—El Kwembly estaba aquí en su último parte —indicó—. Había estado cruzando un campo de nieve, o aguanieve, casi libre de materias en disolución, pero bastante sucia, según los científicos de Don.
—¿Borndender? —preguntó alguien.
Barlennan hizo un gesto afirmativo y continuó.
—El campo de nieve comenzó aquí —reptó hasta un punto a unos metros al noroeste del marcador de posición—. Se encuentra entre un par de cadenas montañosas que solamente hemos indicado en líneas generales. Los globos de Destigmet no han llegado tan al sur todavía, o por lo menos no tenemos ninguna noticia, y los voladores de Don no han visto mucho. Ahora, mientras el Kwembly se había detenido para una revisión rutinaria, apareció un fuerte viento y después una densa niebla de amoníaco puro o casi puro. Entonces la temperatura subió de repente varios grados y se encontraron flotando, siendo empujados hacia el oeste por el viento. Me gustaría oír explicaciones de todo esto, y necesitamos urgentemente consejos constructivos. ¿Por qué subió la temperatura y por qué se derritió la nieve? ¿Hay alguna conexión entre las dos cosas? Recordad que la temperatura más alta que ha sido mencionada ha sido de sólo ciento tres grados, veintiséis o veintisiete grados por debajo del punto de fusión del agua. ¿Por qué el viento? ¿Cuál es su duración probable? Está empujando al Kwembly hacia las regiones calientes dentro de Low Alfa, al sur de la población del Esket.
Hizo un gesto señalando hacia una porción del suelo fuertemente marcado de rojo.
—¿Podéis decirme hasta dónde serán transportados? Yo no quería que Dondragmer fuese en este viaje, y ciertamente no quiero perderle, aunque no estemos de acuerdo en todo. Pediremos toda la ayuda que podamos obtener de los hombres, pero vosotros también tendréis que usar vuestros cerebros. Sé que algunos de vosotros han estado intentando hacerse una idea sobre la climatología de Dhrawn. ¿Tenéis algunas ideas de valor que pudiesen aplicarse aquí?
Siguieron varios minutos de silencio. Incluso aquellos del grupo más propensos a pronunciar charlas retóricas, habían estado trabajando con Barlennan demasiado tiempo para arriesgarse ahora. Durante un rato ninguna idea realmente constructiva salió a la luz. Después uno de los científicos se escurrió hacia la puerta y desapareció, dejando flotar a sus espaldas:
—Un momento, tengo que comprobar una tabla.
En treinta segundos regresó.
—Puedo explicar la temperatura y la fusión —dijo con firmeza—. La superficie del terreno era aguanieve, la niebla amoníaco. El calor de la solución cuando se encontraron y se mezclaron habría causado la elevación de la temperatura. Las soluciones de agua y amoníaco forman eutéticos que pueden fundirse a partir de los setenta y un grados.
La sugestión fue recibida con pequeños gritos de apreciación y gestos aprobatorios de los brazos equipados con pinzas. Barlennan siguió la corriente, aunque las palabras usadas no le eran muy familiares. Pero no había terminado sus preguntas.
—¿Nos proporciona eso alguna idea sobre lo lejos que pueda ser llevado el Kwembly?
—No, no por sí solo. Necesitamos información sobre la extensión del campo de nieve original; puesto que solamente el Kwembly ha estado en esa zona, la única esperanza son los mapas fotográficos realizados por los humanos. Ya sabe lo poco que puede obtenerse de ellos. La mitad del tiempo no se puede distinguir lo que es cielo y lo que son nubes. Además, todos fueron hechos antes de que aterrizásemos aquí.
—De todas formas, inténtalo —ordenó Barlennan—. Si tenéis suerte, por lo menos podéis decir si esas cadenas montañosas al este están bordeando el rumbo actual del Kwembly. Si es así, sería difícil pensar que la nave fuese empujada más allá de unos cuantos cientos de miles de cables.
—Correcto —contestó uno de los investigadores—. Lo comprobaremos. Ben, Dees, venid conmigo; estáis más acostumbrados que yo a los mapas.
Los tres se desvanecieron por la puerta. Los restantes se dividieron en pequeños grupos que se susurraban argumentos los unos a los otros, señalando excitadamente bien al mapa a sus pies, bien hacia objetos presumiblemente en los laboratorios cercanos. Barlennan soportó esto durante varios minutos antes de decidir que era necesario un poco más de empuje.
—Si esa llanura que Don estaba atravesando era agua tan pura, no pudo haber allí ninguna precipitación de amoníaco durante mucho tiempo. ¿Por qué ha cambiado todo tan repentinamente?
—Tiene que ser debido a un efecto estacional —contestó uno de los hombres—. Yo puedo únicamente conjeturar, pero diría que tiene algo que ver con un cambio consistente en la circulación de los vientos. Las corrientes de aire procedentes de partes diferentes del planeta estarán saturadas de agua o de amoníaco, según la naturaleza de la superficie sobre la que pasan, especialmente su temperatura, supongo. El planeta se encuentra casi tan lejos de su sol tanto en un momento como en otro, y su eje está mucho más inclinado que el de Mesklin. Es fácil creer que en un momento del año sólo se ha precipitado agua sobre esa llanura y que en otro obtiene su suministro de amoníaco. En realidad, la presión del vapor de agua es tan baja, que es difícil entender qué situación llevaría agua a la atmósfera sin suministrar todavía más amoníaco, pero estoy seguro de que es posible. Trabajaremos sobre eso, pero es otro de esos momentos en el que estaríamos mucho mejor si contásemos con información de todo el planeta a lo largo de un año. Esos seres humanos parecen tener una prisa horrorosa; podrían haber esperado unos cuantos años más para hacernos aterrizar aquí.
Barlennan hizo el gesto cuyo equivalente humano hubiese sido un gruñido que no comprometiese a nada.
—Un campo de datos hubiese sido conveniente. Piensa simplemente que estás aquí para obtenerlo, en lugar de que te lo hayan dado.
—Por supuesto. ¿Va a enviar al Kalliff o al Hoorsh en ayuda de Dondragmer? Esto ciertamente es diferente de la situación del Esket.
—Sí, desde nuestro punto de vista. Sin embargo, podría parecer raro a los humanos que insistiese en enviar esta vez un vehículo de rescate, después de dejarles convencerme de lo contrario la vez anterior. Pensaré en algo. Hay más de una forma de navegar contra el viento. Vosotros haced ese trabajo teórico del que acabáis de hablar, pero ir pensando en lo que necesitaríais llevar en un viaje campo arriba hacia el Kwembly.
—De acuerdo, comandante.
Los científicos comenzaron a retirarse, pero Barlennan añadió unas cuantas palabras más.
—Jemblakee, no dudo de que te dirigirás a Comunicaciones para hablar con tus colegas humanos. Por favor, no les menciones el calor de la solución y ese asunto eutético. Déjales que lo mencionen ellos primero, si es que lo hacen, y cuando lo hagan, muéstrate impresionado en forma apropiada. ¿Comprendido?
—Perfectamente.
El científico hubiese compartido con su comandante una mueca de entendimiento, si no fuese porque sus rostros no eran capaces de aquel tipo de distorsión. Jemblakee se marchó. Después de pensarlo un momento, Barlennan hizo lo mismo. Los investigadores y técnicos restantes quizá estuviesen mejor si él estaba allí para proporcionarles ocupaciones, pero tenía otras cosas que hacer. Si no podían manejarse sin sus pinzas sobre los timones, tendrían que ir a la deriva por un rato.
Tendría que hablar pronto con la estación humana; pero si iba a haber una discusión, como parecía probable, sería mejor hacer unos cuantos planes. Alguno de los gigantes de dos piernas, Aucoin por ejemplo, que parecían tener mucho que decir sobre su política, se mostraban reluctantes en enviar o arriesgar cualquier tipo de material de reserva sin importarles lo importante que la acción pareciese desde el punto de vista de los mesklinitas. Puesto que los alienígenas habían pagado, esto era perfectamente comprensible, incluso digno de alabanza. Sin embargo, no había nada inmoral en convencerles de adoptar una actitud más conveniente, siempre que pudiese hacerse. Si podía arreglarlo, lo mejor sería trabajar a través de aquella mujer particularmente amistosa, llamada Hoffman. Era mala suerte que los seres humanos tuviesen unos horarios, tan irregulares; si hubiesen dispuesto guardias regulares, decentes, en su sección de Comunicación, habría adivinado el horario y escogido a su contrincante hacía mucho tiempo. Se preguntó, no por primera vez, si lo irregular del horario no habría sido dispuesto deliberadamente para bloquear acciones como aquélla, pero no parecía que hubiese forma de adivinarlo. Sería difícil preguntarlo.