Выбрать главу

Acostado allí en el tanque, se dictó su propia autobiografía, un documento de varios volúmenes. Inventó juegos matemáticos de gran complejidad. Recitó los nombres de los estados de los viejos Estados Unidos de Norteamérica y trató de recordar los nombres de sus capitales. Revivió escenas que habían sido culminantes en su vida, alterando de vez en cuando el guión.

Después hasta pensar le costaba, y se dejó flotar a la deriva en la marea amniótica. Llegó a creer que estaba muerto, y que aquello era la otra vida, el descanso eterno. Pronto su mente entró en una renovada actividad, y esperó ansiosamente a que lo sacaran del tanque y lo interrogaran; después esperó con desesperación, y después esperó con furia, y después, sencillamente, dejó de esperar.

Después de algo así como ochocientos años, lo sacaron del tanque. .

—¿Cómo te sientes? —preguntó un guardia. La voz fue como un chillido. Barrett se llevó las manos a las orejas y cayó al suelo. Lo levantaron.

=Ya te acostumbrarás al sonido de las voces —dijo el guardia.

—Basta —murmuró Barrett—. ¡Cállate!

No soportaba ni siquiera el sonido de su propia voz. Los latidos de su corazón eran truenos despiadados en sus oídos. Su respiración producía un susurro feroz, como si unas ráfagas de viento estuvieran destrozando bosques. Tenía los ojos anestesiados por la avalancha de impresiones visuales. Temblaba. Sentía escalofríos.

Jacob Bernstein fue a verlo cuando hacía una hora que lo habían sacado del tanque.

—¿Te sientes descansado? —preguntó Bernstein—. ¿Relajado, feliz, con ganas de cooperar?

—¿Cuánto tiempo estuve allí dentro?

—No estoy autorizado a decírtelo.

—¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Qué día es hoy?

—Da igual, Jim.

—Por favor, deja de hablar. Tu voz me lastima los oídos.

Bernstein sonrió.

—Ya te adaptarás. Espero que hayas repasado tus recuerdos mientras descansabas, Jim. Ahora te pido que respondas a algunas preguntas. Para empezar, los nombres de personas de tu grupo. No todo el mundo… Sólo los que están en puestos de responsabilidad.

—Tú conoces todos los nombres —murmuró Barrett. —Quiero oírtelos a ti.

—¿Para qué?

—Quizá te sacamos del tanque antes de tiempo. —Entonces ponme allí de nuevo —dijo Barrett. —No seas testarudo. Hazme la lista de algunos nombres.

—Al hablar me duelen los oídos. Bernstein cruzó los brazos.

—Deja que los nombres vayan saliendo. Tengo aquí una declaración en la que se describe el grado de tus actividades contrarrevolucionarias.

—¿Contrarrevolucionarias?

—Sí. En contra de la obra permanente de los fundadores de La Revolución de 1984.

—Hace mucho tiempo que no oigo que nos llamen contrarrevolucionarios, Jack Jacob.

Jacob.

—Gracias. Leeré la declaración. Puedes corregirla si encuentras algún detalle incorrecto. Después tendrás que firmarla. —Abrió un largo documento y leyó una breve y seca descripción de la carrera de Barrett en el movimiento clandestino, básicamente exacta, desde aquella primera reunión en 1984 hasta el presente. Cuándo terminó, dijo—: ¿Tienes alguna sugerencia o crítica?

—No.

—Entonces fírmalo.

—En este momento mi coordinación muscular es pésima. No puedo sujétar una pluma. Creo que estuve demasiado tiempo en tu tanque.

—Entonces dicta una adhesión verbal a lo que declaras en la confesión. Grabaremos tu voz, que servirá perfectamente de prueba.

—No.

—¿Niegas que esto sea un resumen fiel de tu carrera?

—Invoco la Quinta Enmienda.

—El concepto de la Quinta Enmienda no existe —dijo Bernstein—. ¿Vas a admitir que has trabajado deliberadamente para derrocar al gobierno legalmente constituido de esta nación?

—¿No te da asco oír de tu boca palabras como las que estás diciendo, Jack?

—No lances un ataque personal contra mi integridad —dijo Bernstein sin levantar la voz—. No puedes entender los motivos que me llevaron a transferir mi lealtad del movimiento clandestino al gobierno, y no voy a hablar de eso contigo. Se te está interrogando a ti, no a mí.

—Espero que te toque pronto el turno.

—Dudo que alguna vez me toque.

—Cuando teníamos dieciséis años —dijo Barretthablabas de este gobierno como de lobos que se comían el mundo. Me advertiste que si no despertaba sería un esclavo más en un mundo lleno de esclavos. Y yo dije que prefería ser un esclavo vivo antes que subversivo muerto, ¿recuerdas? Y tú me insultaste por haber dicho eso. Ahora ahí estás, en el equipo de los lobos. Tú eres un esclavo vivo y yo voy a ser un subversivo muerto.

—Este gobierno ha renunciado a la pena capital —dijo Bernstein—. Yo no me considero lobo ni esclavo. Y con tus propias palabras justamente has demostrado la falacia de tratar de defender en la madurez las opiniones de la adolescencia.

—¿Qué quieres de mí, Jack?

—Dos cosas. La aceptación del resumen que acabo de leerte. Y tu cooperación para conseguir información sobre los líderes del Frente Continental de Liberación.

—Te olvidas de algo. También quieres que teIlame Jacob, Jacob.

Bernstein no sonrió.

—Si cooperas, puedo prometerte que este interrogatorio tendrá un final satisfactorio.

—¿Y si no coopero?

—No somos vengativos. Pero hacemos todo lo necesario para garantizar la seguridad de los ciudadanos sacando de su ambiente a los que amenazan la estabilidad nacional.

—Pero no matáis a la gente —dijo Barrett—. Demonios, cómo estarán de llenas a estas alturas vuestras cárceles. A menos que eso del viaje por el tiempo sea cierto.

Por primera vez pareció que hacía mella en la armadura impasible de Bernstein.

—¿Es cierto? —preguntó Barrett—. ¿Construyó Hawksbill una máquina que os permite lanzar prisioneros al pasado? ¿Estáis alimentando a los dinosaurios?

—Te daré otra oportunidad para responder a mis preguntas —dijo Bernstein, irritado—. Dime…

—Jack, me ha pasado algo curioso en este lugar de interrogatorios. Cuando la policía me detuvo aquel día en Boston, la verdad es que no me importó. Había perdido interés en La Revolución. Aquel día estaba tan poco comprometido como cuando tenía dieciséis años y tú me metiste en ese asunto. Había perdido mi fe en el proceso revolucionario. Había dejado de creer que algún día podríamos derrocar al gobierno, y veía que estaba haciendo todo por pura inercia, envejeciendo cada vez más, usando mi vida en un fútil sueño bolchevique, guardando las apariencias para no desalentar a los chicos del movimiento. Acababa de descubrir que mi vida estaba vacía. Por lo tanto ¿qué importaba que se me arrestara? Yo no era nada. Estoy seguro de que si me hubieras interrogado el primer día de prisión te habría contado todo lo que quieres saber, simplemente porque estaba demasiado aburrido para seguir resistiendo. Pero ahora llevo en este centro de interrogatorios seis meses, un año, quién sabe cuánto tiempo, y el efecto ha sido muy interesante. Vuelvo a ser testarudo. Entré aquí con poca voluntad, y tú me la has fortalecido hasta volverla más resistente que nunca. ¿No te parece interesante, Jack? Supongo que no quedas muy bien parado como interrogador, y lo lamento, pero creí que podría interesarte saber cómo me ha afectado este proceso.

—¿Estás pidiendo que te torturen, Jim?

—No pido nada. Sólo te cuento.