—No estoy preocupado, por lo menos no demasiado. Si espera un momento, averiguaré cuál fue su penúltimo mensaje e intentaré contestarlo —dijo Barlennan.
Se volvió hacia el oficial de guardia, cuyo puesto había tomado junto al equipo.
—Supongo que cogiste lo que dijo.
—Sí, señor. No era urgente, sólo interesante.
Otro informe provisional de Dondragmer. El Kwembly todavía flota a la deriva, aunque él cree que ha tocado fondo una vez o dos y el viento todavía sopla por allí. A causa de su propio movimiento, los científicos no se atreven a dar una opinión sobre si la velocidad del viento ha cambiado o no.
El comandante hizo un gesto de aceptación, se volvió hacia el comunicador y dijo:
—Gracias, señora Hoffman. Aprecio debidamente que envíe tan rápidamente incluso los informes de «sin novedad». Durante un rato estaré aquí para conocer lo antes posible si ocurre realmente algo. ¿Vuestros científicos atmosféricos han confeccionado alguna predicción digna de confianza o alguna explicación de lo que pasó?
Para los demás mesklinitas que se encontraban en la habitación, estaba claro que Barlennan hacía todo lo que podía para mantener una expresión ininteligible mientras hacía esta pregunta. Sus brazos y sus piernas estaban cuidadosamente relajados, las pinzas ni fuertemente cerradas ni colgando abiertas, su cabeza ni demasiado alta ni muy cerca del suelo, los ojos fijos firmemente en la pantalla. Los observadores no conocían con detalle lo que estaba en su mente, pero podían decir que atribuía a la pregunta algo más que su valor aparente. Algunos se maravillaban de que se molestase en controlarse así, puesto que era completamente inverosímil que algún ser humano pudiese interpretar su expresión corporal; pero los que le conocían bien sabían que nunca correría riesgos en un asunto como aquél. Después de todo, había algunos seres humanos, de los cuales Elise Rich Hoffman era con seguridad uno, que parecían capaces de ponerse muy rápidamente en el lugar de los mesklinitas, además de hablar stenno tan bien como lo permitía el equipamiento vocal de los humanos.
Observaba la pantalla con interés, preguntándose si aquel ser humano daría señales de haber advertido la actitud del comandante cuando llegase su respuesta. Todo el personal de la sala de Comunicaciones estaba razonablemente familiarizado con las expresiones faciales humanas; la mayoría podían reconocer por el rostro, o sólo por la voz, una docena diferente de seres humanos, por lo menos, y el comandante había expresado hacía mucho tiempo un fuerte deseo de que habilidades de aquel tipo fuesen cultivadas. La mirada de Barlennan abandonó un momento la pantalla y vagó por el círculo que escuchaba atento; se sintió divertido por sus expresiones, aunque al mismo tiempo molesto por su propia claridad. Se preguntó cómo reaccionarían ante la respuesta que Easy pudiese dar.
Evidentemente, la hembra humana había recibido la pregunta y comenzaba a formar una frase de réplica, cuando su atención fue distraída. Durante varios segundos estuvo escuchando algo y sus ojos se apartaron del receptor del comunicador de la colonia. Después su atención volvió a Barlennan.
—Comandante, otro informe de Dondragmer. El Kwembly se ha detenido, o poco menos, sobre el suelo. Pero todavía son arrastrados ligeramente; la corriente del líquido no ha cesado. Han volcado, de forma que las ruedas no tienen contacto con cualquier superficie que esté bajo ellos. Si el río no los arrastra, dejándolos libres, tendrán que quedarse donde están, y Dondragmer piensa que el nivel está bajando.
IV. DE CHARLA
Para Beetchermarlf constituía una sensación curiosa de inutilidad. El timón del Kwembly estaba conectado a las ruedas por sencillos aparejos de poleas y cuerdas; ni siquiera los músculos mesklinitas podían hacer girar las ruedas cuando el vehículo estaba parado y, aunque el movimiento hacia delante posibilitaba el gobierno de la nave, no lo facilitaba demasiado. Ahora, mientras el vehículo flotaba con las unidades de tracción sin tocar fondo, el timón caía flojamente en respuesta a un pequeño empujón, incluso por un ligero balanceo del casco. En teoría, el vehículo podía manejarse en el mar, pero esto requería la instalación de paletas en las cadenas, algo que se hacía mucho más fácilmente en tierra. Dondragmer había pensado momentáneamente, cuando comprendió que estaban a la deriva, en enviar al exterior hombres con trajes especiales para intentar la tarea; después decidió que no valía la pena correr el riesgo, aunque todo el mundo estuviese sólidamente atado al casco por cables salvavidas. De todas formas, era bastante probable, por lo que ellos sabían, que pudiesen llegar al final o al borde de aquel río o lago o lo que fuese sobre lo que flotaban, antes que estuviese completo un trabajo como aquél. Si cuando eso sucediese había hombres fuera, los cables salvavidas no servirían de nada.
Los mismos pensamientos habían pasado por la mente del timonel, mientras permanecía en su puesto. Beetchermarlf era joven, pero no tanto como para pensar que nadie sino él podía ver lo evidente. Estaba completamente dispuesto a dar por sentada la competencia profesional de su capitán.
Sin embargo, según pasaron los minutos empezó a preocuparse ante el fallo de Dondragmer en emitir alguna orden. Algo tendría que hacerse; no podían derivar hacia el este sin más. Miró la brújula; sí, hacia el este indefinidamente. Según los últimos informes aéreos, hacia aquel lado hubo colinas, las mismas que habían bordeado a la izquierda el campo de nieve, mostrándose a veces ligeramente sobre el lejano horizonte en los últimos cinco o seis mil kilómetros. A juzgar por su color eran roca, no hielo. Si la superficie sobre la que el Kwembly flotaba resultaba simplemente el campo de nieve derretido, tenían que chocar pronto con algo. Beetchermarlf no tenía más idea que los demás sobre la rapidez de su marcha, pero su confianza en la resistencia del casco igualaba a la de su capitán. No tenía más deseos de chocar contra una roca en Dhrawn de los que había tenido en Mesklin.
De todas formas, el viento no debería moverlos muy rápidamente, teniendo en cuenta la densidad del aire. La parte superior del casco era ligeramente curva, excepto el puente, y las ruedas en el fondo deberían proporcionar suficiente resistencia al avance. Por todo lo que los exploradores aéreos habían podido ver, el campo nevado era llano; por tanto, el líquido no debería estar en movimiento. Se le ocurrió que la presión exterior lo comprobaría. El timonel se sobresaltó al pensarlo, miró hacia el capitán, vaciló y después habló:
—Señor, ¿y si revisamos las observaciones sobre la presión en el casco? Si donde estamos flotando hay alguna corriente, tendríamos que estar yendo cuesta abajo, y eso se notaría…
Dondragmer le interrumpió.
—Pero la superficie era plana… No, tienes razón. Podemos mirar.
Se elevó hasta la fila de micrófonos y llamó al laboratorio.
—Born, ¿cómo está la presión? Por supuesto, la seguirás.
—Claro, capitán. Las ampollas de seguridad de proa y popa han comenzado a expandirse desde que comenzamos a flotar. Hemos bajado unos seis cuerpos en doce minutos. Estoy preparado para introducir más argón.
Dondragmer acusó ese recibo y miró a su timonel.
—Bien por ti. Tenía que habérseme ocurrido. Eso significa que estamos siendo empujados por una corriente, además de por el viento, y cualquier apuesta sobre la velocidad, la distancia y dónde pararemos queda descartada. A menos que los exploradores aéreos no advirtiesen una pendiente, no puede haber corriente. Si hay una pendiente, esta llanura tiene que desaguar por alguna parte.
—Estamos preparados para un viaje difícil, señor. No veo qué más podemos hacer.
—Una cosa —dijo Dondragmer lúgubremente.