—¿Puedo llamar a Ganímedes? Quizá pueda hablar con ella mientras la nave repone combustible. Aoudad apretó el paso hasta situarse junto a él.
—Se ha ido, Burris. Ahora deberías olvidarla. ¿Qué tenía, aparte de problemas? ¡No era más que una niña flacucha! Ni tan siquiera te llevabas bien con ella. Lo sé. Lo vi. Todo cuanto hacíais era gritaros el uno al otro. ¿Para qué la necesitas? Y ahora, deja que te hable de…
—¿Tienes algún relajante?
—Ya sabes que no te servirán de nada. A pesar de todo, Burris alargó la mano. Aoudad se encogió de hombros y depositó en ella un relajante. Burris apretó el tubo contra su piel. En esos momentos, la ilusión de recibir el efecto tranquilizante quizá valiese tanto como la sustancia en sí. Le dio las gracias y fue rápidamente hacia su habitación, solo.
Por el camino se encontró con una mujer cuyo cabello parecía hilos de cristal rosado y sus ojos amatistas. Llevaba un vestido castamente inmodesto. Su voz, suave como una pluma, rozó sus mejillas desprovistas de orejas. Pasó casi corriendo junto a ella, temblando, y entró en su habitación.
27 — El auténtico guardián del Grial
—Has arruinado un hermoso romance —dijo Tom Nikolaides.
Lona no sonrió.
—No había nada de hermoso en aquello. Me alegró marcharme.
—¿Porque intentó estrangularte?
—Eso fue al final. Las cosas ya iban mal mucho antes de eso. No hace falta que te traten de esa forma para que te hagan daño.
Nikolaides la miró a los ojos. Entendió, o fingió hacerlo.
—Cierto. Es una pena, pero todos sabíamos que no podía durar.
—¿Incluido Chalk?
—Especialmente Chalk. Predijo la ruptura. Es notable la cantidad de correo sobre eso que hemos llegado a recibir. Todo el universo parece pensar que es algo terrible el que os hayáis separado.
Lona le miró y sonrió, una sonrisa tan fugaz como vacía. Se puso en pie y empezó a recorrer la habitación con paso vacilante. Las placas añadidas a sus talones repiqueteaban sobre el pulido suelo.
—¿Estará Chalk aquí pronto? —preguntó.
—Pronto. Es un hombre muy ocupado. Pero en cuanto llegue al edificio, te llevaremos a él.
—Nick, ¿me dará realmente mis bebés?
—Esperemos que sí.
Lona fue hacia él. Su mano sujetó salvajemente la muñeca del hombre.
—¿Esperemos que sí? ¿Esperemos que sí? ¡Me los prometió!
—Pero tú abandonaste a Burris.
—Tú mismo has dicho que Chalk lo estaba esperando. No se suponía que el romance fuese a durar eternamente, ¿verdad? Ahora se ha terminado, yo cumplí con mi parte del trato, y Chalk tiene que cumplir con la suya.
Sintió temblar los músculos de sus piernas. Esos zapatos tan elegantes; era difícil permanecer de pie llevándolos. Pero la hacían parecer más alta, mayor. Era importante que por fuera tuviese el aspecto correspondiente a como había llegado a ser por dentro. Ese viaje con Burris la había envejecido cinco años en otras tantas semanas. La tensión continua…, las discusiones…
Por encima de todo, el terrible cansancio después de cada pelea…
Miraría al hombre gordo directamente a los ojos, sin vacilar. Si intentaba echarse atrás y no cumplir con lo prometido, haría que la vida le resultase difícil. ¡No importaba cuán poderoso fuera, no podía estafarla! Había cuidado de aquel extraño refugiado de un planeta alienígena durante el tiempo suficiente como para haberse ganado el derecho a tener sus propios bebés. Ella…
No, eso no estuvo bien, se riñó repentinamente a sí misma. No debo burlarme de él. No buscó tener todos esos problemas. Y yo me ofrecí como voluntaria para compartirlos.
Nikolaides interrumpió ese brusco silencio.
—Y ahora que has vuelto a la Tierra, Lona, ¿cuáles son tus planes?
—Primero, lo de los niños. Luego quiero desaparecer de la vida pública para siempre. Ya he tenido dos asaltos enteros con publicidad, uno cuando me quitaron los bebés, otro cuando me fui con Minner. Eso es suficiente.
—¿Adonde irás? ¿Te marcharás de la Tierra?
—Lo dudo. Me quedaré. Quizás escriba un libro. —Sonrió—. No, eso no resultaría muy adecuado, ¿verdad? Más publicidad. Llevaré una vida tranquila y callada. ¿Qué tal la Patagonia? —Se inclinó hacia él—. ¿Tienes alguna idea de dónde está él ahora?
—¿Chalk?
—Minner —dijo ella.
—Por lo que sé, continúa en Titán. Aoudad está con él.
—Entonces llevan allí tres semanas. Supongo que se lo estarán pasando muy bien. — Sus labios se curvaron en una mueca feroz.
—Estoy seguro de que Aoudad sí —dijo Nikolaides—. Dale un buen montón de mujeres disponibles, y se lo pasará bien en cualquier parte. Pero no lo garantizaría de Burris. Cuanto sé es que todavía no ha dado señales de querer volver a casa. Sigues interesada en él, ¿verdad?
—¡No!
Nikolaides se llevó las manos a los oídos.
—De acuerdo. De acuerdo. Te creo. Es sólo que…
La puerta situada al otro extremo de la habitación onduló suavemente y se abrió hacia el interior. Un hombrecillo muy feo de delgados labios entró por ella. Lona lo reconoció: era D’Amore, uno de los hombres de Chalk.
—¿Todavía no ha aparecido Chalk? —dijo inmediatamente—. ¡Tengo que hablar con él!
La desagradable boca de D’Amore creó la sonrisa más amplia que Lona hubiera visto jamás.
—¡Realmente, en estos últimos tiempos, sabes muy bien cómo expresar tu voluntad, milady! Se acabó la timidez, ¿eh? Pues no; Chalk todavía no está aquí. Yo también le estoy esperando. —Avanzó por la habitación, y Lona se dio cuenta de que había alguien detrás de éclass="underline" un hombre de mediana edad que sonreía con expresión estúpida, el rostro más bien blanco y los ojos apacibles, totalmente feliz y tranquilo—. Lona, éste es David Melangio —dijo D’Amore—. Sabe hacer unos cuantos trucos. Dale la fecha en que naciste y el año; te dirá qué día de la semana era. Lona se lo dijo.
—Miércoles —dijo Melangio al instante.
—¿Cómo hace eso?
—Es su don. Suéltale una serie de números tan deprisa como puedas, pero con claridad.
Lona dijo una docena de números. Melangio los repitió.
—¿Correcto? —preguntó D’Amore, muy satisfecho.
—No estoy segura —dijo ella—. Los he olvidado. —Fue hacia el idiota sabio, que la contemplaba sin el menor interés. Cuando le miró a los ojos Lona se dio cuenta de que Melangio era otro fenómeno, todo trucos, pero sin alma. Helada hasta la médula, se preguntó si no estarían preparándole un nuevo amor.
—¿Por qué has vuelto a traerle? —dijo Nikolaides—. Pensé que Chalk no había querido renovar su opción.
—Chalk pensó que a la señorita Kelvin le gustaría hablar con él —replicó D’Amore—. Me pidió que trajera a Melangio.
—¿Qué se supone que debo decirle? —preguntó Lona. D’Amore sonrió.
—¿Cómo voy a saberlo?
Lona le hizo una seña al hombre de los labios delgados para que se acercara a ella y le murmuró:
—No está bien de la cabeza, ¿verdad?
—Yo diría que ahí dentro falta algo, sí.
—¿Así que Chalk tiene un nuevo proyecto para mí? ¿Se supone que ahora debo cogerle de la mano a él?
Era como preguntárselo a la pared.
—Llévale a otra habitación, siéntate junto a él, háblale —se limitó a decir D’Amore—. Es probable que Chalk tarde todavía una hora en llegar.
Había una habitación contigua a ésta, con una mesa flotante de cristal y varios sillones. Ella y Melangio entraron allí, y la puerta se cerró tras ellos tan inexorablemente como la puerta de una celda. Silencio. Miradas.