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– ¡ Señorita Cherrell!

Bobbie Ferrar estaba en el umbral de la puerta. Presentaba su aspecto habitual. Pero, naturalmente, a él tanto le daba. ¿Y por qué hubiera tenido que importarle algo?

Bobbie dio unos golpecitos contra el bolsillo superior de su americana.

– Aquí tengo el prefacio. ¿Nos vamos?

Y comenzó a hablar del asesinato Chingford. ¿Había seguido el proceso? No, no lo había seguido. Era un caso realmente estupendo. Repentinamente, añadió

– El boliviano no quiere asumir la responsabilidad, señorita Cherrell.

– ¡Olí!

– No tiene importancia -y su rostro se ensanchó en una sonrisa.

«Sus dientes son verdaderos – pensó Dinny -. Puedo ver algunos empastes de oro.»

Llegaron al Home Office y entraron. Su guía les condujo arriba, por los amplios escalones, y luego por un largo pasillo. Finalmente los introdujo en una habitación grande y desierta, cuya chimenea, al fondo, estaba encendida. Bobbie Ferrar acercó una silla a la mesa.

– ¿El Graphic o esto? – y sacó de un bolsillo un pequeño tomo.

– Los dos, por favor – contestó Dinny, con voz débil.

El se los puso delante. «Esto» era una pequeña edición de unos «Poemas de Guerra», encuadernada en rojo.

– Es una edición original -… explicó Bobbie Ferrar -.Lo he descubierto hoy, después del almuerzo.

– Sí – dijo Dinny y se sentó.

Una puerta interior se abrió y asomó una cabeza.

– Señor Ferrar, el Secretario de Estado puede recibirle. Bobbie Ferrar le lanzó una mirada, murmuró entre dientes un: «¡ Ánimo!» y se marchó.

Jamás en toda su vida hablase sentido tan sola como en esta vasta sala de espera, tan contenta de hallarse sola y tan aterrorizada ante la idea de que la soledad tuviese que acabar. Abrió el tomito y leyó

«He eyed a neat framed notice there

Above the fire place kung to show

Disabled heroes where to go

For arms and legs, with scale of price

And words of dignified advice

Hows officers could get them free…

Elbow or shoulder, hip or knee,

Two arms, two legs, though all were lost,

They'd be restored him free of cost.

Then a girl guide looked in and said… [6]

De repente el fuego crujió y una chispa saltó sobre la alfombra. Dinny la vio apagarse con pesar. Leyó otros poemas, pero no los comprendió y, cerrado el tomito, abrió el Graphic. Después de haber vuelto las páginas desde la primera a la última, no habría podido mencionar el tema de ninguna de las ilustraciones. Todas las cosas estaban absorbidas por una sensación de lejanía. Se preguntó si era peor esperar que le operaran a uno mismo o bien a una persona querida; decidió que esto último debía ser lo peor. Parecía que hubiesen transcurrido varias horas. ¿Cuánto tiempo hacía que se había marchado?

¡Sólo las seis y media! Empujó la silla hacia atrás y se puso en pie.

Colgados de las paredes había retratos de hombres de Estado de la época victoriana y Dinny pasó del uno al otro, pero todos hubieran podido ser el mismo hombre de Estado con el bigote en las diferentes fases de su desarrollo. Volvió a sentarse, acercó mucho más la silla a la mesa y apoyó sus codos sobre ella, posando luego la barbilla sobre las manos y sacando un poco de consuelo de esta incómoda posición. A Dios gracias, Hubert no sabía que se estaba decidiendo su destino y no sufría por esta espera atroz. Dinny pensó en Jean y Alan y esperó, de todo corazón, que estuviesen preparados para lo peor. A cada momento, lo peor parecía más seguro. Una especie de somnolencia comenzó a ampararse de ella. ¡Jamás volvería…, jamás, jamás! Y esperó que no volviese, si tenía que traer la condena a muerte.

Al final tendió los brazos encima de la mesa y apoyó sobre ellos la frente. Permaneció sumergida en esa somnolencia por un espacio de tiempo que no habría sabido precisar. Luego, el ruido de alguien que carraspeaba la sobresaltó, y ella dio un respingo hacia atrás.

No era Bobbie Ferrar quien estaba cerca de la chimenea, sino un hombre alto, de rostro afeitado y rojizo, cabellos, de plata cepillados en cresta de gallo sobre la frente, con las piernas alargadas y las manos debajo de los faldones del chaqué. La miraba con sus ojos gris-claro muy abiertos y los labios entreabiertos como si estuviese a punto de decir algo. Dinny estaba demasiado asustada para levantarse y se quedó sentada, mirándole.

¡Señorita Cherrell, no se moleste! – y, como para detenerla, levantó una mano que había sacado de debajo los faldones. Dinny -permaneció sentada, muy contenta de conservar esa posición, puesto que había comenzado a temblar violentamente.

– Ferrar me ha dicho que ha sido usted quien ha -hecho imprimir el Diario de su hermano.

Dinny inclinó la cabeza y suspiró hondamente. – ¿Ha sido impreso en su forma -original? – ¿Exactamente?

– Sí. No he alterado ni omitido palabra alguna.

Observando su rostro no veía más que la redonda brillantez de los ojos y la ligera prominencia del labio inferior. Era casi como mirar a un dios. Tuvo un escalofrío ante la rareza de este pensamiento y sus labios formaron una crispada y desesperada sonrisa.

– He de hacerle una pregunta, señorita Cherrell. Dinny emitió un «sí» que fue un suspiro.

– ¿Cuántas páginas de este Diario fueron escritas por su hermano después de su regreso?

Lo miró estupefacta. Luego, el oculto significado de la pregunta le produjo un choque.

– ¡Ninguna! ¡Oh, ninguna! Todo fue escrito allí – exclamó, levantándose impulsivamente.

– ¿Me permite preguntarle cómo lo sabe usted?

– Mi hermano… – empezó y solamente entonces se dio cuenta del hecho de no poseer más que la palabra de Hubert -. Eso me dijo mi hermano.

– ¿Su palabra es el Evangelio para usted?

Le quedaba bastante sentido del humor para no «sulfurarse», pero irguió la cabeza.

– Evangelio. Mi hermano es un soldado y…

Se paró de golpe y, observando aquel labio inferior tan imperativo, se odió a sí misma por haber usado esa fórmula.

– ¡Sin duda! ¡Sin duda! Pero, ¿se da usted cuenta de la trascendencia de la cuestión?

– Está el original… – balbuceó Dinny. ¡Oh!, ¿por qué no lo había traído? – Se ve claramente…-, quiero decir que está todo manchado y en desorden. Puede usted verlo cuando quiera. ¿Tengo que?…

Pero él tendió una mano para detenerla.

– No importa. ¿Quiere usted mucho a su hermano, señorita Cherrell?

Los labios de Dinny temblaron.