—Minner Burris —dijo Aoudad—. Leontes D’Amore, miembro del personal de Chalk.
—Chalk está despierto y esperando —dijo D’Amore. Incluso su voz era desagradable.
Y sin embargo, pensó Burris, se enfrenta al mundo cada día.
Encapuchado una vez más, se dejó absorber por una red de tubos neumáticos hasta que se encontró en una inmensa y cavernosa estancia en la que había empotrados varios niveles de puntos de actividad. En esos instantes la actividad no era demasiada; los escritorios estaban vacíos y las pantallas en silencio. El lugar estaba iluminado por el suave brillo de los hongos termoluminiscentes. Burris giró lentamente sobre sí mismo y paseó la mirada por la habitación, haciéndola subir por una serie de peldaños de cristal hasta ver, sentado como en un trono cerca del techo, al otro extremo de la habitación, a una persona enorme.
Chalk. Obviamente.
Burris se quedó inmóvil, absorto en el espectáculo, olvidando por un momento el millón de minúsculos aguijonazos del dolor que eran sus constantes compañeros. ¿Tan grande? ¿Tan recubierto de carne? Aquel hombre había devorado a toda una legión de ganado para alcanzar semejante masa.
Aoudad, que estaba junto a él, le instó amablemente a que avanzara, sin atreverse del todo a tocar el codo de Burris.
—Deje que le vea —dijo Chalk. Su voz era suave y afable—. Aquí arriba. Suba hasta mí, Burris.
Un instante más. Cara a cara.
Burris se quitó la capucha con un encogimiento de los hombros y después se quitó también la capa. Que mire. No necesito sentir vergüenza ante esta montaña de carne.
La plácida expresión de Chalk no se alteró.
Estudió a Burris cuidadosamente, con un profundo interés y sin dar la más mínima señal de repugnancia. Aoudad y D’Amore se esfumaron ante una seña de su gorda mano. Burris y Chalk se quedaron solos en la inmensa habitación sumida en la penumbra.
—Hicieron todo un trabajo con usted —observó Chalk—. ¿Tiene alguna idea de por qué?
—Pura curiosidad. También el deseo de mejorar las cosas. Dentro de su inhumanidad, son bastante humanos.
—¿Qué aspecto tienen?
—Cubiertos como de viruela. Piel parecida al cuero. Prefiero no hablar de ello.
—Está bien. —Chalk no se había levantado. Burris estaba ante él, las manos juntas, los pequeños tentáculos exteriores uniéndose y separándose. Observó que a su espalda había un asiento, y lo ocupó sin que Chalk se lo indicara.
—Un lugar increíble —dijo.
Chalk sonrió y permitió que la frase se perdiera en la nada.
—¿Duele? —dijo.
—¿El qué?
—Sus cambios.
—Hay una considerable incomodidad. Los tranquilizantes terrestres no ayudan demasiado. Le hicieron cosas a los canales nerviosos, y nadie sabe muy bien dónde aplicar los bloqueos. Pero es soportable. Dicen que los miembros de los amputados laten y duelen durante años después de haber sido eliminados. Supongo que se trata de la misma sensación.
—¿Le quitaron algún miembro?
—Todos —dijo Burris—. Y volvieron a ponerlos de una forma nueva. Los médicos que me examinaron estaban muy contentos con mis articulaciones, así como con mis nuevos tendones y ligamentos. Éstas son mis manos originales, un poco alteradas. Los pies también son míos. Realmente, no estoy seguro de qué parte es mía y qué parte de ellos.
—¿E internamente?
—Todo es distinto. El caos. Están preparando un informe al respecto. No llevo mucho tiempo de vuelta en la Tierra. Me estudiaron durante una temporada, y luego me rebelé.
—¿Por qué?
—Me estaba convirtiendo en un objeto. No sólo para ellos, sino también para mí mismo. No soy una cosa. Soy un ser humano que ha sido remodelado. Por dentro sigo siendo humano. Cláveme una aguja y sangraré. ¿Qué puede hacer por mí, Chalk?
Una carnosa mano se agitó en el aire.
—Paciencia. Paciencia. Quiero saber más sobre usted. Era navegante espacial, ¿verdad? ¿Oficial?
—Sí.
—¿La academia y todo eso?
—Naturalmente.
—Sus calificaciones debían ser buenas. Le dieron una misión muy dura. El primer aterrizaje en un mundo de seres inteligentes…, nunca es fácil. ¿Cuántos eran en su equipo?
—Tres. Todos pasamos por la cirugía. Prolisse murió el primero, y luego murió Malcondotto. Fue una suerte para ellos.
—¿Le disgusta su cuerpo actual?
—Tiene sus ventajas. Los doctores dicen que probablemente viviré quinientos años. Pero me duele, y también resulta embarazoso. Nunca pensé que acabaría siendo un monstruo. No estoy hecho para eso.
—No es tan horrible como pueda parecerle —observó Chalk—. Oh, sí, los niños huyen gritando al verle y todo ese tipo de cosas… Pero los niños son unos conservadores. Aborrecen cualquier cosa nueva. Pienso que ese rostro tiene un considerable atractivo, a su manera. Me atrevería a decir que un montón de mujeres serían capaces de arrojarse a sus pies.
—No lo sé. No lo he intentado.
—Lo grotesco posee su atractivo, Burris. Cuando nací, yo pesaba más de nueve kilos. Mi peso nunca me ha molestado. Pienso en él como en un recurso más.
—Ha tenido toda una vida para acostumbrarse a su tamaño —dijo Burris—. Ha logrado adaptarse a él de mil formas diferentes. Además, ha escogido ser así. Yo fui la víctima de un capricho incomprensible. Fue una violación. He sido violado, Chalk.
—¿Quiere que todo vuelva a ser como antes?
—¿Qué cree usted?
Chalk asintió. Sus párpados descendieron lentamente, y dio la impresión de haber quedado sumido al instante en un profundo sueño. Burris esperó, atónito, y así transcurrió más de un minuto.
—Los cirujanos de la Tierra pueden trasplantar con éxito cerebros de un cuerpo a otro —dijo Chalk sin mover ni un músculo.
Burris dio un respingo, como presa de un grana mal de excitación febril. Un nuevo órgano alojado en el interior de su cuerpo inyectó chorros de alguna hormona desconocida en el extraño recipiente que había junto a su corazón. Se mareó. Su cuerpo luchó entre la espuma del mar, arrojado una y otra vez contra la abrasiva superficie de la arena por olas implacables.
—¿Siente algún interés por el aspecto tecnológico del asunto? —siguió diciendo Chalk con voz tranquila.
Los tentáculos de las manos de Burris se agitaron de forma incontrolable.
Las palabras, suaves y tranquilas, fueron llegando a sus oídos:
—El cerebro debe ser aislado quirúrgicamente dentro del cráneo eliminando todos los tejidos anexos. El cráneo en sí es conservado para que sostenga y proteja al cerebro. Naturalmente, durante el largo período de anticoagulación debe mantenerse una hemostasis absoluta, y hay técnicas para sellar la base del cráneo y el hueso frontal a fin de evitar la pérdida de sangre. Las funciones cerebrales son seguidas mediante electrodos y termosondas. La circulación se mantiene uniendo las arterias maxilar interna y carótida interna. Una especie de circuito vascular, ¿entiende? Le ahorraré los detalles de cómo se elimina el cuerpo, dejando tan sólo el cerebro vivo. final se corta el cordón espinal, y el cerebro queda total mente aislado, alimentado por su propio sistema de carótidas. Mientras tanto, se ha preparado el receptor, i carótida y la yugular son eliminadas, y se hace una sección de los grandes músculos de la zona cervical, í cerebro injertado es puesto en su sitio después de haberlo sumergido en una solución antibiótica. Las carótidas del cerebro aislado son conectadas mediante una cánula siliconada a la arteria carótida proximal del receptor. En su yugular se coloca otra cánula. Todo esto se hace a temperaturas bajas para reducir al mínimo los daños. Una vez que la circulación del cerebro injertado se mezcla con la del cuerpo receptor, hacemos que la temperatura vuelva a la normalidad y se empieza con las técnicas postoperatorias de costumbre. Es necesario un período prolongado de reeducación antes de que el cerebro injertado haya asumido el control del cuerpo receptor.