Pero ¿qué estaría haciendo Hahn cerca del Martillo?, se preguntó Barrett.
Altman soltó una risita nerviosa.
—¿Sabes lo que pienso? Que Arriba han decidido exterminarnos. Quieren deshacerse de nosotros. Hahn ha sido enviado aquí como voluntario suicida. Nos está estudiando, preparando todo. Después enviarán una bomba de cobalto a través del Martillo y volarán la Estación. Tendríamos que destrozar el Martillo y el Yunque antes de que puedan hacerlo.
—Pero ¿para qué habrían de enviar un voluntario suicida? —preguntó Latimer—. Si su meta era acabar con nosotros, podrían mandar simplemente una bomba, y ahorrarse el agente. A menos que tengan alguna manera de rescatar a su espía…
—En cualquiera de los casos, no tendríamos que arriesgarnos —argumentó Altman—. Empecemos por destrozar el Martillo. Impidamos que nos bombardeen desde Arriba.
Podría ser una buena idea. ¿Tú qué piensas, Jim? Barrett pensaba que Altman estaba loco y que Latimer lo seguía a poca distancia.
—Yo no me preocuparía tanto por esa teoría de la bomba, Ned —se limitó a decir—. Arriba no tienen ninguna razón para eliminarnos. Y si la tuvieran, estoy de acuerdo. con lo que dice Don: no nos enviarían un agente, sino una bomba.
Aun así, quizá deberíamos inutilizar el Martillo por las dudas…
—No —dijo Barrett. En tono enérgico, agregó—: Si hacemos algo al Martillo es como si nos cortáramos la cabeza. Por eso es tan serio —lo que anduvo haciendo Hahn. Y tú deja también de pensar cosas raras sobre el Martillo, Ned. El Martillo nos envía comida y ropa. No bombas.
—Pero…
—Sin embargo…
—Callaos los dos —gruñó Barrett—. Quiero ver estos papeles.
Habría que proteger el Martillo, pénsó. Él y Quesada tendrían que idear algún sistema de vigilancia, como habían hecho para las provisiones de fármacos. Pero algo más eficaz.
Se apartó unos pasos de Altman y Latimer y se sentó en un saliente de roca. Abrió el fajo de papeles. Empezó a leer.
Hahn tenía una caligrafía apretada que le permitía meter un máximo de información en un mínimo de espacio, como si pensara que era un pecado mortal malgastar papel. Estaba bien, porque allí el papel era un bien escaso. Pero era evidente que Hahn había traído esas hojas de Arriba. Eran delgadas y tenían una textura metálica. Cuando se deslizaban unas sobre otras, producían un susurro.
A pesar de que la letra era pequeña, Barrett no tuvo dificultad para descifrarla. La letra de Hahn era clara. También sus opiniones. Dolorosamente.
Había escrito un análisis detallado de las condiciones en la Estación Hawksbill, y era un trabajo impresionante. En unas cinco mil palabras bien organizadas, Hahn había expuesto todo lo que Barrett sabía que andaba mal. La objetividad de aquel hombre era despiadada. Describía a los hombres como revolucionarios avejentados en quienes el viejo fervor se había vuelto rancio; enumeraba a los evidentemente psicóticos y a los que estaban al borde de serlo, y en otra categoría ponía a los que aún resistían, como Quesada y Norton y Rudiger. A Barrett le interesó ver que Hahn percibía en esos tres una grave tensión, y que podían desmoronarse en cualquier momento. Para él, Quesada y Norton y Rudiger eran casi tan estables como cuando habían caído en el Yunque de la Estación Hawksbill; pero eso quizá se debía al efecto distorsionador de sus propias percepciones borrosas. Para alguien de afuera como Hahn, el panorama era diferente y quizá más preciso.
Barrett se obligó a no saltar hasta la valoración que Hahn hacía de él.
Siguió leyendo con tenacidad la descripción del probable futuro de la población de Hawksbilclass="underline" nada brillante. Hahn pensaba que el proceso de deterioro era acumulativo e imparable, y que a cualquier hombre que hubiera estado en aquel sitio más de un año o dos lo doblegarían pronto el aislamiento y el desarraigo. Barrett pensaba lo mismo, aunque creía que los más jóvenes resistían algo más. Pero el razonamiento de Hahn era inexorable y su evaluación de las posibilidades parecía convincente. ¿Cómo ha sabido tanto .de nosotros en tan poco tiempo?, se preguntó Barrett. ¿Será tan agudo? ¿O será que somos muy transparentes?
En la quinta página, Barrett encontró la descripción que Hahn hacía de él. No le gustó.
«La Estación —había escrito Hahn— está nominalmente bajo la autoridad de Jim Barrett, un revolucionario de la vieja guardia que lleva aquí cerca de veinte años. Barrett es el prisionero de mayor jerarquía en cuanto a antigüedad. Toma las decisiones administrativas y parece servir de fuerza estabilizadora. Algunos de los hombres lo adoran, pero no creo que pudiera ejercer una influencia real en caso de que alguien cuestionara su autoridad o intentara derrocarlo. En la imprecisa anarquía social de la Estación Hawksbill, el gobierno de Barrett se basa casi por completo en el consentimiento de los gobernados, y si le retiraran su apoyo, como en la Estación no hay armas, él no podría imponer su voluntad. De todos modos no me parece probable que eso vaya a ocurrir, puesto que la mayoría dé los hombres de este lugar están desvitalizados y desmoralizados, y no tendrían fuerzas para organizar una insurrección contra Barrett aunque lo necesitaran.
»En general Barrett ha sido una fuerza positiva dentro de la Estación. Aunque algunos otros hombres del lugar tienen calidades de liderazgo, es evidente que sin él todo esto se habría fragmentado en una desastrosa confusión hace mucho tiempo. Sin embargo, Barrett es como una viga fuerte roída desde dentro por las termitas. Parece sólido, pero un buen empujón lo quebraría. Una reciente herida en un pie ha tenido para él un efecto evidentemente nefasto. Los otros hombres dicen que solía tener una gran energía física y que su autoridad provenía en gran medida de su estatura y de su fuerza. Ahora Barrett apenas puede caminar. Pero creo que el problema de Barrett es inherente a la vida de la Estación Hawksbill, y que no tiene mucho que ver con su cojera. Lleva muchos años alejado de los impulsos humanos normales. El ejercicio del poder le ha dado la ilusión de estabilidad y le ha permitido seguir funcionando, pero el suyo es un poder en un vacío, y dentro de él han ocurrido cosas de las que no tiene ninguna conciencia. Necesita terapia urgente. Quizá ya no se pueda hacer nada por él. »
Atónito, Barrett leyó ese pasaje varias veces. Las palabras se le clavaban como agujas.
Roída desde dentro por las termitas… … un buen empujón…
… dentro de él han ocurrido cosas… … terapia urgente…
… no se pueda hacer nada por él…
Las palabras de Hahn enfadaron a Barrett menos de lo que esperaba. Hahn tenía derecho a su propia opinión. A lo mejor hasta tenía razón. Barrett llevaba allí demasiados años viviendo separado de los demás; nadie se atrevía a hablarle sin rodeos. ¿Se habría deteriorado? ¿Acaso los demás lo estarían tratando con demasiada amabilidad?
Finalmente, Barrett dejó de releer lo que Hahn había escrito sobre él y continuó hasta la última página de las notas. El ensayo terminaba con estas palabras: «Por lo tanto, recomiendo el rápido cese de la colonia penal de la Estación Hawksbill y, hasta donde sea posible, la rehabilitación terapéutica de sus presos. »
¿Qué demonios era aquello?
¡Parecía el informe de un inspector para conceder una libertad condicional! Pero no había libertad condicional en la Estación Hawksbill. Aquella disparatada frase final anulaba la viabilidad de todo lo precedente. Que Hahn percibiera con tanta claridad y agudeza lo que pasaba en la Estación no servía para nada. Un hombre que podía escribir «Recomiendo el rápido cese de la colonia penal de la Estación Hawksbill» estaba loco.