Dinny dejó caer el Diario como si la hubiese pinchado y permaneció de pie con el rostro transfigurado. No eran las palabras leídas las que habían producido éste cambio, dado que apenas si comprendía lo que significaban. ¡No! Había tenido una inspiración y no lograba comprender por qué no se le había ocurrido antes. Corrió al teléfono y marcó el número de Fleur. – ¿Diga?
– Fleur, necesito a Michael. ¿Está en casa? – Sí. ¡Michael! Dinny quiere hablarte.
– Oye, Michael, ¿podrías venir aquí en seguida? Se me ha ocurrido una idea, pero preferiría no hablar por teléfono. ¿O bien quieres que vaya yo a tu casa? ¿Puedes venir tú?
– ¡Bien! Dile a Fleur que venga también ella, si quiere. O si no, tráete contigo a su espíritu.
Michael llegó diez minutos más tarde. Algo en el tono de la voz de Dinny parecía haber penetrado en él, porque tenía un aire de vivaz y atareada excitación. Ella le llevó a un ángulo de la salita, debajo de la jaula del loro.
– Mi querido Michael, me ha venido de repente la siguiente idea: si pudiéramos hacer imprimir el Diario de Hubert – unas 15.000 palabras, aproximadamente – y tenerlo a punto de publicación con un hermoso título, como «Traicionado», o algo semejante…
– «Abandonado» – sugirió Michael.
– Sí, «Abandonado». Bueno, yo pienso que en un caso así podríamos dárselo a conocer al secretario de Estado, como cosa que está a punto de salir con un prefacio combativo. Mi opinión es que eso quizá podría impedirle dictar la orden de extradición. Con un título así,- ese prefacio y un buen empujón por parte de la Prensa constituiría una verdadera sensación y le resultaría sumamente desagradable. Podemos hacer las cosas de manera que el prefacio insista sobre la deserción de sus compatriotas y sobre la pusilanimidad y sumisión frente a los extranjeros, con todo lo que sigue. Los periódicos se ocuparían de ello si estuviese bien encauzado en este tono.
Michael se alborotó los cabellos.
– Es una idea, Dinny, pero hay que considerar muchos puntos: el primero, cómo hacerlo sin que adquiera el aspecto de un chantaje. Si no podemos evitar esto, es mejor renunciar. Si Walter se huele un chantaje, estoy seguro de que no se mostrará indulgente.
– Pero todo estriba en hacerle comprender que, si firma la orden, tendrá que arrepentirse.
– Mi querida niña – dijo Michael, expulsando el humo sobre el loro -, ha de ser una cosa mucho más sutil que ésa. Tú no conoces a los políticos. Es necesario inducirles a que hagan espontáneamente y por altas razones lo que ha de redundar en su propio beneficio. Debemos inducir a Walter a obrar por una baja razón y hacerle creer que es por una causa elevada. Esto es indispensable.
– ¿No basta con que él diga que es una razón elevada? Es decir, ¿es necesario que lo sienta?
– Por lo menos lo ha de sentir a la luz del día. Lo que siente a las tres de la madrugada no cuenta. No es un necio, ¿sabes? Yo creo – y se alborotó de nuevo los cabellos – que el único hombre que puede llevar el asunto a buen fin es Bobbie Ferrar. Ése conoce a Walter de arriba abajo y viceversa.
– ¿Es un hombre agradable? ¿Lo haría?
Bobbie es una esfinge, pero una esfinge muy buena. Y conoce a todo el mundo. Es una especie de estación receptora que lo oye todo. De modo que nosotros no tendríamos que F' aparecer directamente en ningún caso.
– ¿No deberíamos ante todo hacer imprimir el Diario, de manera que su difusión parezca inminente?
– Sí, pero la llave de todo está en el prefacio. – ¿Cómo?
– Lo que nos hace falta es que Walter lea el Diario impreso y que llegue a la conclusión de que dictar la orden de extradición sería una cosa malditamente cruel para Hubert…, lo cual, desde luego, es cierto. En otras palabras, nosotros debemos satisfacer a su conciencia intima. Después de todo esto, lo que yo imagino que Walter se dirá a sí mismo es lo siguiente: «Sí, dura suerte para el joven Cherrell, dura suerte. Pero el magistrado le ha enviado a la cárcel, y los bolivianos están haciendo presión. Por otra parte, él pertenece a la clase superior, y uno debe tener cuidado de no dar la sensación de que se favorece a los privilegiados…»
– Me parece qué eso es demasiado injusto – le interrumpió Dinny con fogosidad -. ¿Por qué la suerte ha de ser más dura con una persona, sólo porque tiene la ventura de ser fulano, mengano o zutano? A eso yo lo llamo cobardía.
– ¡Ah, Dinny! Tengo la certeza de que en estas cosas todos somos cobardes. Pero sigamos con lo que probablemente se dirá Walter: «Las concesiones no deben hacerse a la ligera. Los pequeños países esperan ser tratados por nosotros con especial consideración».
– Pero, ¿por qué? -empezó de nuevo Dinny -. Eso parece…
Michael levantó una mano.
– Ya lo sé, Dinny, ya lo sé. Este me parece el momento psicológico en que Bobbie podría intervenir diciendo: «Creo que hay también un prefacio. Alguien me lo ha enseñado. En dicho prefacio se sostiene que Inglaterra siempre es generosa y justa a expensas de sus propios súbditos. Es una cosa bastante fuerte, sir. A la Prensa le encantará. El dicho «Nunca sabemos sostener a nuestra gente» es siempre popular. Y usted sabe que a menudo me ha parecido, sir, que un hombre fuerte como usted debería hacer algo para borrar esa impresión, según la cual no sabemos respaldar a nuestra gente. No tendría que ser así, puede que no sea así, pero esa impresión existe y es muy fuerte. El hecho es que usted, quizá mejor que cualquier otro, lograría equilibrar la balanza. Este caso particular no sería una ocasión del todo mala para hacer variar la opinión a este propósito. No dictar la orden sería de por sí un acto de justicia, según mi modo de ver. Porque la herida es auténtica y el disparo fue realmente hecho en defensa propia. En mi opinión, sería un bien para el país hacerle sentir que puede contar con las autoridades constituidas.» Si las cosas se desarrollan así, Walter tendrá la sensación, no de evitar un ataque, sino de disponerse valerosamente a hacer algo que sería un bien para el país, cosa ésta indispensable en el caso de un hombre político. – Y Michael alzó los ojos -. Walter – continuó – es muy capaz de comprender que el prefacio no aparecerá si él no extiende la orden de extradición. Creo que será sincero consigo mismo en el corazón de la noche, pero si a las seis de la tarde siente-que no dictando la orden comete un acto de valentía, lo que piensa a las tres de la madrugada no tiene importancia alguna. ¿Comprendes?