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La comunicación mundial era instantánea. El transporte era claramente más lento que eso, pero seguía siendo rápido. Los planetas deshabitados del sistema solar local estaban siendo despojados de sus metales, sus minerales e incluso sus capas gaseosas. Las estrellas más próximas habían sido alcanzadas. La Tierra prosperaba. Las ideologías de la pobreza se marchitaban incómodamente en una época de abundancia.

Y, sin embargo, la abundancia es algo relativo. Las necesidades y las envidias seguían existiendo…, los anhelos materialistas. Y, además, los apetitos más profundos y oscuros no siempre eran satisfechos por los generosos cheques de la paga. Una era determina por sí misma sus formas características de diversión. Chalk había sido uno de los moldeadores de esas formas.

Su imperio de la diversión se extendía por medio sistema. Le proporcionaba riqueza, poder, la satisfacción del ego y —en la medida que deseaba—, fama. Le llevaba indirectamente a ver saciadas sus necesidades internas, que eran generadas por su propia constitución física y psicológica, y que le habrían agobiado cruelmente de haber vivido en cualquier otra era. Ahora, por suerte, se encontraba en situación de dar los pasos que le llevarían a la posición que necesitaba.

Necesitaba ser alimentado con frecuencia. Y sólo una parte de su alimento consistía en carne y vegetales.

Desde el centro de su imperio Chalk seguía los actos de su pareja de amantes unida por las estrellas. Ahora iban hacia la Antártida. Recibía informes regulares de Nikolaides y Aoudad, que siempre flotaban disimuladamente sobre el lecho del amor. Pero a esas alturas Chalk ya no necesitaba a sus subordinados para que le contaran lo que estaba sucediendo. Había logrado establecer contacto, y extraía su propia clase de información de los dos seres hechos añicos que había unido.

En esos mismos instantes, lo que sacaba de ellos era una suave y vaga felicidad. Inútil, para Chalk. Pero sabía jugar con paciencia. La simpatía mutua les había unido, pero, ¿era la simpatía el cimiento adecuado para un amor imperecedero? Chalk pensaba que no. Estaba dispuesto a poner en juego una fortuna para demostrarlo. Lo que sentían el uno hacia el otro cambiaría. Y, por decirlo de esa forma, Chalk obtendría sus beneficios. Aoudad estaba en el circuito.

—Estamos llegando, señor. Se les lleva al hotel.

—Bien. Bien. Ocúpate de que les den todas las comodidades.

—Naturalmente.

—Pero no pases mucho tiempo cerca de ellos. Quieren estar juntos, no tener carabinas a su alrededor. ¿Me comprendes, Aoudad?

—Tendrán el Polo entero para ellos.

Chalk sonrió. Su gira sería el sueño de un amante. Estaban en una era de elegancia, y quienes tenían la llave adecuada podían abrir una puerta de placeres tras otra. Burris y Lona se lo pasarían muy bien.

El apocalipsis podía esperar un poco.

21 — Sí, y huimos hacia el sur

—No lo entiendo —dijo Lona—. ¿Cómo es posible que aquí sea verano? ¡Cuando nos marchamos era invierno!

—En el hemisferio norte sí —suspiró Burris—. Pero ahora nos encontramos debajo del ecuador. Tan abajo de él como es posible estar. Aquí las estaciones se hallan invertidas. Cuando nosotros tenemos el verano ellos tienen el invierno. Y ahora, aquí, es su verano.

—Sí, pero, ¿por qué?

—Tiene que ver con la forma en que la Tierra está inclinada sobre su eje. A medida que va yendo alrededor del sol, parte del planeta se encuentra en una buena posición para ser calentado por la luz solar y parte de él no. Si tuviera aquí un globo terráqueo podría mostrártelo.

—Pero si aquí es verano, ¿por qué hay tanto hielo?

La voz débil y algo estridente con que hacía sus preguntas le disgustaba aún más que las preguntas en sí. Burris giró bruscamente sobre sus talones. Dentro de su diafragma se produjo un espasmo cuando órganos misteriosos inyectaron las secreciones de ira en su sangre.

—¡Maldita sea, Lona! ¿Es que nunca fuiste a la escuela? —le gritó, mirándola con llamas en los ojos. Lona se encogió y se apartó ligeramente de él.

—No me grites, Minner. Por favor, no me grites.

—¿No te enseñaron nada?

—Dejé la escuela muy pronto. No era buena estudiante.

—¿Y ahora soy tu profesor?

—No tienes por qué serlo —dijo Lona quedamente. Ahora sus ojos brillaban demasiado—. No tienes por qué ser nada para mí, si no quieres serlo.

De repente Burris se encontró a la defensiva.

—No pretendía gritarte.

—Pero gritaste.

—Perdí la paciencia. Todas esas preguntas…

—Todas esas preguntas estúpidas…, ¿no es eso lo que deseabas decir?

—No sigamos hablando de esto, Lona. Siento haberme puesto de esa forma contigo. La noche pasada no dormí mucho y tengo los nervios deshechos. Vayamos a dar un paseo. Intentaré explicarte lo de las estaciones.

—Minner, las estaciones no me interesan hasta ese punto.

—Entonces, olvidémonos de las estaciones. Pero demos un paseo. Intentemos calmarnos un poco.

—¿Crees que yo conseguí dormir mucho la noche pasada?

Burris pensó que ése podía ser el momento de sonreír.

—Realmente, supongo que no.

—¿Pero estoy gritando y quejándome por ello?

—A decir verdad, sí. Por lo tanto, dejemos el asunto y vayamos a dar un paseo para relajarnos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo ella, sin demasiado entusiasmo—. Un paseo veraniego.

—Sí, un paseo veraniego.

Se enfundaron unos delgados monos térmicos, capuchas y guantes. La temperatura era suave para esta parte del mundo: varios grados por encima del punto de congelación. La Antártida estaba sufriendo una ola de calor. El hotel polar de Chalk se encontraba a sólo unos cien kilómetros del mismo Polo, situado al «norte» dé éste, como deben estarlo todos los objetos allí, y orientado hacia el Banco de Ross. Era una gran cúpula geodésica, lo bastante sólida como para soportar los rigores de la noche polar y lo bastante ventilada como para admitir la atmósfera de la Antártida y dejar notar su textura.

Una doble cámara de salida fue su umbral hacia el reino de los hielos que se encontraba fuera. La cúpula estaba rodeada por un cinturón de suelo marrón desnudo que tendría unos tres metros de ancho, colocado allí por los constructores como zona de aislamiento, y más allá se encontraba la llanura blanca. Nada más aparecer Burris y la chica, un corpulento guía fue corriendo hacia ellos, con una sonrisa en los labios.

—¿Una excursión en trineo motorizado, amigos? ¡Les llevo al Polo en quince minutos! El campamento de Amundsen, reconstruido. El Museo de Scott. También podríamos ir a echarle un vistazo a los glaciares del otro lado. No tienen más que decirlo y…

—No.

—Comprendo. Su primera mañana aquí y les gustaría dar un paseíto, nada más. No puedo culparles por ello, no señor. Bueno, paseen cuanto quieran. Y, cuando decidan que están preparados para una excursión más larga…

—Por favor —dijo Burris—. ¿Puede dejarnos pasar?

El guía le miró con extrañeza y se hizo a un lado. Lona cogió del brazo a Burris, y los dos se alejaron por el hielo. Burris miró hacia atrás y vio una figura que salía de la cúpula y llamaba al guía para hablar con él. Aoudad. Estaban manteniendo una nerviosa conferencia.

—¡Qué hermoso es todo esto! —exclamó Lona.

—Sí, una hermosura estéril. La última frontera. Casi intacta, salvo por un museo aquí y otro allá.