Si creyeran eso, pensó, podría ser su salvación. Los ejemplos de psicosis degenerativa empezaban ahora a multiplicarse. Demasiados hombres llevaban allí demasiado tiempo, y un colapso alimentaba el siguiente. La tensión de vivir en ese mundo baldío y estéril, que no estaba hecho para los seres humanos, iba erosionando a los presos. El destino de Valdosto y Altman y los otros enfermos sería el destino de todos los demás. Los hombres necesitaban proyectos continuos para seguir funcionando, para combatir el aburrimiento mortal. Empezaban a caer en la esquizofrenia, como Valdosto, o se metían en proyectos disparatados, como la novia de Frankenstein de Altman o la búsqueda de la puerta extrasensorial de Latimer.
¿Qué pasaría, pensó Barrett, si pudiera entusiasmarlos con la idea de llegar a otros continentes? Una expedición alrededor del mundo. Quizá podrían construir algún tipo de barco grande. Eso ocuparía a muchos hombres durante un largo tiempo. Y tendrían que inventar algunos instrumentos de navegación: brújulas, sextantes, cronómetros, etcétera. Alguien tendría que improvisar una radio. Por supuesto, los fenicios se las habían arreglado bastante bien sin radios y sin cronómetros, pero en realidad no habían salido al mar abierto. Se habían mantenido cerca de la costa. Pero en ese mundo casi no había costas, y además los presos de la Estación no eran fenicios. Necesitarían ayuda para navegar.
Diseñar y construir el barco y los instrumentos era el tipo de proyecto que podía llevar treinta o cuarenta años. Algo de largo alcance donde centrar nuestras energías, pensó Barrett. Por supuesto, no viviré lo suficiente para ver zarpar ese barco, pero no importa. Es una manera de conjurar el colapso. La verdad es que no me importa lo que pueda haber del otro lado del mar, pero sí me importa, y mucho, lo que le pasa aquí a mi gente. Hemos construido la escalera que lleva al mar, pero ya está terminada…Ahora necesitamos hacer algo más grande. Las manos ociosas propician mentes ociosas… mentes enfermas… Le gustaba la idea que se le había ocurrido. Llevaba semanas preocupado por el deterioro de las condiciones de la Estación, y buscando alguna manera nueva de hacerle frente. Ahora creía que tenía la solución. ¡Un viaje! ¡El arca de Barrett!
Al volver la cabeza vio a Don Latimer y a Ned Altman a sus espaldas.
—¿Cuánto hace que estáis aquí? —preguntó. —Dos minutos —dijo Latimer—. No queríamos interrumpirte. Parecías muy concentrado.
—Estaba soñando —dijo Barrett.
—Tenemos algo para mostrarte —dijo Latimer. Entonces Barrett vio el fajo de papeles que tenía en la mano.
Altman asintió vigorosamente con la cabeza. —Tienes que leerlo. Lo trajimos para que lo leas. —¿Qué es? —preguntó Barrett.
—Las notas de Hahn —dijo Latimer.
10
Barrett vaciló un momento, sin decir nada, sin intentar quitar los papeles de la mano de Latimer. Estaba contento de que Latimer hubiera hecho eso, pero tenía que ser prudente. La propiedad privada era sagrada en la Estación Hawksbill. Inmiscuirse en lo que otro había escrito era una falta ética grave. Por eso Barrett no había ordenado expresamente a Latimer que registrara la litera de Hahn. No podía implicarse en un delito tan flagrante.
Pero, por supuesto, tenía que saber en qué andaba. Sus responsabilidades como líder de la Estación, se dijo, trascendían el código moral. Por eso había pedido a Latimer que vigilara a Hahn. Y por eso había pedido a Rudiger que llevase a Hahn a pescar. Latimer había dado el paso siguiente sin necesidad de que se lo insinuaran.
—Esto de revisar las pertenencias de alguien no me convence mucho, Don —dijo Barrett finalmente. —Tenemos que saber algo más sobre ese hombre, Jim.
—Sí, pero una sociedad tiene que regirse por su propia moral, aunque se esté defendiendo de posibles enemigos. Ésa era nuestra queja contra los sindicalistas, ¿recuerdas? Ellos no jugaban limpio. —¿Acaso somos una sociedad? —dijo Latimer. —Claro que sí. Somos toda la población del mundo. Un microcosmos. Y yo represento al Estado, que ha de tener sus leyes. No sé si quiero mirar esos papeles que tienes ahí, Don.
—Me parece que deberías hacerlo: Cuando caen en manos del Estado pruebas importantes, el Estado tiene la obligación de examinarlas. Me refiero a que aquí no sólo está en juego el bienestar de Hahn. También tienes que velar por el resto de los presos.
—¿Hay algo importante en los papeles de Hahn? —Vaya si lo hay —intervino Altman—. ¡Es totalmente culpable!
—Recuerda —dijo Barrett con voz tranquila— que nunca te pedí que me trajeras esos documentos. Que hayas curioseado en ellos es un problema tuyo con Hahn, al menos hasta que se demuestre que hay motivos para tomar medidas contra él. ¿Está claro? Latimer parecía un poco dolido.
—Supongo que sí. Encontré los papeles escondidos en la litera de Hahn después de su partida en el bote de Rudiger. Sé que no tengo que invadir su intimidad, pero me vi obligado a observar qué es lo que está escribiendo. Y mira lo que descubrí. Es un espía.
Ofreció el fajo de papeles doblados a Barrett. Barrett los agarró y les echó una rápida mirada sin leerlos.
—Los estudiaré un poco más tarde —dijo—. ¿Qué es lo que ha escrito Hahn? En pocas palabras. —Una descripción de la Estación, y un perfil de la mayoría de los hombres que ha conocido —dijo Latimer. Sonrió con frialdad—. Los perfiles son muy detallados y no muy halagadores. La opinión que Hahn tiene de mí es que he perdido la razón y que no quiero reconocerlo. Su opinión sobre ti es un poco más favorable, Jim, pero no mucho.
—Las opiniones de ese hombre no son de mucho valor —dijo Barrett—. Tiene todo el derecho a pensar que somos un montón de viejos chiflados. Quizá lo seamos. Ha hecho un pequeño ejercicio literario a nuestra costa. Nosotros…
—También ha andado merodeando por el Martillo —dijo Altman en tono rotundo.
—¿Qué?
—Vi cómo iba hasta allí por la noche, tarde. Entró en el edificio. Lo seguí sin que se diera cuenta. Se quedó un largo rato mirando el Martillo. Caminando alrededor y estudiándolo. No lo tocó.
—¿Por qué demonios no me lo dijiste enseguida? —preguntó Barrett con brusquedad.
Altman parecía confundido y aterrorizado. Parpadeó cinco o seis veces y retrocedió nerviosamente, alejándose de Barrett, pasándose las manos por el pelo amarillo.
—No estaba seguro de que fuera importante —dijo finalmente—. Quizá era sólo curiosidad. Primero tuve que hablar del tema con Don. Y no pude hacerlo hasta que Hahn se fue de pesca.
La cara de Barrett se llenó de sudor. Se recordó que estaba hablando con un individuo un poco psicótico y contuvo la voz todo lo posible, disimulando la alarma repentina que se había apoderado de él.
—Escucha, Ned. Si alguna vez vuelves a sorprender a Hahn cerca del equipo de transmisión temporal, me lo haces saber enseguida. Vienes a verme inmediatamente, esté despierto o dormido, comiendo o descansando. Sin consultar a Don ni a nadie. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dijo Altman.
—¿Sabías esto? —dijo Barrett dirigiéndose a Latimer. Latimer dijo que sí con la cabeza.
—Ned me lo contó poco antes de venir para aquí. Pero pensé que era más urgente darte los papeles. Me refiero a que Hahn no podría dañar el Martillo mientras está en el bote, y lo que pueda haber hecho anoche, hecho está.
Barrett tuvo que darle la razón. Pero no podía quitarse la angustia. El Martillo, por insatisfactorio que les pareciera, era su único punto de contacto con el mundo que los había expulsado. Dependían de él para los suministros, para el nuevo personal, para las escasas noticias que traían los nuevos de Arriba. Si algún perturbado destrozaba el Martillo, caería sobre ellos el asfixiante silencio del aislamiento total. Incomunicados con todo, viviendo en un mundo sin vegetación, sin materias primas, sin máquinas, volverían al estado salvaje en pocos meses.