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– Pero, ¿juzgará Bobbie que la cosa tiene la suficiente importancia como para hacer todo eso?

– Sí -contestó Michael -. Estoy seguro. Una vez mi padre le hizo un gran favor, y, además, -el viejo Shropshire es su tío.

– ¿Y quién podría redactar el prefacio?

– Creo que podré hacérselo redactar al viejo Blythe. En nuestro partido aún le temen, y cuando quiere hace temblar los corazones.

Dinny se oprimió las manos.

– ¿Crees que le gustará hacerlo? – Eso dependerá del Diario.

– En tal caso, creo que sí.

– ¿Puedo leerlo antes de que vaya a la imprenta?

– ¡Desde luego! El único inconveniente estriba en que Hubert no quiere que el Diario sea publicado.

– Está bien. Si produce el efecto deseado sobre Walter, y éste no extiende la orden, no será necesario publicarlo y, en caso contrario, tampoco será necesario hacerlo, porque sería «echar aceite sobre el fuego», como solía decir el viejo Forsyte.

– ¿Costará mucho la imprenta?

– No lo creo. Serán unas veinte libras, más o menos.

– Podré encontrarlas – dijo Dinny, que generalmente estaba sin blanca.

– ¡Oh, no te preocupes!

– La idea ha sido mía, Michael, y yo quisiera pagar lo que cueste. No tienes noción de lo horrible que es permanecer sentada sin hacer nada, mientras Hubert se halla en este trance. Tengo la sensación de que, una vez lo haya entregado, se habrá perdido toda esperanza.

– Es inútil profetizar cuando se trata de hombres políticos – repuso Michael -. La gente los aprecia poco. Son mucho más complicados de cuanto todos se figuran y a lo mejor resulta que tienen unos principios mejores. Desde luego, son mucho más astutos de lo que se cree. No obstante, creo que esto dará resultado, si podernos convencer a Blythe y a Bobbie Ferrar. Voy a buscar a Blythe y enviaré a Bart a ver a Bobbie. Entre i tanto, el manuscrito será impreso – y cogió el Diario Adiós, querida Dinny, y no te atormentes, si puedes evitarlo. Dinny le dio un beso y él salió. Hacia las diez la llamó por teléfono.

– Ya lo he leído, Dinny. Si esto no logra convencer a Walter, habremos de convenir que es bien duro de corazón. Estoy seguro de que no se quedará dormido al leerlo, como hizo el otro. Es un hombre de conciencia, a pesar de todo. Al fin y al cabo, éste es un caso de sobreseimiento, y está obligado a reconocer su seriedad. Una vez lo tenga en las manos, tiene que leerlo hasta el final; porque es un relato conmovedor, aparte la luz que echa sobre el incidente. De modo que, ánimo!

– ¡Que Dios te bendiga! -dijo Dinny, fervorosamente. Poco después se acostó, con el corazón mucho más ligero de cuanto lo había tenido durante aquellos dos últimos días. 331

CAPÍTULO XXXV

Durante los días que siguieron, largos e interminablemente lentos, Dinny se quedó en Mount Street para estar dispuesta a afrontar cualquier eventualidad. La mayor dificultad consistía en mantener ocultas las maquinaciones de Jean. Parecía que iba a lograrlo con todos, salvo con sir Lawrence, quien, levantando una ceja, dijo misteriosamente

– Pour une gaillarde, c'est une gaillarde! – y, encontrando la límpida mirada de Dinny, añadió: – ¡La verdadera virgen boticeliana! ¿Te gustaría ver a Bobbie Ferrar? Tenemos que almorzar juntos en los sótanos del «Dumourieux», en Drury Lane. Creo que comeremos a base de setas.

Dinny se había hecho tantas ideas sobre Bobbie Ferrar que, al verle, experimentó una gran desilusión. El clavel en el ojal, su modo de arrastrar las palabras, su rostro largo y blando, su mandíbula caída, no le inspiraban confianza.

– ¿Le gustan las setas, señorita Cherrell? – Las francesas, no.

– ¿No?

– Bobbie – dijo sir Lawrence, mirando alternativamente a los dos -, nadie le tomaría a usted por uno de los hombres más astutos de Europa. ¿Va usted a decimos que no llamará a Walter «hombre fuerte» cuando le hable del prefacio?

Bobbie dejó ver un discreto número de sus dientes uniformes.

– Yo no tengo influencia sobre Walter. – ¿Quién la tiene, pues?

– Nadie. Salvo…

– ¿Quién? – Walter. Antes de poderse dominar, Dinny dijo:

– Señor Ferrar, supongo que usted se da cuenta de lo que esto significa. Para mi hermano representa la muerte y para todos nosotros un dolor atroz.

Bobbie Ferrar miró en silencio su rostro sonrosado. En realidad, parecía que, durante la comida, no quisiese admitir ni prometer nada; pero cuando se levantaron de la mesa, mientras sir Lawrence pagaba la nota, le dijo

Señorita Cherrell, ¿le gustaría a usted acompañarme cuando vaya a hablar del asunto a Walter?

– Me gustaría muchísimo.

– En tal caso, que esto quede entre nosotros. Le haré saber el día y la hora.

Dinny juntó las manos y le sonrió.

– ¡Qué tipo tan original! – exclamó sir Lawrence, cuando se hubieron separado -. Realmente tiene un gran corazón. No puede tolerar la idea de que ahorquen a alguien. Sin embargo, presencia todos los procesos por asesinato. Odia las cárceles como si fueran veneno. Nadie lo diría.

– No – dijo Dinny, meditabunda.

– Bobbie – prosiguió sir Lawrence – podría ser el secretario particular de una Cheka, sin que se sospechase su ardiente deseo de meter a todos los jueces en aceite hirviendo. Es único. El Diario ya está en la imprenta y Blythe está redactando el prefacio. Walter regresará el viernes. ¿Has visto a Hubert? – No, pero iré a verle mañana, en compañía de papá.

– Me he abstenido de hacerte hablar, Dinny, pero esos jóvenes Tasburgh están maquinando algo, ¿no es así? Me he enterado casualmente de que Tasburgh no se halla en su buque. – ¿No?

– ¡La perfecta inocencia! – murmuró sir Lawrence -. Bueno, querida mía, no son necesarios ni signos ni miradas, pero espero de todo corazón que no obren antes de que todos los medios pacíficos hayan sido intentados.

– ¡Oh, no, desde luego que no!

– Pertenecen a esa especie de jóvenes que hacen creer en la historia. ¿Jamás se te ha ocurrido la idea de que la historia no es sino la documentación de las acciones de personas que han tomado las riendas en determinada situación, metiéndose a si mismos y a los demás en algún embrollo, y saliendo luego de él? Saben guisar en este restaurante, ¿verdad? Un día u otro, cuando tu tía haya acabado de adelgazar, la traeré aquí.

Y Dinny comprendió que el peligro de las interrogaciones ya había pasado.

Al día siguiente su padre vino a buscarla y se dirigieron a la cárcel. La tarde era ventosa y estaba cargada de la turbia melancolía de noviembre. La vista del edificio le dio la sensación de ser un perro a punto de gruñir. El Director, un oficial, les recibió con gran cortesía y con esa deferencia especial que suelen tener los subordinados para con sus superiores. No ocultó la simpatía que sentía por ellos a propósito ce la situación de Hubert y les concedió un límite de tiempo más largo del que permitían los reglamentos.

Hubert entró sonriendo. Dinny pensó que, de haber estado. sola, él quizás habría dejado entrever sus verdaderos sentimientos, pero que, frente a su padre, estaba decidido a tratar la cosa como si fuera una broma pesada. El general, que había permanecido silencioso y sombrío durante todo el camino, volvióse en seguida hablador y casi irónicamente divertido. Dinny no pudo dejar de notar, teniendo en cuenta la diferencia de edades, el parecido casi increíble que existía entre padre e hijo, tanto en el aspecto como en el continente. Había en ambos algo que jamás se desarrollaría completamente, o, mejor dicho, algo qué hablase desarrollado durante la primera juventud y que nunca más volvería á modificarse. Durante la entrevista, que duró media hora, ni el uno ni el otro hablaron de sus propios sentimientos. Fue un esfuerzo violento de sus almas y, por lo que a su intimidad se refiere, habría podido no tener lugar. Según Hubert, todo estaba perfectamente en orden, y no se sentía en absoluto preocupado; según el general, ya no era más que cuestión de días. Tenía mucho que hablar sobre la India Y sobre la intranquilidad que reinaba en la frontera. S61o cuando se estrecharon las manos, sus rostros mudaron completamente de expresión y sus ojos cambiaron una mirada grave y sencilla. Dinny-le dio un apretón de manos y un beso.