Las otras dos novias entraron atropelladamente, muertas de risa y con las cazadoras cubiertas de nieve. Perrie las observó mientras se quitaban los gorros y los mitones. Ambas se dieron la vuelta y la miraron con curiosidad hasta que Linda se puso de pie e hizo las presentaciones.
La morena menuda, Allison Keifer, fue la primera en hablar.
– No sabía que nos fueran a entrevistar otra vez. Habríamos estado aquí antes, pero hemos estado practicando.
– ¿Tenéis que practicar para encontrar marido? -le preguntó Perrie con interés.
Tal vez hubiera algo más en aquella historia.
– No -contestó Mary Ellen Davenport; era una mujer bastante regordeta, con el cabello castaño claro y una sonrisa deslumbrante-. Estamos practicando para los juegos de Muleshoe. Va a celebrarse un concurso de novias el fin de semana que viene, que es San Valentín. Vamos a competir en todas las modalidades: carreras con raquetas de nieve, carreras de trineos, y en el concurso de cortar leña.
– Supongo que lo hacen para que los hombres puedan ver si podemos ser buenas esposas -Dijo Allison-. Pero vamos a divertirnos. Y hay un bonito premio para la ganadora. Un fin de semana en un balneario de aguas termales de Cooper. Todo está incluido: el vuelo, la estancia, la…
– ¿El vuelo? -preguntó Perrie-. ¿Alguien va a llevar en avión a la ganadora?
Linda asintió.
– Y después de los juegos hay un baile en Doyle's. ¿Te interesa? En el concurso de las novias puede participar toda mujer soltera que lo desee.
En la mente de Perrie empezó a urdirse otro plan. Ella podría entrenar con las novias y ganar el evento y al mismo tiempo conseguir un bonito ángulo para la historia. Y en cuanto se escapara de Muleshoe, podría volver a Seattle de alguna manera y terminar una historia verdaderamente importante.
– Claro -dijo Perrie-. Me encantaría participar en los juegos. Explícame más.
– Necesitarás practicar si quieres ganar -dijo Mary Ellen-. Hay unas cuantas mujeres solteras en la ciudad que van a concursar. Sospecho que van a muerte, y por ello serán difíciles de ganar. Pero puedes practicar con nosotras.
– O puedes convencer a uno de esos guapos solteros de Bachelor Creek para que te ayuden -se burló Allison-. Te hospedas allí, ¿no?
Perrie asintió.
– Qué afortunada.
Perrie arqueó una ceja.
– ¿Afortunada?
– Ésa es la sede de los solteros. Tres de los hombres más guapos de Alaska viven allí.
– Si estás contando a Burdy como soltero de ensueño, sin duda llevas mucho tiempo en el campo.
– Oh, no. Burdy, no. Estoy hablando de Joe Brennan y Kyle Hawkins. Y hay otro, pero se acaba de casar. Se llama Tanner, creo. Linda salió con Joe Brennan la noche que llegamos aquí.
Perrie trató de aparentar indiferencia, pero pudo más la curiosidad.
– No perdió mucho el tiempo, ¿verdad? -dijo mientras se inclinaba hacia delante.
– La noche después invitó a Allison a salir -respondió Linda.
– A mí también me pidió que saliera -reconoció Mary Ellen-, pero yo ya tenía una cita.
– Fue encantador, pero no para casarse -comentó Linda.
– Encantador -repitió Perrie.
– Es tan dulce y atento -siguió Linda-. Y gracioso. Y también muy guapo. Tiene algo, no sé, es difícil de explicar, pero te entran ganas de quitarle la ropa y arrastrarlo a la cama.
– Y tiene los ojos como Mel Gibson -observó Mary Ellen.
– Es como un niño con cuerpo de hombre – añadió Allison-. Pero sin duda tiene miedo al compromiso. Para una cita está bien, pero no para más.
– Entonces ambas os fuisteis a la… -Perrie no pudo continuar, interrumpida por una sorprendente oleada de celos.
– ¡Pues claro que no! -gritó Linda.
– Aunque yo sentí la tentación -añadió Allison-. Esos ojos suyos podrían derretirle a cualquier chica.
Perrie se reprendió para sus adentros ¿Por qué demonios tenía que tener celos? ¿O envidia? Había tachado a Joe Brennan como seductor desde el momento en que lo había conocido. Era un soltero empedernido que utilizaba su encanto y su belleza física para que las mujeres se derritieran y se quedaran mudas de adoración. Ni siquiera ella había sido inmune.
Al menos era lo suficientemente lista como para ver a Brennan por lo que era; y lo suficientemente espabilada para mantener las distancias con él. Aunque no había sido demasiado difícil, teniendo en cuenta que últimamente no lo había visto demasiado.
Linda se echó a reír.
– A Allison le costó tres días evaluar a cada soltero a veinticinco kilómetros a la redonda. Ella domina el tema.
– Creo en la perseverancia -dijo Allison-. Sólo quiero lo mejor.
– El único a quien no ha logrado calar es a Hawk -se burló Linda.
Perrie levantó la vista de sus notas.
– ¿Kyle Hawkins? ¿El socio de Brennan?
– Le llaman Hawk. Y él es el único hombre que no le ha dicho ni una sola palabra a ella -dijo Mary Ellen-. Me recuerda a Gregory Peck en esa vieja película… No me acuerdo cómo se llama.
– Mary Ellen nunca recuerda los nombres de las películas… La verdad es que a mí Hawk me parece demasiado callado -dijo Linda -. Tal vez sea un alma torturada.
– Aún no lo he visto -reconoció Perrie-. Y no estoy segura de querer conocerlo. Brennan es suficiente.
– Eres periodista -dijo Allison-. Averigua todo lo que puedas de él y cuéntanoslo.
Perrie cerró el cuaderno despacio.
– Haremos un trato -dijo con una sonrisa de conspiración-. Vosotras me enseñáis a cortar leña, a caminar con las raquetas de nieve y a montar en trineo, y yo os informaré del misterioso señor Hawk.
Mary Ellen se echó a reír.
– ¡Esto va a ser tan divertido! Como una vieja película en la que tres chicas van a Roma a encontrar el amor. ¿Aquella de la fuente? Sólo que estamos en Alaska, somos cuatro y aquí no hay fuente.
– No estoy en esto para encontrar marido -explicó Perrie-. Lo único que me interesa es el viaje de salida de Muleshoe.
Joe cerró la puerta del refugio, se puso las gafas de sol para proteger los ojos del destello del sol en la nieve. Los días se alargaban y el intenso frío que había marcado el mes de enero empezaba a ceder. Pasarían meses hasta que el río se deshelara y llegara la primavera, pero ya habían pasado la parte más cruda del invierno.
Una imprecación rompió el silencio, y Joe se volvió para mirar hacia la cabaña de Perrie. Llevaba cinco días llevando suministros a los habitantes de la zona y no había tenido tiempo de comprobar qué tal estaba. Burdy y ella se habían hecho amigos, y el viejo la llevaba a comer a la ciudad; pero aparte de eso, Perrie Kincaid se había mantenido ocupada con sus cosas.
A decir verdad, no le estaba causando tantos problemas como había pensado en un principio. Estaba claro que había llegado a la conclusión de que no había manera de salir de Muleshoe y había decidido que lo mejor era aprovechar su tiempo libre. Paseó por el camino hacia su cabaña con una sonrisa de satisfacción en los labios. Había ganado aquella pequeña batalla entre los dos y no podía resistirse a deleitarse con ello.
Cuando la cabaña apareció ante sus ojos, lo primero que vio fue a Perrie tirada en el suelo con los pies en el aire. De momento se preocupó, pensando que a lo mejor esa vez se habría hecho daño, pero entonces vio que llevaba raquetas de nieve.
– ¡Oye! -la llamo-. ¿Estás bien?
Perrie se dio la vuelta y lo miró con una hostilidad apenas velada. Tenía el pelo cubierto de nieve y la cara mojada.
– ¡Márchate! -gritó-. ¡Déjame en paz!
Joe, de pie junto a ella, no pudo aguantarse la risa. Estaba tan bonita, allí cubierta de nieve y a punto de explotar de rabia.
– ¿Qué estabas haciendo? -le preguntó mientras tiraba de ella para ayudarla a ponerse de pie. Le dio la vuelta y le retiró un poco de nieve del trasero; y hasta que no apartó la mano no se dio cuenta de lo íntimo del gesto.