– Pero, ¿y si no se pararan en ningún puerto?
– Es casi seguro que se detendrán en alguna parte; pero, en caso contrario, tendrán preparada otra medida, de la que harán uso acercándose al barco. O, en último extremo, podrán intentar el truco del cajón a su llegada a América del Sur. En realidad, yo opino que eso sería lo más seguro, a pesar de que excluya el vuelo.
– Pero, ¿por qué se expone-e1 profesor Hallorsen a correr un riesgo tan grande?
– ¿Eres tú quien me lo pregunta, Dinny? – Es demasiado. No quiero que lo haga. – Pues bien, querida, yo sé que tiene la sensación de haber metido a Hubert en éste embrollo y que su idea es que debe sacarlo de él. Además, tienes que recordar que pertenece a una nación que está convencida de ser sumamente enérgica y que r'; cree ha de tomarse la justicia por su propia mano. Pero es el último hombre que sacaría un provecho de un favor. Y, final?: mente, es una carrera a tres piernas que está corriendo con el joven Tasburgh, que a su vez está empeñado en la misma empresa. De modo que para ti lo mismo da.
– Pero yo no quiero deberles nada a ninguno de los dos. Sencillamente, no se debe llegar a eso. Además, ¿crees tú que Hubert se prestará a ello?
Adrián contestó gravemente
– Creo que ya ha consentido, Dinny. De otro modo habría pedido un fiador. Cuando le hayan entregado a los bolivianos, probablemente no tendrá la sensación de quebrantar la Ley británica. Supongo que entre todos le han convencido de que no quieren correr un riesgo demasiado grande. Sin duda, se siente asqueado de todo y está dispuesto a cualquier cosa. No se te olvide que ha sido tratado con mucha injusticia y que está recién casado.
– Sí -admitió Dinny, con voz nuevamente serena-. Y tú. Tío ¿Qué tal están tus asuntos?
La respuesta de Adrián no fue menos serena
– Me diste un buen consejo y pienso irme en cuanto todo se haya arreglado.
CAPÍTULO XXXVI
La sensación de que esas cosas no podían suceder persistía en Dinny, incluso después de la entrevista con Adrián: las había leído en los libros demasiadas veces. No obstante, ¡había que tener en cuenta los folletines de los periódicos! El pensamiento de los diarios le dio una extraña tranquilidad y afirmó en ella la resolución de no permitir que en ellos apareciera el asunto de Hubert. El hecho es que le envió a Jean la gramática turca y se dedicó a estudiar los mapas que estaban en el despacho de sir Lawrence. Estudiaba también las fechas de partida de las líneas sudamericanas.
Dos días más tarde, sir Lawrence anunció, durante la comida, que Walter había regresado; pero que, después de las vacaciones, sin duda pasaría un poco de tiempo antes de que se ocupara de una cosa de tan poca enjundia como la de Hubert. – ¡Una cosa de poca enjundia! -exclamó Dinny -. De ella dependen su vida y nuestra felicidad!
– Querida mía, la vida y la felicidad de la gente constituyen el trabajo diario de un Secretario de Estado.
– Debe ser un cargo de lo más antipático. Yo lo detestaría.
– Bueno – repuso sir Lawrence -, creo que en eso difieres mucho de nuestros políticos. Lo que un político detesta, es no tener qué hacer con la vida y la felicidad de la gente. Está preparado nuestro bluff en el caso de que se plantee pronto la cuestión de Hubert?
– El Diario está impreso.y el prefacio ya está redactado.
Yo no lo he visto, pero Michael me ha dicho que es una verdadera obra maestra.
– ¡ Bien! Las obras maestras del señor Blythe no conceden tregua. Bobbie nos avisará cuando llegue nuestro turno. ¿Quién es Bobbie? – preguntó lady Mont.
– Una institución, querida.
– Blox, recuérdeme que tengo que escribir a propósito de aquel cachorro de perro pastor.
– Sí, milady.
– Cuando su morro es casi todo blanco, tienen una especie de locura divina. ¿Lo has notado, Dinny? Y todos se llaman Bobbie.
– ¿Hay algo menos divinamente loco que nuestro Bobbie, Dinny?
– ¿Siempre hace lo que dice, tío? – Sí. Por Bobbie puedes apostar.
– ¡ Tengo muchas ganas de ver las pruebas de los perros pastores! – dijo lady Mont -. Son animales inteligentes. Dicen que saben exactamente a qué ovejas no tienen que morder. ¡ Y son tan flacos! Todo pelo e inteligencia. Hen tiene dos… A propósito de tus cabellos, Dinny…
– ¿Qué, tía Em?
– ¿Guardaste los que te hiciste cortar? -Sí, tía.
– Entonces no los dejes salir de la familia. Dicen que volveremos de nuevo a lo antiguo. Antiguas, pero modernas, ¿sabes?
Sir Lawrence le guiñó un ojo
– ¿Es que no lo ha! sido nunca, Dinny? Ésa es la razón por la que deseo tu miniatura. Conservación del tipo.
¿ Qué tipo? – preguntó lady Mont -. No constituyas un tipo, Dinny. ¡ Son tan aburridos! Alguien dijo una vez que Michael constituía un tipo. Yo jamás me había dado cuenta de ello.
– ¿Por qué no haces posar a tía Em en mi lugar, tío? Creo que es más joven que yo, ¿no es cierto, tía?
– No me faltes al respeto. Blox, mi Vichy.
– Tío, ¿cuántos años tiene Bobbie?
– Nadie lo sabe a ciencia cierta. Probablemente sesenta. Un día u otro se descubrirá la fecha de su nacimiento; pero tendrán que hacer como con las plantas: cortar una sección transversal y contar los círculos. No pensarás casarte con él, ¿verdad, Dinny? A propósito, Walter está viudo. Tiene algo de sangre cuáquera. Es un liberal convertido. Te diría que es materia inflamable.
– No es fácil hacerle la corte a Dinny – dijo lady Mont. – ¿Puedo levantarme, tía Em? Quisiera ir a ver a Michael.
– Dile que mañana por la mañana iré a ver a Kit. Le he comprado un nuevo juguete llamado «Parlamento». Son unos animales divididos en varios partidos. Todos chillan y albo rotan de modo diferente y se quedan quietos cuando no es el momento oportuno. El Primer Ministro es una cebra y el Ministro de Hacienda un tigre estriado. Blox un taxi para la señorita Dinny.
Michael había ido a la Cámara, pero Fleur estaba en casa y le comunicó que el prefacio del señor Blythe ya se había enviado a Bobbie Ferrar. En cuanto a los bolivianos, el ministro aún no estaba de regreso, pero el agregado había prometido conocerle a Bobbie una entrevista extraoficial. Había estado tan amable que Fleur no podía decir qué intenciones tenía, incluso dudaba que tuviese alguna.
Dinny volvió a casa más agitada que nunca. Parecía qué todo dependiese de Bobbie Ferrar, y éste, con sus «sesenta años», estaba tan acostumbrado a todo que ya debía de haber perdido el ardor necesario para convencer a la gente. Pero quizás era mejor así. Una apelación al sentimiento podía resultar un paso dado en falso. Las cualidades necesarias podían ser la frialdad, el cálculo, el saber hacer alusión a unas consecuencias desagradables y el sugerir astutamente unas posibles ventajas. Efectivamente, ella tenía la impresión de desconocer en absoluto lo que ponía en movimiento la mente de las autoridades. Michael, Fleur y sir Lawrence se hablan expresado algunas veces como si lo supiesen, no obstante lo cual tenía la impresión de que, en realidad, ninguno de ellos estaba más enterado de cuanto podía estarlo ella. Toda la cuestión' parecía depender del humor y del temperamento de aquellos a quienes tenían que convencer. Se acostó, pero no pudo dormir.