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Se acercó de nuevo a los micrófonos y emitió la llamada general semejante a una sirena. Cuando estuvo razonablemente seguro de que todos estaban escuchando, echó su cabeza hacia atrás de forma que estuviese distante por igual de todos los tubos y habló alto, lo suficiente para llegar a todos.

—Todo el mundo en traje especial lo antes posible. Tenéis permiso para dejar vuestros puestos con ese propósito, pero volved tan pronto como podáis —descendió hasta su banco de comandante y se dirigió a Beetchermarlf—. Coge tu traje y el mío y tráelos aquí. ¡Rápido!

El timonel estuvo de vuelta con los trajes en noventa segundos. Comenzó a ayudar al capitán a ponerse el suyo, pero fue impedido con un gesto enfático, y se dedicó a ponerse el suyo. En unos minutos, los dos completamente protegidos, excepto la cubierta de la cabeza, habían vuelto a sus puestos.

La prisa, según resultó, era innecesaria. Pasaron más minutos mientras Beetchermarlf jugaba con el inútil timón y Dondragmer se preguntaba si los científicos humanos proporcionarían alguna vez información y de qué serviría ésta si lo hacían. Esperaba que las vistas de los satélites le diesen alguna idea sobre la velocidad del Kwembly; que sería agradable saber la fuerza probable con la que golpearían cualquier cosa que les detuviese al final. Sabía que aquellas vistas eran difíciles de ordenar; había más de treinta satélites de imágenes reflejadas en órbita, pero estaban a menos de cinco mil kilómetros sobre la superficie. No se había intentado preparar sus órbitas de forma que sus limitados campos de cobertura visual y micróndica fuesen uniformes o complejos. La comunicación no era su objetivo primordial. La principal base humana, en órbita sincrónica a más de nueve millones de kilómetros por encima del meridiano de la colonia, no necesitaba supuestamente ayuda para esta tarea. Además, también la velocidad de los satélites orbitales más bajos (más de ciento cuarenta kilómetros por segundo), por muy útil que los observadores humanos la proclamasen para la comprobación de la localización de las líneas de las bases móviles, le parecía a Dondragmer una causa inevitable de dificultad. No estaba muy esperanzado en obtener su velocidad gracias a esta fuente. Mejor así, porque nunca lo hizo.

Una vez, media hora después de comenzar a derivar, un breve estremecimiento recorrió el Kwembly. El capitán informó a la estación de que probablemente había tocado fondo. A bordo, todos los demás supusieron lo mismo, y la tensión comenzó a subir.

Un poco antes del final hubo un pequeño aviso. Un grito de laboratorio, proveniente del micrófono, fue seguido por un informe de que la presión había comenzado a aumentar más rápidamente y que había sido necesaria una liberación adicional de argón en la atmósfera de la nave para evitar que las ampollas de seguridad explotasen. No se percibía ninguna sensación de velocidad creciente, pero las implicaciones del informe eran lo suficientemente claras. Bajaban más deprisa. ¿A qué velocidad iban horizontalmente? El capitán y el timonel se miraron sin hacer la pregunta en voz alta, pero leyéndola en sus expresiones; la tensión aumentaba, en tanto que las pinzas se agarraron a puntales y estribos con más fuerza.

Entonces se oyó un ruido atronador y el casco se inclinó abruptamente; otro ruido, y se ladeó fuertemente a estribor. Durante varios segundos cabeceó con violencia. Aquellos que se encontraban cerca de la proa y de la popa pudieron sentir cómo guiñaba, además, aunque la niebla continuaba bloqueando cualquier vista del exterior que pudiese explicar la sensación. Después otro ruido, mucho más alto, y el Kwembly volcó a unos sesenta grados a estribor; pero esta vez no se recobró. Unos sonidos raspantes y rechinantes sugerían que algo se movía, pero no fueron acompañados de ningún cambio real. Por primera vez se hizo audible el sonido del líquido corriendo por el casco.

Dondragmer y su compañero no estaban heridos. Para unos seres que consideraban doscientas gravedades terrestres como algo normal y seiscientas como una pequeña inconveniencia, aquel tipo de aceleración no significaba nada. Ni siquiera se habían soltado, y todavía continuaban en sus puestos. El capitán no estaba preocupado por los daños directos de su tripulación. Sus primeras palabras demostraron que consideraba asuntos mucho más lejanos.

—¡Puestos de guardia, informen! —aulló por los micrófonos—. Revisad la firmeza del casco en todos los puntos e informad de todas las grietas, roturas, melladuras y cualquier otra evidencia de escapes. El personal del laboratorio a sus puestos de emergencia, controlad el oxígeno. Soporte vital, cortad la circulación de la cisterna hasta que termine la revisión del oxígeno. ¡Ya!

Aparentemente, los micrófonos estaban intactos. Inmediatamente comenzaron a sonar gritos de respuesta. Mientras los informes se acumulaban, Beetchermarlf comenzó a relajarse. En realidad no esperaba que el estuche que le protegía del aire venenoso de Dhrawn resistiese un choque como aquél, y por su respeto por los ingenieros alienígenas subió varios grados. Había considerado las estructuras artificiales de cualquier tipo inferiores normalmente en fuerza y duración a cualquier otro cuerpo viviente. Por supuesto, tenía excelentes razones para una creencia así. Sin embargo, cuando todos los informes llegaron, pareció que nadie había observado fallos importantes en la estructura, ni siquiera grietas visibles. Si las aberturas normales, inevitables en una estructura con entradas para el personal y el equipo (sin mencionar los orificios en el casco para los instrumentos y cables de control), estaban peor de lo que habían estado, no se sabría durante algún tiempo. Por supuesto, la vigilancia de la presión y la comprobación del oxígeno continuarían como asunto rutinario.

La energía todavía funcionaba, lo que no sorprendió a nadie. Los veinticinco transformadores independientes de hidrógeno, módulos idénticos que podían ser transportados desde cualquier instrumento dentro del Kwembly que utilizase energía a cualquier otro, eran artificios en estado sólido, sin partes móviles mayores que las moléculas de carburante gaseoso con que eran alimentados. Podrían haber sido colocados bajo el martillo de una fragua sin sufrir daños. La mayor parte de las luces exteriores del Kwembly habían sufrido daños, o al menos no funcionaban, aunque podían ser reemplazadas. Algunas, sin embargo, todavía funcionaban, y desde el extremo sumergido del Kwembly se podían ver. En el extremo superior la niebla aún bloqueaba la visión. Drondragmer se aproximó, muy cautelosamente, al extremo inferior y echó una breve ojeada al conglomerado de rocas redondeadas —cuyos diámetros iban desde la mitad de su propia juventud hasta veinte veces más—, entre el cual su nave había conseguido incrustarse. Después trepó con cuidado regresando a su puesto. Conectó el sistema sonoro de su radio y transmitió el informe que Barlennan iba a conocer algo más de un minuto después. Sin esperar una respuesta, comenzó a dar órdenes al timonel.

—Beech, quédate aquí en caso de que los hombres tuviesen algo que decir. Voy a hacer una revisión completa yo mismo, especialmente de las compuertas. A pesar de todo lo que puede decirse en favor de nuestro diseño, no contábamos con un balanceo tan fuerte como éste cuando nos metimos dentro. Quizá sólo podamos utilizar las pequeñas compuertas de emergencia, puesto que en este momento la mayor parece estar por debajo de nosotros. Puede estar bloqueada en el exterior, aunque consiguiésemos abrir la puerta interna y encontrar el tabique todavía sumergido. Si quieres, habla con los seres humanos. Cuantos más de nosotros podamos emplear su lenguaje y más entre ellos el nuestro, mejor. El puente está a tu cargo.

Dondragmer hizo el gesto habitual, aunque ahora bastante inútil, de golpear la escotilla pidiendo salida; después la abrió y desapareció, dejando solo a Beetchermarlf.

El timonel no tenía por el momento deseos de charlar ociosamente con la estación. Su capitán le había dejado con muchas cosas en qué pensar.