– Mejor será que te ocupes de tus cosas, Burdy -rugió Joe.
Burdy negó con la cabeza y silbó para llamar a Strike. Cuando el perro imaginario llegó a su lado, se inclinó hacia delante y le acarició la cabeza.
– Parece que estás protestando demasiado.
Y con eso, el viejo fue hacia el refugio hablando con Strike por el camino.
Joe se quitó la gorra y se pasó la mano por la cabeza. Lo cierto era que le encantaría llevar a la mujer de vuelta a Seattle; pero Joe Brennan no se echaba atrás cuando tenía una obligación. Le debía a Milt Freeman la vida y no iba a dejar a su amigo en la estacada.
Aunque ello significara que tuviera que soportar a Perrie Kincaid durante unas semanas más.
4
Perrie estaba en el porche delantero de la cabaña de las novias. Llevaba cuatro días en Alaska y ya estaba que se subía por las paredes.
Así que la única elección era seguir las órdenes de Milt y escribir aquella maldita historia sobre las novias por correo. Le llevaría una hora hacer las entrevistas y otra escribirla. Aunque, teniendo en cuenta lo que ella pensaba del matrimonio, por lo menos podría ofrecer un punto de vista imparcial.
Jamás había tenido en su vida tiempo para los hombres, más allá de breves y apasionados romances. No era que no quisiera formar parte de la vida de ningún hombre. Le gustaban los hombres: hombres cultos con profesiones interesantes; hombres encantadores con sonrisas inteligentes y ojos de cielo.
Una imagen de Joe Brennan le llenó el pensamiento y cerró los ojos tratando de disiparla. Sí, Joe Brennan era atractivo. Y si no estuviera tan empeñado en hacerle la vida imposible, tal vez lo considerara como algo más que una vía de escape conveniente para dar rienda suelta a su frustración. Pero en los momentos críticos, suponía que probablemente sería como el resto de los hombres que había conocido. Él jamás podría soportar su vida: el trabajo a deshoras, los compromisos incumplidos y su devoción al trabajo.
Para ser sinceros, tras unos meses con un hombre normalmente acababa sintiéndose aburrida. Y por su profesión, en cuanto averiguaba todo lo que había que averiguar, había poco más que hablar.
La única razón por la que tenía un ligero interés por Joe Brennan era porque no había conseguido resquebrajar esa fachada pícara y manejarlo a su antojo.
Y tener un marido dedicado y una familia cariñosa estaba bien para otras mujeres, pero no para ella. Hacía tiempo que había tomado otro camino, que había elegido perseguir sus sueños ella sola. No podía echarse atrás y cambiar de opinión. Había llegado demasiado lejos. Aquello era todo lo que tenía, su trabajo, y estaba feliz con esa elección.
Llamó a la puerta, que se abrió momentos después. Perrie se encontró con la sonrisa vacilante y cálida de una rubia esbelta; una de las tres jóvenes que había visto en el bar.
– Eres esa mujer de Seattle que está de visita, ¿verdad?
Perrie no debía sorprenderse; después de todo, en una población tan pequeña como aquélla las noticias volarían.
– Sí. Hola, soy Perrie Kincaid del Seattle Star. Me han enviado aquí a entrevistarte a ti y a las otras novias por correo. ¿Puedo pasar?
Entró despacio en la cabaña e hizo un rápido inventario visual del interior. Unas cuantas frases descriptivas para situar la historia le añadían color a los relatos de interés personal. La cabaña era mucho mayor que la suya, tenía dormitorios separados y contaba con más modernidades. Estuvo a punto de gemir en voz alta cuando abrió una puerta y vio que era un cuarto de baño, con ducha e inodoro.
– Me llamo Linda Sorenson -dio la mujer-. Debo decir que me ha extrañado ver a una mujer a la puerta. Todas nuestras visitas han sido hombres.
– Me lo imagino -murmuró Perrie, recordando la escena en el bar de Doyle-. Estoy aquí para escribir una continuación del artículo ya publicado en nuestro periódico -se paró delante de la chimenea-. Es una casa muy bonita. Estáis tres personas viviendo aquí, ¿verdad?
Linda sonrió mientras colocaba unas revistas sobre la gastada mesa de madera.
– Las otras están fuera. ¿Te apetece una taza de café?
Perrie no pudo evitar dejar a un lado su actitud profesional. Linda parecía tan simpática; y en ese momento le hacían falta todos los aliados posibles, ya que Brennan tenía a la mayor parte de Muleshoe observando cada uno de sus movimientos. Tal vez las tres novias pudieran ofrecerle ayuda de algún tipo para sus planes de huida.
– Claro -respondió con una sonrisa mientras sacaba el cuaderno del bolsillo antes de quitarse la cazadora-. Me está costando aclimatarme al frío, de modo que cualquier cosa caliente me conviene -hizo unas cuantas anotaciones y esperó hasta que Linda volviera de la cocina con el café para sentarse en el sofá.
Linda se pasó las palmas de las manos por los pantalones.
– ¿Qué te gustaría saber?
– ¿Por qué no me cuentas por qué decidiste venir a Alaska? -le preguntó Perrie tras dar un sorbo.
Linda aspiró hondo antes de soltar el aire despacio.
– Es difícil de explicar sin parecer algo tonta. ¿Crees en el destino, Perrie?
Perrie la miró por encima del borde de su taza.
– ¿En el destino?
– Un día, estaba ojeando un periódico. Raramente tengo tiempo para leer el periódico. Soy enfermera y tengo un horario un poco agitado. Pero ese día tenía tiempo, y vi el anuncio de las novias. Supe entonces que tenía que venir a Alaska. Sólo sentí como si algo, o alguien, estuvieran aquí esperándome.
Perrie suspiró para sus adentros. Sí que sonaba un tanto bobo.
– En realidad, yo no creo demasiado en el destino. Creo que una persona determina su propio futuro, y que el destino no tiene nada que ver con ello.
– ¿Has estado alguna vez enamorada, Perrie?
Perrie hizo una pausa, sin saber cómo, o si debía contestar esa pregunta. ¿Qué tenía que ver su vida amorosa con la historia que estaba escribiendo? Era ella quien estaba haciendo las preguntas. Además, no estaba segura de que quisiera que un extraño supiera que ella, una mujer inteligente de treinta y tres años, no estuviera segura de lo que era el amor.
– ¿Por qué no nos ceñimos a tu historia? -le preguntó en tono ligero-. ¿Por qué estás tan segura de que te quieres casar?
– Porque sé que me iría muy bien. Quiero alguien con quien compartir mi vida, quiero enamorarme, tener hijos y envejecer junto a un buen hombre.
– ¿Y esperas encontrar a ese hombre aquí, en Alaska?
– ¿Por qué no? Podría estar aquí. Hay muchas posibilidades.
Perrie sonrió.
– Pero son algo extrañas, ¿no crees? Además, ¿cómo sabes que tu destino no te está esperando en Terranova, por ejemplo?
Linda sonrió.
– Bueno, si no lo encuentro aquí, seguiré buscando.
– Hay otras cosas en la vida aparte del matrimonio, ¿no?
– Por supuesto que sí. Y no estoy necesariamente empeñada en casarme. Pero jamás voy a dejar de buscar el amor.
Perrie se pensó sus palabras un buen rato. ¿Se estaría perdiendo algo? Jamás había pensado que el amor fuera importante en absoluto. En realidad, tenía la idea de que los hombres eran más que nada un incordio. ¿Sería eso porque no lo había sentido nunca?
– ¿Así que espera encontrar el amor aquí en Muleshoe? ¿Y qué hará si ocurre? ¿Va a dejar su trabajo en Seattle y mudarse aquí?
– No lo sé. Eso es lo que me resulta tan emocionante de todo esto. No estoy segura de lo que va a pasar hasta que pase. Estoy disfrutando tanto del viaje como del destino.
Perrie miró su cuaderno. Todas aquellas cosas tan tontas no iban a poder configurar una historia entretenida, a no ser que tuviera que escribirla para una de esas revistas de relatos rosas. Miró a su alrededor y después a Linda. El largo silencio que se prolongó entre ellas quedó roto por el ruido de la puerta de entrada al abrirse.