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– ¡Oh, no, tía Em! Por favor, que no hagan nada que tú no puedas comer.

– De momento no puedo comer nada. Vuestro tío está engordando, de modo que yo estoy a régimen para adelgazar. Además, Blox, que prepare unos souflés de queso, vino y café.

– ¡Pero eso es terrible, tía Em!

– Y uvas, Blox. Y los cigarrillos que están en el cuarto del señorito Michael. Vuestro tío no los fuma y yo los fumo más fuertes. Y, Blox…

– ¿Sí, milady? – Cócteles, Blox.

– Tía Em, _jamás bebemos cócteles.

– Eso no es verdad; yo os los he visto hacer, Clara, estás delgada; ¿también haces tú la cura para adelgazar?

– No. He estado en Escocia, tía Em.

– Siguiendo a los fusiles y marchando de pesca. Ahora id a dar una vuelta por la casa. Os esperaré.

Mientras daban una vuelta por la casa, Clara le preguntó a Dinny

– ¿Por qué será que tía Em habla de ese modo deshilvanado y estrafalario?

– Papá me dijo una vez que estuvo en un colegio donde intentaban introducir un nuevo modo de hablar. Era gente moderna, ¿sabes? Pero, ¿no la encuentras deliciosa?

Clara asintió mientras se retocaba los labios con su barrita de carmín.

Al volver a entrar en el comedor oyeron que lady Mont decía

– Los pantalones de James, Blox.

Sí, milady.

– Parece como si quisieran caerse. ¿No se les puede hacer algo?

Vio a sus sobrinas y exclamó

– ¡Ya estáis aquí! Vuestra tía Wilmet ha ido a pasar una temporada en casa de Hen, Dinny. Diferirán sobre el lugar. Tenéis un poco de caza fría para cada una. Dinny, ¿qué has estado haciendo con Alan? Tiene un aspecto muy interesante y mañana termina su permiso.

– No he hecho nada con él, tía Em.

– Entonces es por eso. No, déme mis zanahorias, Blox. ¿No vas a casarte con él? Sé que tiene una herencia pendiente de la Cancillería. No sé si es en Wiltshire. El hecho es que viene aquí a esconder su rostro en mi regazo, por amor tuyo. Bajo la mirada de Clara, Dinny permanecía inmóvil con el tenedor en el aire.

– Si no tienes cuidado le trasladarán a China y se casará con la hija de un comerciante de víveres. Dicen que Hong Kong está atestado de ellas. ¡Oh! Y mis portulacas se han muerto, Dinny. Boswell y Johnson cometieron la torpeza de regarlas con abono líquido. No tienen el sentido del olfato. ¿Sabes qué hicieron una vez?

– No, tía Em.

– Contagiaron la fiebre del heno a mi conejo de raza. Estornudaban encima de la jaula y el pobrecillo se murió. Les he dicho que se marchen, pero no se han ido. Tu tío los mima demasiado. ¿Has de tomar estado, Clara?

– ¿Tomar estado?

– Me parece una expresión muy hermosa. Los diarios ignorantes la usan. Así, ¿has de tomar estado, Clara?

– Desde luego que no.

– ¿Por qué? ¿No tienes tiempo? Realmente no me gustan las zanahorias… ¡son tan deprimentes! Pero vuestro tío ha llegado a un período de la vida que me obliga a andar con cuidado. Yo no sé por qué los hombres tienen estos períodos. A decir verdad, ya tendría que haberlo pasado.

– Ya lo ha pasado, tía Em. Tío Lawrence tiene sesenta años, ¿no lo sabías?

– Pero todavía no ha dado señal alguna. ¡Blox! – ¿Milady?

– ¡Váyase! – Si, milady.

– Hay algunas cosas – dijo lady Mont, cuando la puerta se hubo cerrado – que no se pueden decir en presencia de Blox. El control de la natalidad, vuestro tío y otras cosas así. ¡Pobre Pussy!

Se levantó y, dirigiéndose a la ventana, dejó caer un gato en medio de un cuadrado de flores.

– Blox tiene con ella una paciencia verdaderamente angelical – cuchicheó Dinny.

– Se desvían a los cuarenta y cinco años – prosiguió lady Mont, volviendo a sentarse -, se desvían a los sesenta y cinco, y no sé cuántas veces después de esta edad. Yo jamás me he desviado. Pero pienso hacerlo pronto, con el Rector.

– ¿Está muy solitario ahora, tía Em?

– No – contestó lady Mont -. Está perfectamente. Viene aquí muy a menudo.

– ¡Sería delicioso si pudieras provocar un escándalo! – ¡Dinny!

– ¡Lo que se divertiría tío Lawrence!

Lady Mont pareció entrar en una especie de coma.

– ¿Dónde está Blox? – preguntó -. Bien pensado, quiero comer uno de esos bollos.

– Le has mandado salir. -¡Oh!, es verdad.

– ¿Puedo apoyar los pies sobre la estufa, tía Em? – dijo Clara -. Está debajo de mi silla.

– La he puesto ahí para tu tío. Me está leyendo los Viajes de Gulliver, Dinny. Aquel hombre era muy vulgar, ¿sabes? – No tanto como Rabelais, o incluso como Voltaire.

- ¿Tú lees libros vulgares? – Bueno, éstos son clásicos.

– Dicen que había un libro… Se llamaba Aquiles o algo parecido. Tu tío lo compró en París y se lo quitaron en Dover. ¿Lo has leído?

– No – respondió Dinny. – Yo si – declaró Clara.

– Por lo que me dijo tu tío, no hubieses debido leerlo.

– Oh, ahora uno lo lee todo, tía. Eso no significa nada. Lady Mont miró primero a una de sus sobrinas y luego a la otra.

– Bien – dijo, misteriosamente -, también está la Biblia. Blox!

– ¿Milady?

– Tomaremos el café en el vestíbulo, sobre el tigre. Y ponga unos tacos en la chimenea. Mi Vichy.

Cuando hubo- bebido su vaso de Vichy se levantaron.

– ¡Es maravillosa! -murmuró Clara al oído de – Dinny.

– ¿Qué estáis haciendo a propósito de Hubert? – inquirió lady Mont, una vez frente a la chimenea del vestíbulo.

– Sudamos, tía.

– Le he dicho a Wilmet que hable de ello con Hen. Está en relación con los reales, ¿sabéis? Luego está la aviación. ¿No podría volar a alguna parte?

– Tío Lawrence salió fiador por él.

– No le importaría. Podemos prescindir de James, pues tiene adenoides. También podríamos tener a un hombre solo en lugar de Boswell y Johnson.

– Pero a Hubert sí le importaría.

– Quiero a Hubert -repuso lady Mont -, y estando casado es demasiado pronto. ¡Aquí llega el taco!

Entró Blox trayendo el café y los cigarrillos, seguido de James, que portaba un tronco de madera de cedro. Lady Mout preparó el café, en medio de un religioso silencio.

– ¿Azúcar, Dinny?

– Dos cucharaditas, por favor.

– Yo, tres. Sé que me engorda. ¿Tú, Clara? – Una, por favor.

Las muchachas lo bebieron paladeándolo, y Clara suspiró – ¡Estupendo!

– Tía Em, ¿por qué tu café es siempre mejor que cualquier otro?

– Estoy de acuerdo – asintió su tía -. A propósito de aquel pobre hombre, Dinny, me alegré mucho al saber que no os había mordido. Ahora Adrián podrá casarse con Diana. Es un consuelo.

– Aguardará algún tiempo, tía. Tío Adrián se va a América.

– Pero, ¿por qué?

– Todos hemos pensado que es lo mejor.

– – Cuando se vaya al cielo – dijo lady Mont -, alguien tendrá que acompañarle, pues de otro modo no llegará.

– Seguramente tendrá un sitio reservado.

– Eso no se sabe. El Rector hizo un sermón sobre este tema.el pasado domingo.

– ¿Predica bien?

– Bueno, agradablemente.

– Supongo que era Jean quien le redactaba los sermones.

– Sí, antes tenían más chispa. Dinny, ¿de dónde he sacado esta palabra?

– De Michael, probablemente.

– Siempre las sabe todas. El Rector dijo que debemos mortificarnos. Vino aquí a almorzar.

– Y se atiborró bien, ¿verdad? Sí.