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– ¡Has ganado, Kincaid!

– Pero he sido la cuarta -dijo Perrie mientras se agarraba a sus brazos.

– No, has ganado. Todo. Tú has sacado más puntos que ninguna.

Perrie emitió un gemido entrecortado.

– ¿He ganado?

Ed Bert Jarvis pasó junto a ellos y le tendió un sobre.

– Aquí tiene su premio, señorita. Felicidades.

Perrie se soltó de los brazos de Joe y tomó el sobre que le daba Ed.

– ¿He ganado el viaje a Cooper?

– Así es.

Perrie gritó mientras agitaba el sobre delante de Joe.

– He ganado, he ganado. ¡Me voy a Cooper! -le echó los brazos al cuello y lo abrazó con fuerza.

Entonces lo miró y vio cómo se oscurecía su mirada antes de inclinarse y besarla.

Brennan la besó apasionadamente. El público vitoreaba y gritaba su aprobación, pero esa vez Perrie no estaba en absoluto avergonzada. Echó la cabeza hacia atrás y rió con ganas. Había conquistado a aquellas tierras salvajes y le había demostrado a Joe Brennan que era capaz de soportar cualquier cosa que Alaska le pusiera en su camino. Iba a ir a Cooper. Muy pronto, estaría en Seattle.

El único problema era que no quería marcharse de Alaska. Había algo más que quería conquistar… y en ese mismo momento la estaba besando.

Doyle's estaba de bote en bote cuando llegaron. La música de la máquina de discos inundaba el local y se mezclaba con las conversaciones y las risas de los presentes. Él no le había soltado la mano desde que se habían besado delante de toda la ciudad. Resultaba extraña la rapidez con la que de pronto eran pareja. Todos los miraban ya de un modo distinto, como si estuvieran hechos el uno para el otro.

¿Acaso creía la gente que eran ya amantes? ¿Pensarían que él podría estar enamorado de ella? ¿O tal vez que era sin más otra de las conquistas de Brennan? No debería importarle lo que pensaran los demás, pero le importaba.

A medida que se abrían paso entre el público, tuvo que pararse una y otra vez mientras los lugareños la felicitaban por su triunfo. Finalmente, cuando se juntaron con las novias, Joe le soltó la mano y continuó hacia la barra.

– Se le ve de lo más enamorado -dijo Allison con envidia-. No sé cómo lo haces. No estabas buscando un hombre cuando viniste, y acabas pescando al soltero más guapo de la ciudad.

– No lo he pescado -dijo Perrie, incómoda con la idea.

No se trataba de que quisiera casarse con él; aunque tal vez eso se le hubiera pasado por la cabeza una o dos veces.

¿Acaso no pensaban la mayoría de las mujeres alguna vez en su vida en casarse y tener hijos? ¿Pero qué tenía Joe que la empujaba a pensar en esas tonterías? Había salido con hombres mucho más adecuados; hombres estables, de confianza, bien situados y con ideas monógamas.

Hombres aburridos, pensaba. Hombres seguros. Ésa era una característica que jamás le daría a Joe Brennan. Era el hombre más peligroso que había conocido en su vida. Tal vez eso era lo que le resultaba tan atractivo de él, el peligro de que tal vez le rompiera el corazón. Llevaba toda su vida profesional enfrentándose a situaciones de peligro, y de pronto lo estaba haciendo no en su vida profesional sino en su vida personal.

– Bueno, desde luego has demostrado que encajes aquí en Alaska -dijo Linda mientras le daba un abrazo-. No puedo creer que hayas ganado la carrera de trineos. Yo me he caído tres veces. Y Mary Ellen ni siquiera se pudo montar. El trineo se largó sin ella.

– Me he entrenado bien -dijo Perrie mirando a Joe y a Hawk, que estaban apoyados en la barra.

Escuchó con distracción la conversación de las novias, añadiendo comentarios aquí y allá para aparentar interés. Pero lo único en lo que pensaba era en el tiempo que faltaba para que Joe y ella estuvieran a solas.

Sus miradas se encontraron, y ella lo saludó con delicadeza. Con una sonrisa, Joe se volvió para retirar una botella de la barra y entonces se dirigió hacia ella. Cuando estuvo a su lado, entrelazó los dedos con los suyos. El contacto le aceleró el pulso.

– Vamos -le dijo al oído-. Allí hay una mesa libre.

Él hizo un gesto con la cabeza a las novias y fueron hacia allí. Cuando llegaron a la mesa del oscuro rincón, él le retiró la silla con una galantería inesperada y sacó una botella de champán que llevaba escondida a la espalda. De los bolsillos de su cazadora sacó dos copas y las colocó en el centro de la mesa.

– ¿Champán? -le preguntó ella mientras se quitaba la cazadora.

– Estamos de celebración -le dijo él mientras se sentaba en frente de ella y dejaba su cazadora en el respaldo de la silla-. Es el mejor que tiene Paddy.

Le sirvió una copa y después llenó la suya a la mitad.

– Por la mujer más resuelta que he conocido en mi vida -le dijo mientras brindaban.

Ella le sonrió y dio un sorbo de champán mientras miraba a su alrededor. Mirara donde mirara, encontraba a algún hombre mirándola. Al principio sonrió, pero después empezó a sentirse algo incómoda.

– ¿Por qué me están mirando?

Joe se recostó en el asiento.

– Se están preguntando si deberían venir a sacarte a bailar.

– Pero ya me sacaron a bailar la noche que llegué aquí. ¿De qué tienen miedo ahora?

– Piensan que estás conmigo -dijo Joe.

Las burbujas del champán se le fueron por otro sitio.

– ¿Y… estoy… contigo, Brennan? -le preguntó con los ojos llorosos.

– Podrías llamarme Joe -bromeó-. Creo que ahora nos conocemos lo suficiente, ¿no crees, Perrie?

– ¿Estoy contigo, Joe?

Él la miró a los ojos un buen rato y le sonrió con aquella sonrisa diablesca.

– Sí, lo estás -dijo Joe-. Has estado maravillosa hoy, Perrie. De verdad no pensé que pudieras hacerlo, pero lo has hecho.

– Supongo que me subestimabas -dijo Perrie mientras alzaba la barbilla con testarudez.

– Tengo la mala costumbre de hacer eso -contestó él-. De distintas maneras Joe le quitó la copa vacía de la mano-. ¿Te apetece bailar?

Perrie asintió, preguntándose qué querría decir con su comentario. ¿Cómo pensaba él que la había subestimado? ¿Tendría miedo aún de que tratara de escapar cuando estuviera en Cooper? El balneario estaba a corta distancia de Fairbanks. Sin duda podría encontrar a un piloto para que la llevara al aeropuerto. Una llamada de teléfono a su madre y una promesa de ir a cenar con ella el domingo le asegurarían un billete de avión.

Aunque, si su madre supiera que había conocido aun hombre en Alaska, no le llegaría ningún billete de avión. El mayor deseo de su madre era tener un yerno. Seguramente se conformaría incluso con un piloto, mientras fuera capaz de darle nietos.

El salón de baile estaba lleno de gente, pero Joe encontró un espacio y la tomó entre sus brazos. Una melodía country sonaba de fondo mientras Joe pegaba su cuerpo al de ella y empezaba a oscilar al compás de la música.

Era un buen bailarín que se movía con naturalidad. Perrie quería seducirlo, provocarlo con su cuerpo, conducirlo adonde ella quería llegar. La copa de champán le dio valor, y le echó los brazos al cuello y apretó sus caderas contra las de él.

Perrie no había tratado de seducir jamás a un hombre. Ni siquiera estaba segura de cómo hacerlo. Pero el instinto fue más fuerte que la inseguridad, y Perrie se dejó llevar por la música y apoyó la cara sobre la suave franela de su camisa.

Un suave gemido surgió de su pecho, y Perrie sintió los fuertes latidos de su corazón, mientras deslizaba la mano por los musculosos contornos de su pecho. Entonces se arriesgó a mirarlo y él la miró también. La pasión que vio en su mirada le aceleró el pulso. La deseaba a ella tanto como ella a él, y nada se interpondría en su camino.

– ¿Entonces, qué va a pasar esta noche, Perrie?