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El mensajero recorrió un laberinto de pasillos durante unos doscientos metros antes de alcanzar la oficina del comandante. Estos se encontraban en el extremo norte del revoltijo de estructuras de treinta centímetros de altura que formaban la mayor parte de la colonia, situada cerca del borde de un acantilado de dos metros, que se extendía durante un kilómetro al este y al oeste, interrumpido por más de una docena de rampas artificiales. Sobre el terreno, debajo del acantilado, estaban dos de los gigantescos vehículos, y sus puentes sobresalían sobre las cubiertas de la «ciudad». La pared de la habitación de Barlennan era transparente y daba directamente sobre el más cercano de aquellos vehículos; el otro estaba aparcado a unos trescientos metros al este. Unos cuantos mesklinitas con trajes aéreos se hacían visibles también en el exterior. Los monstruosos vehículos que atendían les daban un aspecto de enanos.

Barlennan miraba crípticamente este grupo de mecánicos cuando entró el mensajero. Este no empleó ninguna formalidad, sino que al entrar en el compartimiento soltó el informe que Easy había retransmitido. Cuando el comandante giró para recibir la versión escrita, ya la había oído verbalmente.

Por supuesto, no era satisfactoria. Desde que había llegado el primer mensaje, Barlennan había tenido tiempo de hacerse unas cuantas preguntas, y este mensaje no contestaba ninguna. El comandante controló su impaciencia.

—Entiendo que los expertos humanos en climas no han proporcionado todavía nada de utilidad.

—A nosotros nada en absoluto, señor. Pueden, por supuesto, haber hablado con el Kwembly sin que nosotros los hayamos oído.

—Cierto. ¿Ha llegado la noticia a nuestros propios meteorólogos?

—No, que yo sepa, señor. No ha habido nada de utilidad que decirles, pero también Guzmeen puede haber enviado un mensaje allí.

—Muy bien. De todas formas, quiero hablar con ellos yo mismo. Estaré en su departamento durante la próxima media hora o más. Díselo a Guz.

El mensajero hizo un gesto afirmativo con sus pinzas y se desvaneció por la misma puerta por la que había entrado. Barlennan salió por otra, caminando lentamente hacia el oeste, edificio tras edificio, a través de las rampas cubiertas, que hacían de la colonia una unidad. La mayoría de las rampas tenían una pendiente hacia arriba; así que cuando, girando hacia el sur, se apartó del acantilado, estaba un metro y medio más alto que su oficina, aunque todavía no al mismo nivel que los vehículos detrás de él. El material que formaba el techo se combaba algo más tensamente, puesto que la presión del hidrógeno casi puro del interior de la estación no descendía al aumentar la altitud tan rápidamente como la mezcla gaseosa de Dhrawn, mucho más densa. La colonia estaba construida en una elevación bastante alta para Dhrawn. La presión total exterior era casi la misma que la de Mesklin a nivel del mar. Sólo cuando los vehículos descendían a elevaciones más bajas, llevaban argón extra para conservar el equilibrio de su presión interna.

Los mesklinitas tenían mucho cuidado con las grietas, pues el aire en Dhrawn tenía alrededor de un dos por ciento de oxígeno. Barlennan todavía recordaba los horribles resultados de una explosión del oxígeno con el hidrógeno poco tiempo después de haber encontrado seres humanos por primera vez.

El complejo de investigación era el más occidental y el más alto de la colonia. Estaba bastante separado de la mayoría de las otras estructuras, y se diferenciaba de ellas en que tenía un techo sólido, aunque también transparente. Además se acercaba más a un segundo piso que ninguna otra parte de la colonia, puesto que varios instrumentos estaban colocados en el techo, donde podían ser alcanzados mediante rampas y compuertas neumáticas con bastante líquido. No todos los instrumentos habían sido proporcionados por los alienígenas patrocinadores de dicha colonia; durante cincuenta años los mesklinitas habían estado usando sus propias imaginaciones e ingenuidades, aunque no se habían sentido realmente libres para hacerlo hasta que llegaron a Dhrawn.

Al igual que los vehículos de exploración, el complejo del laboratorio era una mezcla de crudeza y sofisticación. La energía se suministraba por unidades de fusión de hidrógeno; los utensilios de vidrio químicos eran de fabricación nativa. La comunicación con la estación orbital se hacía mediante un transmisor de rayo electromagnético en estado sólido; pero en el complejo los mensajes se transportaban físicamente por corredores. Se estaban tomando pasos para variar esto, desconocido por los seres humanos. Los mesklinitas comprendían el telégrafo y estaban a punto de construir teléfonos capaces de transmitir su radio vocal. Sin embargo, ni el teléfono ni el telégrafo estaban siendo instalados en la colonia, porque la mayor parte del esfuerzo administrativo de Barlennan se concentraba en el proyecto que había provocado la simpatía de Easy por la tripulación del Esket. Se necesita mucho trabajo para colocar líneas telegráficas a campo través.

Barlennan no decía nada de todo esto a sus patrocinadores. Le gustaban los seres humanos, aunque no iba tan lejos en ese aspecto como Dondragmer; tenía siempre presente la duración de su vida, asombrosamente corta, lo que le impedía conocer realmente a la gente con la que trabajaba antes de que fuesen reemplazados por otros. Estaba bastante preocupado por la posibilidad de que los humanos, Drommian y Paneshk, averiguasen lo efímeros que eran, por miedo a que esto les deprimiese. De hecho, era política mesklinita evitar las discusiones con alienígenas sobre el tema de la edad. También procuraban no depender de ellos más de lo inevitable. Nunca se sabía si los sucesores tendrían las mismas actitudes. La mayor parte de los mesklinitas pensaban que los humanos eran intrínsecamente inseguros; la confianza que Dondragmer depositaba en ellos resultaba una brillante excepción.

Todo esto lo sabían los científicos mesklinitas que veían llegar a su comandante. Su primera preocupación fue la situación inmediata.

—¿Algún problema, o está solamente de visita?

—Me temo que hay problemas —replicó Barlennan. Delineó brevemente la situación de Dondragmer—. Recoged a todos los que penséis que pueden ser útiles y vayamos al mapa.

Se dirigió hacia la cámara de cuatro metros cuadrados, cuyo suelo era el «mapa» de Low Alfa, y esperó. Hasta entonces muy poco del área había sido «cartografiada». Como muchas veces antes, sintió que le esperaba una larga tarea. Sin embargo, el mapa era más alentador para él que su contrapartida humana, a unos millones de kilómetros por encima. Los dos mostraban el arco recorrido por los vehículos y algo del paisaje. Los mesklinitas lo habían indicado con líneas negras parecidas a las arañas y que sugerían el esquema de las células nerviosas humanas completas con sus núcleos celulares.

Los datos específicamente mesklinitas se centraban en su mayor parte alrededor del punto donde yacía el Esket. Esta información, marcada en rojo, había sido obtenida sin asistencia humana directa. En esta parte de la colonia no habría transmisores visuales mientras Barlennan estuviese al frente.

Sin embargo, ahora concentró su atención a varios metros al sur del Esket, donde había desalentadoramente pocos datos en rojo o en negro. La línea que representaba el rastro del Kwembly tenía un aspecto solitario. Barlennan había levantado su extremo delantero tan alto como le era cómodo, elevando sus ojos a dieciséis o diecisiete centímetros del suelo. Cuando los científicos comenzaron a llegar, estaba mirando el mapa melancólicamente. Bendivence resultaba o muy optimista o muy pesimista. El comandante no pudo decidir cuál era la razón más verosímil para que hubiese llamado cerca de veinte personas para la conferencia. Se agruparon a unos pocos metros de él, le miraron y esperaron cortésmente su información y sus preguntas. Comenzó sin más preámbulos.