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—No. Supongo que se lo bebería otra persona. No pretendía decir todo lo que te he dicho. Estaba un poco trastornada, Minner, nada más. Pero es tu bebida. Disfruta de ella.

—La devolveré.

—Por favor. —Tocó el tentáculo de su mano izquierda—. ¿Sabes por qué protesto? Porque engullir de esa forma una criatura viviente es como hacer de ti mismo un dios. Quiero decir que… aquí estás tú, un gigante, y destruyes algo, y esa criatura nunca sabe por qué. Igual que… —Se calló.

—¿Igual que unas Cosas alienígenas pueden coger a un organismo inferior y someterlo a cirugía sin molestarse en explicar sus motivos? —preguntó él—. ¿Igual que los doctores pueden realizar un complicado experimento sobre los ovarios de una chica, sin considerar los efectos psicológicos posteriores? ¡Dios, Lona, tenemos que olvidarnos de esas ideas, no volver a ellas!

—¿Qué has pedido para mí? —le preguntó.

—Un gaudax. Es un aperitivo de un planeta de Centauro. Es dulce y no muy fuerte. Te gustará. Salud, Lona.

—Salud.

Hizo girar su vaso en una órbita alrededor del negro cuenco de piedra, brindando tanto con su bebida como con la de ella. Después bebieron. El aperitivo de Centauro le hizo cosquillas en la lengua; tenía un sabor levemente aceitoso, pero delicado y muy agradable. Lona se estremeció de placer. Después de tomar tres rápidos sorbos dejó el cuenco.

La pequeña criatura que nadaba dentro del vaso de Burris había desaparecido.

—¿Te gustaría probar el mío? —preguntó él.

—No. Por favor. Burris asintió.

—Entonces pidamos la cena. ¿Me perdonarás por mi falta de consideración?

En el centro de la mesa había dos cubos de un color verde oscuro que tendrían unos diez centímetros de arista. Lona había pensado que eran puramente ornamentales, pero comprendió que eran los menús cuando Burris empujó uno hacia ella. Cuando lo cogió, una cálida luz se encendió en las profundidades del cubo e iluminó las letras que aparecieron en él, aparentemente a unos dos centímetros por debajo de la lustrosa superficie. Lona le fue dando vueltas al cubo. Sopas, carnes, entrantes, dulces…

No reconoció nada de lo que había en el menú.

—No tendría que estar aquí, Minner. Sólo tomo cosas corrientes. Esto es tan raro que no sé ni por dónde empezar.

—¿Quieres que me encargue de pedir por ti?

—Será mejor. Salvo que no tendrán las cosas que realmente quiero. Como un bistec de proteínas y un vaso de leche.

—Olvida el bistec de proteínas. Prueba alguna de las cosas raras.

—Pero es todo tan falso… Yo fingiendo ser una gourmet.

—No finjas nada. Come y disfruta. El bistec de proteínas no es el único alimento del universo.

Lona sintió cómo le llegaba la fuerza de su calma, conteniéndola pero sin llegar a transferirse del todo a ella. Burris pidió para los dos. Lona se sintió orgullosa de sus conocimientos. Saber arreglárselas con el menú de un sitio parecido no era algo muy importante; pero él sabía tantas cosas… Era sorprendente. De pronto se encontró pensando: Si le hubiera conocido antes de que ellos…, y apartó inmediatamente esa idea de su cabeza.

Ninguna cadena de circunstancias imaginable la habría puesto en contacto con el Minner Burris anterior a la mutilación. No se habría fijado en ella; entonces habría estado ocupado con mujeres como esa opulenta y madura Elise. Que seguía codiciándole, pero ahora ya no podía tenerle. Es mío, pensó Lona apasionadamente. ¡Es mío! Me han arrojado un objeto roto y yo estoy ayudando a que se arregle, y nadie me lo quitará.

—¿Quieres tomar sopa además de un entrante? —le preguntó él.

—La verdad es que no tengo un hambre demasiado terrible.

—Prueba un poco de todas formas.

—No haría más que desperdiciar el plato.

—Aquí nadie se preocupa por eso. Y no vamos a pagarlo. Pruébalo.

Los platos empezaron a materializarse. Cada uno era una especialidad de algún mundo lejano auténticamente importada o, si no, duplicada aquí con la mayor de las habilidades. La mesa se llenó rápidamente de manjares extraños. Platos, cuencos, bandejas de rarezas servidas en una asombrosa opulencia. Burris le fue diciendo los nombres e intentó explicarle cada alimento, pero Lona estaba tan aturdida que apenas si era capaz de comprender. ¿Qué era esta carne blanca que se desprendía en láminas? ¿Y aquellas moras doradas cubiertas de miel? ¿Y esta sopa de color claro y sazonada con queso aromático? La Tierra ya producía por sí sola tal cantidad de cocinas… Tener toda una galaxia de la cual escoger era una idea tan deslumbrante que quitaba el apetito.

Lona fue picando de aquí y de allá. Empezó a sentirse cada vez más confundida. Un mordisco de esto, un sorbo de aquello. Seguía esperando que el siguiente tazón contuviera alguna otra minúscula criatura viva. Mucho antes de que llegara el plato principal ya estaba llena. Habían servido dos clases de vino. Burris los mezcló, y los vinos cambiaron de color, turquesa y rubí confundiéndose para formar una inesperada tonalidad opalina.

—Respuesta catalítica —dijo—. Calculan tanto la estética de la vista como la del paladar. Toma. —Pero Lona apenas si pudo beber un pequeño sorbo.

Y las estrellas, ¿es que ahora estaban moviéndose en círculos erráticos?

Oía el zumbido de las conversaciones rodeándola por todas partes. Durante más de una hora había podido fingir que ella y Burris estaban aislados en una pequeña bolsa de intimidad, pero ahora la presencia de los demás comensales estaba abriéndose paso a través de ella. Estaban mirando. Hacían comentarios. Moviéndose de aquí para allá, flotando de una mesa a otra en sus placas gravitrónicas. ¿Les has visto? ¿Qué piensas de ellos? ¡Qué encantador! ¡Qué extraño! ¡Qué grotesco!

—Minner, vámonos de aquí.

—Pero si todavía no hemos tomado el postre.

—Lo sé. No me importa.

—Licor del grupo de Proción. Café Galáctico.

—Minner, no. —Vio cómo sus ojos se abrían hasta el máximo permitido por las persianas de sus párpados, y supo que alguna expresión de su rostro debía haberle impresionado profundamente. Estaba a punto de ponerse enferma. Quizá le había resultado obvio.

—Nos iremos —dijo él—. Ya volveremos alguna otra vez para tomar el postre.

—Minner, lo siento tanto… —murmuró—. No quería estropear la cena. Pero este sitio… No consigo encontrarme a gusto en un sitio semejante. Me da miedo. Todas esas comidas extrañas. Los ojos que me miran. Todos nos miran, ¿verdad? Si pudiéramos volver a la habitación todo iría mucho mejor.

Burris estaba llamando ya al disco de transporte. Su asiento la liberó de su íntimo abrazo. Cuando se puso en pie notó las piernas flojas. No sabía cómo iba a conseguir dar ni un solo paso sin caerse. Ahora lo veía todo muy claramente, pero, como desde el interior de un túnel, un torrente de imágenes aisladas la asaltaron mientras vacilaba. La mujer gorda y llena de joyas con un montón de papadas. La chica dorada ataviada con algo transparente, no mucho mayor que ella pero infinitamente más segura de sí misma. El jardín de pequeños árboles que se bifurcaban dos niveles más abajo. Los ligamentos de luz viva que festoneaban el aire. Una bandeja abriéndose paso por el vacío con tres jarras de algo desconocido, oscuro y brillante. Lona se tambaleó. Burris la cogió y casi la levantó en vilo para ponerla sobre el disco, aunque a un observador casual no le habría parecido que estuviera teniendo que ayudarla de esa forma.

Mientras cruzaban el abismo hacia la plataforma de entrada, Lona mantuvo la vista fija hacia delante.

Tenía el rostro ruborizado y cubierto por perlitas de sudor. Le parecía que dentro de su estómago las criaturas de otros mundos habían cobrado vida y nadaban pacientemente en sus jugos digestivos. Sin que supiera cómo, ella y Burris franquearon las puertas de cristal. Al vestíbulo rápidamente gracias al pozo de bajada; luego otra vez hacia arriba, otro pozo, hasta sus aposentos. Vio por un segundo la silueta de Aoudad acechando en el pasillo, desapareciendo rápidamente detrás de una gran pilastra.