—Con mucho éxito.
—Ojalá pudiera haberlo visto. ¿Qué tal se adaptaron el uno a la otra?
—Los dos están nerviosos. Pero, en lo básico, simpatizaron. Aoudad cree que la cosa saldrá bien.
—¿Todavía no habéis planeado un itinerario para ellos?
—Ya se está haciendo. El Tívoli de la Luna, Titán de todo el circuito interplanetario. Aunque empezaremos con la Antártida. Alojamientos, detalles…, todo está bajo control.
—Bien. Una luna de miel cósmica. Puede que incluso con un feliz desenlace en forma de bebé al final para darle más brillo a la historia. ¡Sería soberbio que él resultara fértil! ¡Por Dios, sabemos que ella lo es!
—Respecto a eso: en estos mismos instantes se le están haciendo pruebas a la viuda de Prolisse —dijo D’Amore con voz preocupada.
—Así que ya la tienes. ¡Espléndido, espléndido! ¿Se resistió?
—Se le dio una historia válida como tapadera. Cree que la están examinando en busca de virus alienígenas Para cuando despierte, tendremos el análisis del semen y nuestra respuesta. Chalk agitó la cabeza en un brusco gesto de asentimiento. D’Amore le dejó solo, y aquel hombre inmenso sacó de su hendidura la cinta de la visita de Elise a Burris y la colocó en el visor para contemplarla otra vez. Al principio Chalk había estado en contra de la idea de permitir que ella le visitara, pese a las abundantes recomendaciones de Aoudad. Pero Chalk no había tardado en comprender algunas de las ventajas. Burris no había tenido a ninguna mujer desde su regreso a la Tierra. Según Aoudad (¡que estaba en muy buena posición para saberlo!), la signora Prolisse experimentaba un vivaz apetito hacia el distorsionado cuerpo de quien había sido compañero de su difunto marido. Que se reunieran, pues; veamos cuál era la respuesta de Burris. Un semental de categoría no debería ser empujado a un apareamiento cargado de publicidad sin algunas pruebas preliminares.
La cinta era gráfica y muy explícita. Tres cámaras ocultas, de sólo unas moléculas de diámetro en las lentes, lo habían registrado todo. Chalk había visto la secuencia tres veces, pero siempre había nuevas sutilezas que extraer de ella. Observar en el acto del amor a parejas que no sospechaban ser vigiladas no le proporcionaba ninguna excitación especial; obtenía sus placeres de formas más refinadas, y el espectáculo de la bestia con dos espaldas sólo era interesante para los adolescentes. Pero era útil saber algo de lo que podía hacer Burris.
Aceleró la cinta, haciendo pasar la conversación preliminar. ¡Qué aburrida parece ella mientras él le cuenta sus aventuras! ¡Qué asustado parece él cuando ella deja al desnudo su cuerpo! ¿Qué le aterroriza? Las mujeres no le son desconocidas. Por supuesto, eso fue en su antigua existencia. Quizá teme que ella encontrará horrible este nuevo cuerpo y se apartará de él cuando llegue el instante crucial. El momento de la verdad. Chalk pensó en ello. Las cámaras no podían revelar los pensamientos de Burris, ni tan siquiera su constelación emocional, y Chalk no había dado ningún paso para detectar sus sensaciones internas. Por lo tanto, todo debía hacerse a través de inferencias.
Desde luego, Burris se mostraba reluctante. Y, desde luego, la dama estaba decidida. Chalk estudió a la tigresa desnuda mientras ésta reclamaba su presa. Durante un tiempo pareció que Burris iba a rechazarla… No le interesaba el sexo o, en cualquier caso, no le interesaba Elise. ¿Demasiado noble para hacerlo con la viuda de su amigo? ¿O seguía teniendo miedo de abrirse a ella, incluso enfrentado a su indudable anhelo? Bien, ahora estaba desnudo. Elise seguía sin dejarse amilanar. Los doctores que habían examinado a Burris después de su regreso dijeron que seguía siendo capaz de realizar el acto sexual —por lo que ellos podían ver, al menos—, y ahora resultaba totalmente claro que habían estado en lo correcto.
Los brazos y las piernas de Elise se agitaban sin rumbo. Chalk manipuló sus controles mientras las minúsculas figuras de la pantalla ejecutaban el rito. Sí, Burris seguía siendo capaz de hacer el amor. Cuando la pareja corría hacia su clímax, Chalk dejó de interesarse en ella. La cinta se detuvo después de un último plano de dos figuras fláccidas y agotadas tendidas una junto a la otra en el revuelto lecho. Podía hacer el amor, pero, ¿y en cuanto a los bebés? Los hombres de Chalk habían interceptado a Elise poco después de que abandonara la habitación de Burris. Hacía apenas unas horas, aquella fogosa mujer había sido colocada sobre la mesa de operaciones delante de un médico, inconsciente y con sus gruesas piernas separadas. Pero Chalk tenía la sensación de que esta vez iba a llevarse una decepción. Había muchas cosas que podía controlar; pero no todas.
D’Amore había vuelto.
—Ha llegado el informe.
—¿Y?
—No hay semen fértil. No están totalmente seguros de lo que han obtenido, pero juran que no se reproducirá. Los alienígenas también debieron cambiar algo ahí.
—Qué pena —suspiró Chalk—. Tendremos que olvidarnos de ese enfoque. La futura señora Burris no tendrá hijos suyos.
D’Amore se rió.
—Ya tiene suficientes bebés, ¿no?
15 — El matrimonio de los espíritus
Para Burris, la chica tenía bastante poco atractivo sensual, viniendo, como venía, justo después de Elise Prolisse. Pero le gustaba. Era una niña amable, frágil y patética. Tenía buenas intenciones. La maceta con el cactus le había conmovido. Parecía un gesto demasiado humilde como para ser fruto de otra cosa que de la amistad.
Y su apariencia no la afectaba en lo más mínimo. Emocionada, sí. Un poco nerviosa, sí. Pero le miraba directamente a los ojos, ocultando cualquier consternación que pudiera sentir.
—¿Eres de por aquí? —preguntó él.
—No. Soy del este. Siéntate, por favor. No hace falta que estés de pie por mí.
—No importa. La verdad es que me encuentro bastante bien.
—¿Van a hacer algo por ti en el hospital?
—Sólo pruebas. Se les ha ocurrido la idea de que pueden sacarme de este cuerpo y ponerme en un cuerpo humano normal.
—¡Qué maravilloso!
—No se lo digas a nadie, pero sospecho que no va a funcionar. Todo ese asunto está aún en las nubes, a un millón de kilómetros de distancia, y antes de que hayan conseguido hacerlo bajar al suelo… —Le dio vueltas al cactus que estaba sobre la mesita de noche—. Pero, ¿por qué estás tú en el hospital, Lona?
—Tuvieron que arreglarme un poco los pulmones. También la nariz y la garganta.
—¿Fiebre del heno? —preguntó él.
—Metí la cabeza en una bolsa de eliminación de desperdicios —se limitó a responder ella.
Bajo los pies de Burris se abrió un cráter que duró segundos. Intentó mantener el equilibrio. Lo que le impresionaba tanto como lo dicho era la forma en que lo había dicho, sin ninguna emoción. Como si dejar que el ácido te devorara los bronquios no tuviera nada de particular.
—¿Intentaste matarte? —balbuceó.
—Sí. Pero me encontraron enseguida.
—Pero… ¿por qué? ¡A tu edad! —Con aire protector, odiándose por el tono empleado—. ¡Lo tienes todo por delante!
Los ojos de ella se hicieron aún más grandes. Pero les faltaba profundidad; no pudo evitar el compararlos con las ascuas relucientes que había en las órbitas de Elise.
—¿No sabes nada de mí? —le preguntó ella, hablando aún en voz baja. Burris sonrió.
—Me temo que no.
—Lona Kelvin. Quizá no llegaste a enterarte del nombre. O quizá se te olvidó. Claro. Todavía estabas en el espacio cuando sucedió todo.