—¿Cuándo volviste a la Tierra, Minner?
—Hace varias semanas. Te he estado buscando.
—¿Has visto a Chalk? Burris asintió.
—No obtuve gran cosa de él.
—Yo tampoco. —Lona se volvió hacia el conducto de la comida—. ¿Algo de beber?
—No, gracias.
Se sentó. Había algo maravillosamente familiar en su complicada forma de doblarse hasta encajar en la silla, moviendo con tanto cuidado todas sus articulaciones extra. Solamente el verlo hizo que se le acelerase el pulso.
—Elise ha muerto —dijo él—. Se suicidó en Titán. Lona no dijo nada.
—No le pedí que se reuniera conmigo —dijo Burris—. Estaba muy confundida. Ahora descansa en paz.
—Es mejor suicida que yo —dijo Lona.
—No habrás…
—No. No he vuelto a intentarlo. He estado llevando una vida tranquila y callada, Minner. ¿Tengo que admitirlo? He estado esperando a que vinieras.
—¡Sólo hacía falta que le hicieras saber a quien fuese dónde estabas!
—Es algo más complicado que eso. No podía anunciarme. Pero me alegra que estés aquí. ¡Tengo tantas cosas que contarte!
—¿Como cuáles?
—Chalk no va a hacer que me transfieran a ninguno de mis bebés. He estado haciendo averiguaciones. No podría hacerlo ni aunque quisiera, y no quiere hacerlo. Todo fue una mentira para conseguir que trabajara a su servicio.
Los ojos de Burris relampaguearon fugazmente.
—¿Para que me hicieras compañía, quieres decir?
—Eso es. Ahora no voy a ocultarte nada, Minner. Ya lo sabes, más o menos. Tenía que haber un precio antes de que me fuera contigo. Conseguir los niños fue el preció. Cumplí con mi parte del acuerdo, pero Chalk no va a cumplir la suya.
—Sabía que te compraron, Lona. Yo también fui comprado. Chalk descubrió mi precio para abandonar mi escondite y llevar adelante un romance interplanetario con cierta chica.
—¿El trasplante a un nuevo cuerpo?
—Sí —dijo Burris.
—No vas a conseguirlo, como yo tampoco conseguiré a mis bebés —dijo con voz átona—. ¿Estoy matando tus ilusiones? Chalk te engañó igual que me engañó a mí.
—Ya lo he ido descubriendo desde mi regreso —dijo Burris—. El proyecto de la transferencia corporal se encuentra como mínimo a veinte años de distancia, no a cinco. Quizá nunca puedan resolver algunos de los problemas. Pueden conectar un cerebro a un nuevo cuerpo y mantenerlo con vida, pero…, ¿cómo debo llamarlo? El alma se va. Todo lo que consiguen es un zombi. Chalk sabía todo eso cuando me ofreció su trato.
—Consiguió sacarnos el romance que deseaba. Y nosotros no conseguimos sacarle nada. —Lona se puso en pie y empezó a dar vueltas por la habitación. Fue hacia la pequeña maceta con el cactus que le había regalado a Burris, y pasó distraídamente la yema de un dedo por su espinosa superficie. Burris dio la impresión de fijarse en el cactus por primera vez. Pareció complacido.
—¿Sabes por qué nos reunió, Minner? —dijo Lona.
—Para hacer dinero con la publicidad. Escoge a dos personas destrozadas y las engaña para que vuelvan parcialmente a la vida, y se lo cuenta al mundo, y…
—No. Chalk ya tiene suficiente dinero. No le importa nada el beneficio.
—Entonces, ¿por qué? —preguntó.
—Un idiota me contó la verdad. Un idiota llamado Melangio, que sabe hacer un truco con los calendarios. Quizá le has visto en los vídeos. Chalk le utilizó en algunos espectáculos.
—No.
—Le conocí en la oficina de Chalk. Hay veces en las que un loco dice la verdad. Dijo que Chalk bebe emociones. Vive del miedo, el dolor, la envidia, la pena. Chalk crea situaciones que pueda explotar. Reúne a dos personas tan maltrechas que no pueden permitirse sentir felicidad alguna, y luego mira cómo sufren. Y se alimenta. Y las absorbe. Y las deja secas.
Burris pareció perplejo.
—¿Incluso a grandes distancias? ¿Podía alimentarse incluso cuando estábamos en el Tívoli de la Luna? ¿O en Titán?
—Cada vez que nos peleábamos, ¿recuerdas?…, nos sentíamos tan cansados luego. Como si hubiéramos perdido sangre. Como si tuviéramos centenares de años.
—¡Sí!
—Eso era obra de Chalk —dijo ella—. Engordando con nuestro sufrimiento. Sabía que nos odiaríamos mutuamente, y eso era lo que deseaba. ¿Puede existir un vampiro de las emociones?
—Así que todas las promesas eran falsas —murmuró él—. Éramos títeres. Si eso es cierto.
—Sé que es cierto.
—¿Porque te lo dijo un idiota?
—Es un idiota muy sabio, Minner. Además, piénsalo por ti mismo. Piensa en todo lo que llegó a decirte Chalk. Piensa en todo lo que ocurrió. ¿Por qué Elise estaba siempre esperando cerca de nosotros para envolverte en su abrazo? ¿No crees que era deliberado, parte de una campaña para enfurecerme? Estábamos atados el uno al otro por nuestras diferencias…, por nuestro odio. Y a Chalk le encantaba.
Burris la contempló en silencio durante un largo instante. Después, sin decir palabra, fue hacia la puerta, la abrió, salió al pasillo, y saltó bruscamente sobre algo. Lona no pudo ver lo que estaba haciendo hasta que regresó con un tembloroso y convulso Aoudad.
—Pensé que estarías ahí fuera, por alguna parte —dijo Burris—. Entra. Entra. Nos gustará hablar contigo.
—Minner, no le hagas daño —dijo Lona—. No es más que una herramienta.
—Puede responder a unas cuantas preguntas. ¿Verdad que sí, Bart?
Aoudad se humedeció los labios. Sus ojos fueron con veloz cautela de uno a otro rostro.
Burris le golpeó.
La mano se alzó con una velocidad cegadora. Lona no la vio y Aoudad tampoco, pero la cabeza del hombre saltó disparada hacia atrás y se estrelló pesadamente contra la pared. Burris no le dio oportunidad de defenderse. Aoudad se quedó pegado a la pared, aturdido, mientras los golpes iban aterrizando sobre su cuerpo. Finalmente se desplomó, los ojos aún abiertos, el rostro ensangrentado.
—Háblanos —dijo Burris—. Háblanos de Duncan Chalk.
Después, salieron de la habitación. Aoudad se quedó en ella, durmiendo apaciblemente. Encontraron su coche en la calle, esperando en una rampa de salida. Burris lo puso en marcha y se dirigió hacia la oficina de Chalk.
—Estábamos cometiendo un error intentando convertirnos de nuevo en lo que fuimos —dijo—. Somos nuestra esencia. Yo soy el navegante estelar mutilado. Tú eres la chica de los cien bebés. Es un error querer escapar de eso.
—Aunque pudiéramos escapar.
—Aunque pudiéramos. Algún día quizá puedan darme un cuerpo distinto, sí; ¿y dónde me dejaría eso? Habría perdido lo que soy ahora y no habría ganado nada. Me habría perdido a mí mismo. Y a ti quizá pudieran darte dos de tus bebés, pero, ¿y los otros noventa y ocho? Lo hecho hecho está. La realidad de tu esencia te ha absorbido. Y la mía a mí. ¿Te resulta demasiado nebuloso?
—Estás diciendo que debemos enfrentarnos a lo que somos, Minner.
—Eso es. Eso es. Se acabó el correr. Se acabó el pensar en ello y darle vueltas. Se acabó el odio.
—Pero el mundo…, la gente normal…
—Se trata de nosotros contra ellos. Quieren devorarnos. Quieren meternos en el espectáculo de los fenómenos. ¡Tenemos que luchar, Lona!
El coche se detuvo. Ahí estaba el edificio, achaparrado, sin ventanas. Entraron y, sí, Chalk les recibiría si esperaban un poco en una antesala. Esperaron. Estuvieron sentados el uno junto al otro, sin mirarse apenas. Lona sostenía entre las manos la macetita del cactus. Era la única posesión que se había llevado de su cuarto. Podían quedarse con todo lo demás.
—Vuelve la angustia hacia fuera —dijo Burris en voz baja—. No hay otra forma de que podamos combatir. Leontes D’Amore apareció ante ellos.