ferrar, aun más profundamente. Acto seguido le tendió el catálogo -. ¿Conoce usted esta nueva variedad de tulipán? Perfecta, ¿verdad?

– Escuche, Bobbie – dijo sir Lawrence -. Se trata de mi sobrino. Es realmente un apedazo de pan». Y esto no marcha, ¿comprende?

– Vivimos en un período eminentemente democrático – fue la respuesta tenebrosa de Bobbie Ferrar -. Hubo una interpelación-en la Cámara, ¿verdad?… ¿Se trataba de fustigación?

– Si continúan haciendo tantas tonterías, podemos sacar a relucir la honra nacional. Hallorsen ha retirado sus críticas. Bien; dejo el asunto en sus manos. Usted no se comprometería aunque me quedase aquí toda la mañana. Pero hará usted lo que pueda porque, en realidad, es una acusación escandalosa. – Perfectamente – repuso Bobbie Ferrar -. ¿Le gustaría asistir al proceso por el asesinato de Croydon? Es extraordinario. Tengo dos plazas. Le ofrecí una á mi tío, pero no quiere presenciar ningún proceso hasta que introduzcan la silla eléctrica.

– ¿Es realmente culpable Bobbie Ferrar asintió.

– Las pruebas son muy inciertas – añadió. -Bueno, Bobbie, hasta la vista. Cuento con usted. Bobbie Ferrar hizo otra mueca y le tendió la mano. – Adiós – masculló.

Sir Lawrence se llegó hasta la Coffee House, donde el conserje le tendió un telegrama: «Voy a casarme Jean Tasburgh dos en punto hoy St. Agustine's-in-the-Meads felicísimo verte y a tia Em. Hubert.»

Entrando en la sala del café, sir Lawrence le dijo al maitre - Butts, he de ir a la boda de un sobrino mío. Sírvame de prisa.

Veinte minutos más tarde estaba en un taxi, en dirección a St. Agustine's. Llegó poco antes de las dos y encontró a Dinny en el momento en que subía las escaleras.

– Tienes un aspecto pálido e interesante, Dinny. – Estoy pálida e interesante, tío Lawrence. – Este acontecimiento parece algo repentino.

– Jean lo quiso así. Me siento terriblemente responsable. Yo se la presenté, ¿comprendes?

Entraron en la iglesia y se dirigieron hacia los primeros bancos. Salvo el general, lady Cherrell, la mujer de Hilary y Hubert, no había más que dos curiosos y un sacristán. Alguien pasaba los dedos por el teclado del órgano. Sir Lawrence y Dinny se sentaron en un banco solitario.

– No me sabe mal que Em no esté aquí – dijo él en voz baja -. Siempre llora. Cuando te cases, Dinny, pon en las tarjetas de invitación, «Se ruega no derramar lágrimas». ¿ Qué será que produce tanta humedad con ocasión del matrimonio? Incluso los sacristanes lloran.

– Es el velo -cuchicheó Dinny -. Hoy nadie llorará porque no lo hay. ¡Mira! ¡Fleur y Michael!

Sir Lawrence volvió su monóculo hacia ellos mientras atravesaban la nave.

– Han pasado ocho años desde que les vimos casarse. En resumidas cuentas, no hicieron mal.

– No – murmuró Dinny -. El otro día Fleur me dijo que Michael está forjado de oro puro.

– ¿Eso dijo? ¡Bien! Hubo momentos, Dinny, en que tuve mis dudas.

– No sobre Michael.

– No, no. Realmente es un hombre de primera calidad. Pero Fleur ha perturbado más de una vez la paz de su palomar. 'Sea como fuere, después de la muerte de su padre, su conducta r: ha sido ejemplar. ¡Ahí vienen!

Las notas del órgano dieron el aviso. Alan Tasburgh y Jean, cogidos del brazo, avanzaron por la nave. Dinny admiraba el aspecto firme del joven. En cuanto a Jean, parecía la imagen de la salud y de la vitalidad. Hubert, con las manos en la espalda, como si estuviera en posición de «descansen», se volvió mientras ella se acercaba y Dinny vio que su rostro, moreno, arrugado, se iluminaba como si el sol lo hubiese inundado. Una sensación de sofoco le oprimió la garganta. Luego vio que Hilary, revestido con sobrepelliz, había llegado pausadamente y esperaba.

«Me encanta tío Hilary», pensó. Este había empezado a hablar.

Contrariamente a lo que solía hacer en la iglesia, Dinny escuchó. Aguardó la palabra «obedecer»: no vino; aguardó las alusiones a las relaciones íntimas: fueron omitidas. Ahora Hilary rezaba. Habían llegado al «Padrenuestro». Ya se dirigían a la sacristía. ¡Qué extraña brevedad!

Estaba de rodillas y se puso en pie.

– Completamente asombroso – cuchicheó sir Lawrence -~ como diría Bobbie Ferrar. ¿Adónde irán después?

– Al teatro. Jean desea quedarse en Londres. Ha encontrado un departamento en una casa para trabajadores.

– La calma que precede a la tempestad. No sé qué daría para que el asunto de Hubert hubiera terminado, querida Dinny.

Ahora salían de la sacristía y el órgano comenzó a tocar la «Marcha nupcial» de Mendelssohn. Mirando a la pareja que atravesaba la nave, Dinny tuvo una sensación de exaltación y de abandono, de celos y de satisfacción. Luego, viendo que también Alan parecía tener sentimientos, salió del banco para reunirse con Fleur y Michael; pero, descubriendo a Adrián cerca de la entrada, se dirigió hacia él.

– ¿Qué noticias traes, Dinny?

– Por ahora buenas, tío. Vuelvo allí en seguida.

Con el afán popular de experimentar emociones de segunda mano, un pequeño grupo de feligreses de Hilary habíase reunido afuera. Se oyeron vítores y aclamaciones cuando Jean y Hubert partieron en el pequeño coche oscuro y se alejaron. – Sube al taxi conmigo, tío – dijo Dinny.

– ¿Crees que a Ferse le molesta tu presencia? – preguntó Adrián en el taxi.

– Es muy educado y casi no habla. Sus ojos siempre están fijos en Diana. Lo siento terriblemente por él.

Adrián asintió. – ¿Y ella?

– Maravillosa; como si no ocurriera nada anormal. El no quiere salir. Se queda en el comedor y acecha continuamente desde allí.

– El mundo debe antojársele una conspiración. Si permanece cuerdo por algún tiempo, perderá esta sensación.

– Pero, ¿volverá a perder la razón? Hay casos de restablecimiento total, ¿no es cierto?

– Por lo que he podido comprender, no será así. Tiene en contra la herencia y el temperamento.

– Normalmente, me hubiera podido ser muy simpático. Tiene un rostro lleno de audacia, pero sus ojos asustan.

– ¿Le has visto con los niños?