Benj tardó bastante más de sesenta y cuatro segundos en contestar; también él tenía bastante material para pensar.
—Tengo tus detalles grabados y los he enviado a Planificación —llegaron al fin sus palabras—. Ellos distribuirán copias a los laboratorios. Hasta yo puedo ver que imaginarse la historia vital de tu río va a ser un trabajo pesado; quizá imposible sin tener muchos más datos. Como dices, todo el campo de nieve podría estar comenzando una fusión estacional. Si las aguas de Norteamérica tuviesen que fluir a través de un solo río, estarías ahí durante un largo tiempo. No sé qué proporción de la región cubren vuestros informes aéreos obtenidos por los exploradores ni lo ambiguas que puedan ser las fotos desde aquí arriba, pero apuesto a que cuando todo esté pasado a los mapas, todavía habrá lugar para la discusión. Aunque todo el mundo estuviese de acuerdo en una conclusión, aún no sabemos mucho sobre ese planeta.
—¡Pero habéis tenido muchas experiencias en otros planetas! —replicó Beetchermarlf—. Eso debiera ayudaros.
De nuevo la respuesta tardó en llegar más de lo que el simple retraso en la velocidad de la luz podría explicar.
—Los hombres y sus amigos han tenido experiencias en muchos planetas, es cierto, y yo he leído mucho sobre ello. El problema está en que prácticamente nada de todo eso ayuda aquí. Hay tres tipos de planetas básicamente. Uno es el terrestre, como mi propio mundo; es pequeño, denso y prácticamente no tiene hidrógeno. El segundo es el joviano, o Tipo Dos, que tiende a ser mucho más grande y mucho menos denso, a causa de que estos planetas han conservado la mayor parte de su hidrógeno desde el tiempo en que fueron originalmente formados, según creemos.
Esos dos eran los únicos tipos que conocíamos antes de abandonar la vecindad de nuestro propio sol, porque son los únicos tipos en nuestro sistema.
»El Tipo Tres es muy grande, muy denso y muy difícil de explicar. Las teorías que presumían que el Tipo Uno había perdido su hidrógeno a causa de su pequeña masa inicial y que el Dos lo había conservado a causa de su mayor tamaño, estuvieron muy bien en tanto no supimos de la existencia del Tipo Tres. Nuestras ideas eran perfectamente satisfactorias y convincentes mientras no sabíamos demasiado, si me perdonas por expresarme como mi profesor de ciencia básica.
»El Tipo Tres es en el que estás ahora. No hay ninguno de ellos alrededor de un sol con un planeta de Tipo Uno. Supongo que debe haber una razón para eso, pero no la conozco. Bien, entre las razas de la comunidad no sabíamos nada sobre ellos, hasta que aprendimos a viajar entre las estrellas y comenzamos a hacerlo en gran escala, lo suficientemente grande para que el principal interés de las naves errantes no fuese simplemente el encontrar nuevos planetas habitables. Incluso entonces no pudimos estudiarlos directamente, como tampoco podíamos hacerlo en los mundos jovianos. Enviamos a ellos unos cuantos robots especiales, muy caros y generalmente muy poco fiables, pero eso fue todo. Tu especie es la primera que hemos encontrado capaz de soportar la gravedad de un Tipo Tres o la presión de un Tipo Dos.
—Pero según tu descripción, ¿no es Mesklin un Tipo Tres? A estas alturas, debes saber mucho sobre ellos; habéis estado en contacto con nuestro pueblo durante diez años y algunos de vosotros han llegado a aterrizar en el Borde, quiero decir, en el ecuador.
—Sí, hace unos cincuenta años nuestros. El problema estriba en que Mesklin no es un Tipo Tres. Es un Dos peculiar. Hubiese tenido todo el hidrógeno de cualquier mundo joviano, si no fuese por su rotación, ese terrorífico giro que da a vuestro mundo un día de dieciocho minutos y una forma de huevo frito. No hay ningún otro como el vuestro todavía, y nadie ha encontrado casos intermedios, que yo sepa. Esa es la razón por la que las razas de la comunidad estuvieron dispuestas a tomarse tantas molestias, a perder tantísimo esfuerzo en desarrollar el contacto con vuestro mundo y en preparar esta expedición a Dhrawn. En treinta años más o menos averiguaremos muchísimo sobre las condiciones de ese mundo a través de los contadores de neutrino en los satélites de imágenes reflejadas, pero el equipamiento sísmico que vosotros habéis estado plantando añadirá muchísimo detalle y hará desaparecer las ambigüedades. Lo mismo ocurrirá con vuestro trabajo químico. En cinco o seis de nuestros años podremos saber lo bastante sobre esa pelota rocosa como para hacer una adivinanza sensata de por qué está ahí, o por lo menos, si debemos llamarlo una estrella o un planeta.
—¿Quieres decir que sólo entrasteis en contacto con la gente de Mesklin para aprender más cosas sobre Dhrawn?
—No, no quise decir eso en absoluto. La gente merece la pena conocerla por lo que vale… Por lo menos mis dos padres piensan así, aunque conozco personas que ciertamente no lo hacen. Creo que la idea del proyecto de Dhrawn no apareció hasta mucho después de que vuestro colegio estuviese en marcha. Mucho antes de que yo naciese. Por supuesto, cuando se le ocurrió a alguien que vosotros podíais hacer investigación de primera mano en un sitio como Dhrawn, todo el mundo saltó ante la oportunidad.
Esto impulsó a Beetchermarlf a hacer una pregunta que ordinariamente habría considerado como un asunto estrictamente humano en el que no debía meterse: la madurez de un ser humano de cinco años. Se le escapó antes de que pudiese controlarse; durante una hora él y Benj estuvieron discutiendo sobre las razones para actividades tales como el proyecto de Dhrawn y por qué debería dedicarse un esfuerzo tan impresionante a una actividad sin perspectivas claras de provecho material. Benj no defendió su parte demasiado bien, dando usuales respuestas sobre la fuerza de la curiosidad, que Beetchermarlf entendía hasta cierto punto. Conocía la suficiente historia como para saber lo cerca de la extinción que el hombre y otras especies habían llegado, antes de que hubiesen desarrollado el transformador de fusión de hidrógeno; pero era demasiado joven para ser demasiado elocuente. Le faltaba experiencia para ser capaz de afirmar con convencimiento, incluso para sí mismo, que cualquier cultura dependía por completo de su comprensión de las leyes del universo. La conversación nunca se hizo acalorada, lo que hubiese sido difícil en cualquier discusión donde hay un período de enfriamiento entre una observación y su respuesta. El único progreso realmente satisfactorio fue el realizado en el progreso del stenno de Benj.
La conversación se interrumpió cuando Beetchermarlf se dio cuenta de repente de que su ambiente había cambiado. Durante la última hora toda su atención había estado en las palabras de Benj y en sus propias contestaciones. El puente inclinado y el goteante líquido habían pasado al fondo de su mente. Se sintió muy sorprendido al comprender abruptamente que el esquema de luces parpadeando sobre su cabeza era la constelación de Orión. La niebla se había ido.
Alerta una vez más a lo que le rodeaba, advirtió que la línea del agua alrededor del puente parecía un poco más baja. Diez minutos de observación cuidadosa le convencieron de que así era, en efecto. El río estaba bajando.
Por supuesto, a medio camino en esos diez minutos había sido interrogado por Benj sobre su repentino silencio y le había dicho la razón. Inmediatamente el muchacho se lo había notificado a McDevitt, de forma que cuando Beetchermarlf estaba seguro sobre el cambio en el nivel del agua, había varios seres humanos interesados allá arriba escuchándole. El timonel les informó brevemente por la radio, y únicamente entonces llamó a Dondragmer por los micrófonos.
El capitán estaba mucho más allá, detrás de la sección del laboratorio, justo al lado del compartimiento que contenía la ampolla de presión, cuando recibió la llamada. Al terminar de hablar el timonel hubo una pausa. Beetchermarlf esperaba que el capitán entraría corriendo por la escotilla del puente en unos cuantos segundos; pero Dondragmer no cedió a la tentación. Los portillos del resto del casco, incluyendo el compartimiento donde él estaba, eran demasiado pequeños para permitir una estimación clara del nivel del agua; así que tuvo que aceptar el juicio de su timonel. Dondragmer se encontraba dispuesto a hacerlo así, con bastante sorpresa del joven marinero.