—Hablas casi como un humano —dijo Enoch—. Ésa es la especie de esperanza que han sustentado muchos de nuestros pensadores.
—Tal vez —convino Ulises—. Ya sabes que mucho de la Tierra parece haberse pegado a mí. No se puede pasar tanto tiempo como yo lo hice en vuestro planeta sin por lo menos contagiársele algo de él. Y dicho sea de paso, causaste una buena impresión en el vegano.
—No me di cuenta de ello —dijo Enoch—. Él fue amable y correcto, desde luego, pero apenas más.
—Esa inscripción en la lápida… Estaba impresionado por ella.
—No la puse para impresionar a nadie. La grabé porque era así como sentía yo. Y porque quiero a los hazers. Fue sólo un intento de ser justo con ellos.
—A no ser por la presión de las facciones galácticas, —dijo Ulises— estoy convencido de que los veganos estarían dispuestos a olvidar el incidente, y ésta es una concesión mayor de lo que puedes suponer. Puede llegar hasta que se alíen con nosotros cuando haya que poner las cartas boca arriba.
—¿Quieres decir que podrían salvar la estación?
Ulises meneó la cabeza.
—Dudo que nadie pueda hacerlo. Pero la cuestión sería más fácil para todos nosotros en la Central Galáctica si pusieran su peso de nuestra parte.
El cazo de café borboteó y Enoch fue a retirarlo. Ulises apartó a un lado algunos de los cachivaches que había sobre la mesa para dejar espacio a dos tazas. Enoch las llenó y puso la cafetera sobre el suelo.
Ulises tomó su taza, la tuvo un momento en sus manos, y la volvió a depositar sobre la mesa.
—Estamos en baja forma —dijo—. No como en tiempos pasados. Ello ha preocupado a la Central Galáctica. Todo ese disputar y altercar entre las razas, todo ese entrometimiento y agresión… —miró a Enoch—. Tú pensabas que todo era cómodo y agradable.
—No —respondió Enoch—, eso no. Sabía que existían puntos de vista dispares, opiniones antagónicas, y también que había cierto trastorno. Pero temo haber pensado en ello como estando en un plano enormemente elevado… caballeresco y de buenos modales.
—Así fue en un tiempo. Siempre ha habido opiniones divergentes, pero se hallaban basadas en principios y críticas, y no en intereses especiales. Tú ya sabes de la fuerza espiritual, desde luego… de la fuerza espiritual universal.
Enoch asintió.
—He leído algo de la literatura. No la he entendido cabalmente, pero estoy dispuesto a aceptarla. Sé que hay un medio de entrar en contacto con la fuerza.
—El Talismán —dijo Ulises.
—Eso es. El Talismán. Una máquina de clasificación.
—Supongo que puede llamársele así —convino Ulises—. Aunque la palabra «máquina» es un tanto torpe. En su elaboración entró algo más que la mecánica. Es precisamente el único. Sólo uno fue hecho jamás, por un místico que vivió hace 10.000 años de los vuestros. Desearía poder decirte lo que es o cómo está construido, pero temo que no hay nadie que pueda decírtelo. Ha habido otros que han intentado duplicar el Talismán, pero ninguno lo ha logrado. El místico que lo hizo no dejó fotocalcos, ni plano alguno, ni ninguna especificación, ni siquiera una simple nota. No hay nadie que sepa nada al respecto.
—Supongo que ésa no es una razón para que no pudiera ser hecho otro. Quiero decir que no existen tabús sagrados. El construir otro no sería sacrílego.
—En absoluto —dijo Ulises—. De hecho, necesitamos otro con urgencia. Pues ahora no tenemos Talismán. Ha desaparecido.
Enoch dio un bote en su silla.
—¿Desaparecido? —preguntó.
—Perdido —dijo Ulises—. Extraviado. Robado. Nadie lo sabe.
—Pero yo no había…
Ulises sonrió pálidamente.
—No lo habías oído. Lo sé. No es algo de lo que hablamos. No nos atrevemos. El pueblo no debe saberlo. Cuando menos, no por un tiempo. No es demasiado difícil hacerlo. Ya sabes cómo operaba, cómo el custodio lo llevaba de planeta en planeta y se celebraban reuniones de grandes masas, donde era exhibido el Talismán y establecido mediante el contacto con la fuerza espiritual. Nunca ha habido un plan de apariencias; el custodio se trasladaba simplemente. Podía producirse un interregno de cien años de los vuestros o más, en las visitas del custodio a un planeta particular. El pueblo no se mantenía en expectación de una visita. Sabía sencillamente que alguna vez se produciría una, y que en ese día cualquiera aparecería el custodio con el Talismán.
—De esa manera podéis cubrir años.
—Sí —dijo Ulises—. Sin ningún trastorno.
—Los dirigentes lo sabrán, desde luego. El pueblo administrativo.
Ulises meneó la cabeza.
—Lo hemos dicho a muy pocos. A los pocos en quienes podemos confiar. La Central Galáctica lo sabe, desde luego, pero somos un grupo que mantiene bien cerrada la boca.
—Entonces, ¿por qué?…
—¿Por qué te lo dije a ti? Lo sé; no debí. No sé por qué lo he hecho. Aunque sí, supongo que sí. ¿Qué debe sentirse, amigo mío, al ser un compasivo confesor?
—Estás preocupado —dijo Enoch—. Jamás pensé que te vería preocupado.
—Es un asunto extraño —dijo Ulises—. El Talismán ha estado faltando hace cosa de varios años. Y nadie sabe nada de ello, excepto la Central Galáctica y, ¿cómo se diría?… la jerarquía supongo, la organización de místicos que cuidan de la estructura espiritual. Y sin embargo, sin que nadie lo sepa, la Galaxia comienza a mostrar desgaste. Se resquebraja. En un futuro puede caer en pedazos. Como si el Talismán representase una fuerza que de manera ignota mantuviese juntas a las razas de la Galaxia, ejerciendo su influencia aunque permaneciese invisible.
—Pero aun cuando se haya perdido, debe encontrarse en alguna parte —manifestó Enoch—. Y se hallaría todavía ejerciendo su influencia. No puede haber sido destruido.
—Olvidas —le recordó Ulises— que sin su propio custodio, sin su sensitivo, es inoperante. Pues no es el propio instrumento el que opera el truco. El artefacto actúa simplemente como intermediario entre el sensitivo y la fuerza espiritual. Es una extensión del sensitivo. Agranda su capacidad y actúa como un eslabón de alguna especie. Faculta al sensitivo el cumplimiento de su función.
—¿Opinas que la pérdida del Talismán tiene algo que ver con la situación aquí?
—La estación Tierra. Bueno, no directamente, pero es característico. Lo que sucede con respecto a la estación es sintomático. Supone una especie de mezquinas querellas y sórdidas pendencias que han surgido en muchas secciones en la Galaxia. En otros tiempos ello se habría manifestado… como dijiste, caballerescamente y en un plano de principios y éticas.
Quedaron en silencio durante un momento, escuchando el suave sonido del viento al soplar a través del aguilón del tejado.
—No te preocupes por ello —dijo Ulises—. No es a ti a quien toca hacerlo. No debí habértelo dicho. Fue una indiscreción el que lo hiciera.
—Quieres decir que no debiera formar juicio. Puedes estar seguro que no lo haré.
—Ya sé que no —dijo Ulises—. Nunca pensé que lo harías.
—¿Crees realmente que se están estropeando las relaciones en la Galaxia?
—Antes —dijo Ulises—, las razas estaban unidas. Había diferencias, naturalmente, pero esas diferencias se salvaban, a veces más bien artificialmente y no demasiado satisfactoriamente, aunque esforzándose ambas partes en mantener el puente artificial tendido, y lográndolo generalmente. Porque tal era su deseo. Pues había un propósito común, el designio de forjar una gran confraternidad de todas las inteligencias. Nos percatamos que entre nosotros, entre todas las razas, teníamos un enorme fondo de conocimiento y de técnicas… que actuando juntos, reuniendo todo ese conocimiento y capacidad, podíamos llegar a algo que sería mucho más grande y más importante de lo que cualquier raza sola podría realizar. Teníamos nuestros trastornos, ciertamente, y como ya he dicho, nuestras discrepancias, pero estábamos progresando. Barríamos bajo la alfombra las pequeñas animosidades y las mezquinas diferencias, y actuábamos sólo sobre las mayores. Sentíamos que si zanjábamos éstas, las pequeñas se harían tan minúsculas que desaparecerían. Pero ahora la cosa se ha tornado diferente. Hay una tendencia a sacar las menudencias de bajo la alfombra y aumentarlas de tamaño, apartando a un lado las decisiones mayores y más importantes.