– No importa -contestó Perrie en tono seco-. De todas las maneras, no me habría quedado allí. La cabaña está bien.
– No, no lo está. Es…
– ¿Qué quieres de mí? -le soltó ella enfadada-. ¿Necesitas la absolución por ser un cretino? ¿Crees que elogiando mi escrito vas a aliviar la situación?
– Pensé que…
– Mi sitio no está aquí -dijo con recelo-. Mi sitio está en Seatle. Y tú eres quien me retiene aquí.
– Sé lo importante que es el trabajo para ti, pero le hice una promesa a Milt y voy a mantenerla.
– ¿Una promesa que me hace desgraciada?
– Una promesa para que estés a salvo.
– ¿Pero por qué tú?
Joe jamás le había dicho a nadie lo que Milt Freeman había hecho por él. Pero ese momento era el preciso para contárselo a Perrie. Tal vez entonces entendiera por qué era tan importante que ella permaneciera en Muleshoe.
– Justo después de acabar la carrera de Derecho, trabajé para la oficina del fiscal en Seattle. Estaba tan pagado de mí mismo, pensando que sería quien defendería los derechos del ciudadano de a pie y que haría del mundo un lugar mejor… Pero así no fue como salieron las cosas. Sobre todo, representaba a criminales. De todos modos, hacía bien mi trabajo. Un día, tuve el placer de representar a un joven gamberro llamado Tony Riordan. Él era el típico delincuente de poca monta que había estado dirigiendo un pequeño negocio de chantaje con el que no dejaba de fastidiarles la vida a algunos tenderos inmigrantes de Seattle.
Perrie se quedó boquiabierta.
– ¿Conocías a Tony Riordan?
– Íntimamente. Después del juicio, el señor Riordan se encargó de enviarme a algunos de sus compinches a mi casa a expresarme su disgusto por el veredicto. Pero antes de que llegara a casa ese día, un reportero llamado Milt Freeman me llamó y me advirtió. Se había enterado por una de sus fuentes de que Riordan quería vengarse.
– ¿Entonces Milt te salvó la vida?
– O al menos la cara -dijo Joe con una risotada-. El caso es que Tony Riordan ya era peligroso entonces y eso que no tenía nada que perder. Ahora tiene más que perder, Perrie, y eres tú quien amenazas con arrebatárselo.
– Sé cuidarme sola -dijo Perrie con obstinación mientras se cruzaba de brazos.
Joe maldijo entre dientes.
– ¿Acaso te cuesta tanto aceptar que alguien se preocupe por ti?
Ella apretó los labios, y Joe entendió que finalmente empezaba a aceptar lo que le decía.
– Milt se preocupa por ti. Y yo también.
Una sonrisa cínica asomó a sus labios y alzó el mentón con desafío.
– Supongo que harías cualquier cosa para retenerme aquí, ¿verdad? -miró las escaleras de la entrada-. Tengo que encontrar a Burdy.
– Vamos, Perrie -la reprendió mientras la seguía-. No puedes seguir enfadada conmigo para siempre.
Ella se dio la vuelta y volvió la cabeza sonriéndole.
– Tú observa, Brennan.
– ¿Por qué no puedes ver esto como una experiencia aleccionadora? -dijo él en voz alta-. Te apuesto a que no volverás a entrar en el baño de nuevo sin apreciar la comodidad y belleza de tener un baño dentro de casa. O que no subirás la calefacción sin acordarte de la leña que tuviste que recoger para alimentar la estufa de la cabaña.
– Sigue hablando, Brennan. Tarde o temprano acabarás convenciéndote de que estás haciendo algo bueno reteniéndome aquí.
Perrie echó a andar hacia la cabaña de Burdy, y Joe se paró a admirar el rápido bamboleo de sus caderas, la energía de sus pasos. Se echó a reír entre dientes y se encaminó al refugio.
Cada vez le resultaba más difícil seguir enfadado con Perrie Kincaid. A decir verdad, cuanto más sabía de ella, más le gustaba. Era testaruda y sabía lo que quería. No dejaba que nadie la manejara. Y por eso mismo la admiraba.
Aparte de todo eso, le parecía la mujer más bonita que había visto en su vida. Hasta ese momento no había pensado en ella más que como una molestia. Pero poco a poco había terminado por darse cuenta de lo increíblemente atractiva que era. Negó con la cabeza. Ésa era una opinión que tendría que guardarse. No quería que ninguno de los del refugio ni los habitantes de Muleshoe se enteraran de que Perrie Kincaid le atraía tanto.
Perrie se sentó en uno de los taburetes de la barra y abrió un menú. Paddy Doyle se acercó y se limpió las manos en el mandil.
– Señorita Kincaid. ¿Cómo está en esta mañana tan soleada?
– Estoy bien, señor Doyle. Creo que tomaré el desayuno de leñador, con un poco más de beicon, queso en las patatas… y un vaso de leche grande.
Paddy arqueó las cejas.
– ¿Está segura de que quiere todo eso para desayunar? Normalmente toma un donuts y un café.
– Estoy entrenando -dijo Perrie.
Paddy apuntó lo que le había pedido en un pedazo de papel y volvió a la cocina. Pasados unos momentos regresó con un enorme vaso de leche.
– He oído que va a formar parte del concurso de las novias -dijo él-. Todos los solteros de la ciudad están deseosos de ver cómo se las arregla; para ver si es buena para el matrimonio.
Perrie sonrió.
– Las reglas dicen que cualquier mujer soltera puede participar. Pero esta soltera no está interesada en el matrimonio; sólo en ganar el premio.
– También he oído que esta mañana ha estado en Bachelor Creek.
Perrie pestañeó con sorpresa. Había estado en el refugio hacía menos de una hora y ya se sabía.
– Mi primera y última visita.
– Yo no estaría tan seguro de eso. Una dama que pone el pie en ese refugio acaba casándose -Paddy se echó a reír-. Ni uno de esos chicos puso un centavo para el plan de buscar novias y ahora están cayendo como moscas. El primero Tanner. Y ahora Joe. Hawk irá después.
– Yo no voy a casarme con Joe Brennan -insistió Perrie.
– Estoy seguro de que Joe se enfadó cuando la vio dentro del refugio. Lleva evitando el matrimonio desde que lo conozco hace cinco años. Ya sabe que ha salido casi con todas las mujeres solteras del este de Alaska.
– Lo sé, señor Doyle. Todo el mundo lo sabe. Parece que la vida social de Joe es noticia de primera página en Muleshoe.
– Lo sería si tuviéramos un periódico -Paddy se frotó el mentón; entonces apoyó el pie en un barril vacío y se apoyó en la barra-. Usted está el negocio de la prensa, ¿no es cierto?
– Cuando no estoy perdida en Alaska, sí -dijo después de dar un sorbo de leche.
– Necesito consejo -Paddy se llevó las manos a la espalda y se desató el mandil-. Venga conmigo. Quiero enseñarle algo.
Muerta de curiosidad, Perrie lo siguió por el bar hasta una puerta trasera, y después por unas escaleras estrechas y polvorientas hasta el segundo piso del edificio. Paddy llegó a otra puerta y la abrió.
– Todo esto lleva años aquí -dijo él-. Estaba pensando en transformar esto en un bonito salón de baile, para fiestas y bodas y cosas así.
– ¿Qué es esto? -preguntó Perrie.
– Esto es lo que queda del Muleshoe Monitor -le explicó Paddy-. El periódico se abrió en la época de los buscadores de oro. Duró hasta los años treinta y entonces el hombre que lo dirigía se mudó a Fairbanks.
– Es increíble -dijo Perrie mientras se acercaba a la fila de armarios de madera que forraban una pared.
Las galeradas de la última edición del periódico seguían sobre la mesa, cubiertas de años y años de polvo. Pasó la mano por encima de los titulares para ver mejor lo que decían.
– Cuando yo todavía estaba en el instituto, trabajaba para el periódico de mi ciudad. Conservaban los tipos antiguos que utilizaban para los letreros y los pósters. Yo solía sentarme e inventar titulares. Ahora todo se hace por ordenador.
– Quiero vender esto -dijo Paddy-. ¿Cuánto cree que vale?