—Eso suena a la Tierra —dijo Enoch.
—En muchos aspectos —dijo Ulises—. En principio, aunque las circunstancias divergen inmensamente.
—¿Has estado leyendo los periódicos que he guardado para ti?
Ulises asintió, y dijo:
—No trascienden a ventura…
—Trascienden a guerra —dijo Enoch bruscamente.
Ulises se agitó inquieto.
—No habéis tenido guerras —dijo Enoch.
—¿La galaxia, quieres decir? No, desde que nos instalamos en ella, no las tuvimos.
—¿Demasiado civilizados?
—No seas mordaz —respondió Ulises—. Hubo un momento o dos en que estuvimos a punto de tenerlas, pero no en años recientes. Hay muchas razas ahora en la confraternidad que en sus años formativos tuvieron una historia de guerra.
—Entonces, hay una esperanza para nosotros. Es algo que podéis extender.
—Con el tiempo, acaso.
—¿Pero no con seguridad?
—No lo afirmaría.
—He estado trabajando en una carta —dijo Enoch—. Basada en el sistema Mizar de estadísticas. Y la carta dice que va a haber guerra.
—No necesitas una carta para saberlo —dijo Ulises.
—Pero había algo más. No era sólo el conocer si iba a haber guerra. Esperaba que la carta pudiera mostrar cómo mantener la paz. Debe existir un medio. Una fórmula, quizá. Si únicamente pudiésemos pensar en él, o saber dónde buscarlo, o a quién pedírselo, o…
—Hay un medio para impedir una guerra —dijo Ulises.
—Quieres decir que conoces…
—Es una medida drástica. Sólo puede ser empleada como último recurso.
—¿Y no hemos llegado a ese último recurso?
—Creo que acaso vosotros sí. La clase de guerra que llevaría a cabo la Tierra podría marcar un final a miles de años de adelanto, podría borrar toda cultura, todo excepto los débiles restos de civilizaciones. Podría, muy posiblemente, eliminar la mayor parte de la vida sobre el planeta.
—¿Y ha sido empleado ese método vuestro?
—Unas cuantas veces.
—¿Y fue operante?
—Oh, desde luego. No lo habríamos siquiera tomado en consideración de no haberlo sido.
—¿Y podría ser empleado en la Tierra?
—Podrías solicitar su aplicación.
—¿Yo?
—Como representante de la Tierra. Podrías aparecer ante la Central Galáctica y demandarnos que lo usáramos. Como miembro de tu raza, podrías prestar testimonio y se te concedería audiencia. Si tu alegato pareciera meritorio, la Central podría nombrar una comisión investigadora, y luego, se tomaría una decisión a tenor del resultado de su informe.
—Tú dijiste yo. ¿No podría cualquiera en la Tierra?
—Cualquiera que pudiese obtener una audiencia. Para obtenerla, se debe conocer la Central Galáctica, y tú eres el único hombre de la Tierra que está en ese caso. Además, formas parte del personal de la Central Galáctica. Has servido como guardián durante largo tiempo. Tu historial es bueno. Estaríamos dispuestos a escucharte.
—¡Pero un hombre solo! Un hombre no puede hablar por toda una raza entera…
—Tú eres el único de tu raza calificado para hacerlo.
—¡Si pudiese consultar a otros de mi raza…!
—No lo puedes. Y aunque lo pudieras, ¿quién te creería?
—Es verdad —dijo Enoch.
Desde luego que lo era. Para él, hacía tiempo que no había nada raro en la idea de una confraternidad galáctica, de una red de transporte que se expandiría entre las estrellas… una sensación de asombro a veces, pero la extrañeza hacía tiempo que se había desvanecido. Sin embargo, recordaba, había tardado años en hacerlo. Años aún con la evidencia física ante sus ojos, antes de que hubiese podido decidirse a aceptarlo por entero. Pero si lo participase a otro terrestre, de seguro que le sonaría a locura.
—¿Y ese método? —preguntó, casi con miedo de preguntarlo, pugnando por afrontar el choque de lo que pudiera ser.
—Estupidez —dijo Ulises.
—¿Estupidez?… No lo comprendo. En muchos aspectos ya somos también ahora bastante estúpidos.
—Tú estás pensando en la estupidez intelectual, y hay mucho de ella, no sólo en la Tierra, sino a través de la Galaxia. De lo que yo hablo es de una incapacidad mental. Una ineptitud para comprender la ciencia y la técnica que hace posible la especie de guerra que la Tierra haría. Una inhabilidad para operar las máquinas que son necesarias para librar esa clase de guerra. Volver al pueblo a una situación mental en la que no serían capaces de comprender los adelantos mecánicos, tecnológicos y científicos que habían efectuado. Quienes lo saben, lo olvidarían. Y quienes no lo saben, no lo aprenderían nunca. Vuelta a la simplicidad de la rueda y la palanca. Ello tornaría imposible vuestra clase de guerra.
Enoch, tieso y erecto, incapaz de hablar, estaba apresado por un helado terror, mientras un millón de pensamientos inconexos giraban en círculo en su cerebro.
—Ya te dije que era una medida drástica —manifestó Ulises—. Había de serlo. La guerra es algo que cuesta mucho detener. El precio es elevado.
—¡Yo no podría! —dijo Enoch—. ¡Nadie podría!
—Quizá no puedas. Pero considera esto: Si hay una guerra…
—Lo sé. Si hay una guerra, podría ser peor. Pero eso no detendría la guerra. No es la clase de cosa que yo tenía en mente. La gente podría aún luchar, matarse todavía.
—Con mazas —dijo Ulises—. Acaso con arcos y flechas. Con fusiles, en tanto que los hay, y hasta que se acabasen las municiones. Entonces, no sabrían cómo fabricar más pólvora o como extraer o elaborar el metal para hacer balas, y hasta tampoco cómo hacer éstas. Podrían combatir, pero no habría un holocausto. Las ciudades no serian barridas por bombas nucleares, pues nadie podría disparar un cohete o armar la bomba… quizá ni sabrían siquiera lo que eran tales artefactos. Las comunicaciones conocidas ahora habrían desaparecido quedando únicamente el más simple medio de transporte. La guerra se habría tornado imposible, excepto en una limitada escala local.
—Sería terrible —dijo Enoch.
—La guerra lo es también —dijo Ulises—. A ti toca la elección.
—Pero, ¿cuánto tiempo… cuánto tiempo duraría? —preguntó Enoch—. ¿No quedaríamos sumidos por siempre en la estupidez?
—Durante varias generaciones —dijo Ulises—. Para entonces comenzaría a desaparecer gradualmente el efecto de… ¿cómo lo llamaré? ¿el tratamiento? La gente saldría lentamente de su marasmo intelectual y comenzaría a despejarse y verificar de nuevo su maduración mental. Se les daría, en efecto, una segunda oportunidad.
—Y podrían, en pocas generaciones más, llegar exactamente a la misma situación en que nos encontramos hoy —dijo Enoch.
—Posiblemente. Pero no lo espero. Es muy improbable que el desarrollo cultural fuese enteramente paralelo. Hay una probabilidad de que tengáis mejor civilización y un pueblo más pacífico.
—Es demasiado para un solo hombre.
—Resulta algo esperanzador que puedas considerarlo —dijo Ulises—. El método se ofrece únicamente a aquellas razas que nos parece merecen la pena de ser salvadas.