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Otro día parecido al que acababa de transcurrir y luego, al igual que un marino que se despierta al primer movimiento que nota debajo de sí, así se despertó Dinny al abrir un sobre sin sellos que llevaba impreso: (Yoreign Office».

«Apreciada señorita Cherrelclass="underline"

Ayer tarde entregué el Diario de su hermano al Secretario de Estado. Prometió leerlo por la noche, y yo tengo que verle hoy, a las seis en punto. Si quiere usted venir al Foreign Office a las seis menos diez, podríamos entrar juntos.

Sinceramente suyo,

R. FERRAR.»

¡Aún todo un día entero! Pero ahora Walter ya había leído el Diario, quizá ya había tomado una decisión. Al recibir esa nota formal, tuvo la sensación de estar tomando parte en una conspiración y de tener la obligación de guardar el secreto. Instintivamente, nada dijo de ello, e instintivamente también quiso mantenerse alejada de todos hasta que la cuestión no se hubiese resuelto. Eso mismo tenía que experimentar alguien que estuviese esperando una intervención quirúrgica. La mañana era hermosa y salió, sin saber adónde iría. Pensó en la National Gallery, pero decidió que mirar cuadros era una cosa que requería demasiada atención. Entonces pensó en la Abadía de Westminster y en la joven Millicent Pole. Fleur le había encontrado colocación como maniquí en la casa Frivolle. ¿.Por qué no ir allí a mirar los modelos de invierno y de paso a ver de nuevo a la muchacha? Sin embargo, era bastante odioso el hacerse enseñar trajes no llevando la intención de comprar y causar tantas molestias en balde. Pero si Hubert era puesto en libertad, daría una «zambullida en las profundidades» y se compraría un regio traje, aunque le costara todo lo que tenía. Por lo tanto, dándose ánimos, se encaminó hacia Bond Street, atravesó la estrecha corriente de gente siempre en movimiento, llegó a la. casa de modas Frivolle y entró.

– Pase usted, señora.

La acompañaron al piso superior y se sentó en una silla. Permaneció allí, con la cabeza algo ladeada, sonriendo y diciéndole cosas amables a la empleada, porque recordaba que un día, en una gran tienda, una dependienta le había dicho: «No tiene usted idea, señora, de lo distinto que es para nosotras cuando una cliente sonríe y se interesa por lo que tenemos. ¡Encontramos a tantas señoras difíciles ¡Los modelos eran muy «nuevos», muy caros y sobre todo poco convenientes, a pesar de la insistencia de la empleada

– Con su figura y su color, señora, este traje le sentaría maravillosamente.

No sabiendo si al preguntar por la señorita Millicent Pole le haría un bien o un mal, escogió dos trajes para examinarlos. Una muchacha muy esbelta, altanera, de cabecita bien conformada y de hombros anchos, entró llevando puesto el primero, una «creación» en blanco y negro. Con paso lánguido, atravesó la sala, apoyando una mano donde habría debido estar la curva de la cadera y la cabeza vuelta como si buscara la otra, de forma tal que confirmó la aversión de Dinny por el traje. Luego, con el segundo, verde-mar y plata, entró Millicent. Con negligencia profesional no lanzó ni siquiera una mirada a la cliente, como si hubiese querido decir: (¡Qué se ha creído usted! ¡Si vistiese usted todo el día en combinación… y tuviese que esquivar a tantos maridos!) Después, al dar una.vuelta, captó, sorprendida, la sonrisa de Dinny, sonrió a su vez con el rostro repentinamente iluminado, y continuó paseando por la sala, más lánguida que nunca. Dinny se levantó y, acercándose a aquella figura, ahora perfectamente inmóvil, cogió entre el índice y el pulgar una orla del vestido, como para ver la calidad de tejido.

– Me alegro de volverla a ver.

La boca suave de la muchacha, semejante a una mórbida flor, sonrió dulcemente.

«Es maravillosa» – pensó Dinny.

– Conozco a la señorita Pole – le dijo a la empleada -. Este traje, vestido por ella, parece magnífico.

– Está hecho completamente para su tipo. La señorita Pole es un poco redondita. Permítame probárselo.

No muy convencida de haber recibido un cumplido, Dinny dijo

– Hoy no puedo decidir. Además, no estoy segura de que pueda permitírmelo.

– No importa, señora. Señorita Pole, entre ahí y quíteselo; se lo probaremos a la señora.

La muchacha se lo quitó. ¡Aún más maravillosa! – pensó Dinny -. ¡Cuánto me gustaría ser tan linda en combinación!», y dejó que le probaran el traje.

– La señora es extraordinariamente esbelta – observó la empleada.

– ¡Seca como un arenque!

– ¡Oh, no! La señora tiene los huesos bien cubiertos.

– A mí me parece perfecta – repuso la muchacha impetuosamente-. La señora tiene estilo.

La empleada cerró el corchete.

– Perfecto -dijo- Algo ancho quizá; pero podemos arreglarlo.

– Se me ve demasiado desnuda.

– Oh, pero con una piel como la de la señora, está muy bien.

– ¿Quiere enseñarme el otro traje llevado por la señorita Pole?

Dijo esto, sabiendo que Millie no podía ir a buscarlo porque estaba en combinación.

– Desde luego. Voy a buscarlo en seguida… Señorita Pole, atienda a la señora.

Al quedarse a solas, las dos muchachas se sonrieron. – ¿Le agrada el empleo, ahora que lo tiene?

– No es exactamente lo que yo suponía, señorita. – ¿No le da satisfacciones?

– Creo que nada es como nos lo figuramos. Naturalmente, podría ser peor.

– He entrado para volverla a ver a usted.

– ¿De veras? Pero espero se quedará con el traje, señorita. Le sienta como pintado y es adorable.

– Si no anda con cuidado la enviarán a la sección de ventas, Millie.

– ¡Oh, no iría! No se reciben más que cumplidos. – ¿Dónde está el corchete?

– Aquí. No hay más que uno solo y puede cerrarlo usted misma, con un poco de esfuerzo. He leído lo de su hermano, señorita. ¡Es horroroso!

– Sí – contestó Dinny, quedándose de hielo bajo su combinación. De repente cogió la mano de la muchacha, la apretó y exclamó -: ¡Buena suerte; Millie!

– ¡Buena suerte a usted, señorita!

Acababan de dejarse las manos cuando volvió la empleada. – Siento haberla molestado – dijo Dinny con una sonrisa -, pero me he decidido por éste, si puedo permitírmelo. El precio es aterrador.

– ¿Usted cree, señora? Es un modelo de París. Veré si puedo convencer al señor Better para que haga algo por usted. este es su traje. Señorita Pole, vaya a decirle al señor Better que venga, ¿quiere?

La joven, que ahora llevaba puesto el modelo blanco y negro, salió.

Dinny, ya ataviada con su propio traje, preguntó

– ¿Permanecen mucho tiempo con ustedes sus maniquíes?

– Bueno, no. Quitarse y ponerse trajes todo el día es una ocupación que impacienta bastante.

– ¿Y qué es de ellas?

– De un modo u otro, acaban casándose.

¡Cuánta discreción! Algo más tarde, cuando el señor Better – un hombre flaco, de cabellos grises y modales perfectos – hizo saber que apara la señora» reduciría el precio a de terminada cantidad, que aun así continuaba siendo espantosa, Dinny dijo qué decidiría el día siguiente y salió bajo el pálido sol de noviembre. Le quedaban seis horas. Se encaminó en dirección al North-West, hacia los Meads, intentando calmar su ansiedad pensando que todos los que pasaban a su lado, cualquiera que fuese su aspecto, tenían también la suya. Siete millones de personas, todas angustiadas de un modo u otro. Algunas demostraban estarlo, otras no. Se contempló el rostro, reflejado en el cristal de un escaparate y decidió que ella era de las que no lo demostraban; sin embargo, ¡qué apesadumbrada se sentía! Desde luego, el rostro humano era una máscara.