Выбрать главу

Apagó las luces del puente y todas las exteriores, excepto las más bajas, consiguiendo así una vista mejor del cielo sin perder completamente contacto con la superficie. Las nubes eran pocas y más pequeñas, aunque parecían moverse tan rápidamente como antes. El sonido del viento resultaba también el mismo. Poco a poco iban apareciendo más estrellas. Una vez divisó uno de los Guardianes (así los habían bautizado rápidamente los marineros mesklinitas) hacia el sur. No podía decir cuál era; desde Dhrawn, Sol y Fomalhaut brillaban lo mismo, y su violento parpadeo a través de la atmósfera del gigantesco mundo hacía que un juicio por el color no fuese de fiar. De todas formas la visión fue breve, puesto que las nubes no habían desaparecido por completo.

«…El grupo de balsas a estribor se desencuadernó; excepto yo, todo el mundo estaba en el cuerpo central…»

Ni lluvia ni nieve todavía, y los cielos despejados hacían que ahora pareciesen menos probables para alivio del capitán. Una comprobación con el laboratorio a través de uno de los micrófonos le informó que la temperatura estaba bajando; ahora era de 75 grados, tres grados por debajo del punto de fusión del amoníaco. Todavía lo suficientemente cerca para que hubiese problemas con las combinaciones, pero yendo en la dirección adecuada.

«…de las islas al sur y al oeste del Dingbar. Habíamos sido conducidos a la costa por un golpe de tormenta, y estábamos en seco con la mitad de la cubierta rota. Yo…»

Arriba las estrellas apenas tenían ya interrupciones; el celaje casi se había desvanecido.

Por supuesto, las constelaciones resultaban familiares. La mayoría de las estrellas más brillantes de los alrededores no eran muy afectadas por un cambio de perspectiva de tres parsecs. Dondragmer, de todas formas, había tenido el tiempo suficiente para acostumbrarse a los pequeños cambios, y ya no los advertía. Una vez más intentó sin éxito encontrar los Guardianes. Quizá todavía había nubes en el sur. Estaba ahora demasiado oscuro para saberlo. Incluso el suprimir las luces restantes durante un momento no ayudó. Sin embargo, sí atrajo la atención de los otros dos, y el flujo de la anécdota se detuvo un momento.

—¿Algo nuevo, capitán?

La jovial actitud de Kervenser desapareció ante la posibilidad de acción.

—Posiblemente. Las estrellas brillan arriba, pero no hacia el sur. De hecho, no se ven en ningún punto cercano al horizonte. Prueba con un foco.

El primer oficial obedeció. Un rayo de luz saltó hacia arriba desde un punto situado detrás del puente, después de tocar él uno de los pocos controles eléctricos. Dondragmer manipuló un par de cables, y el foco se balanceó hacia el horizonte occidental. Un alarido, groseramente equivalente a una exclamación de sorpresa humana, salió de Kervenser cuando el foco en descenso se colocó paralelamente al suelo.

—¡Niebla! —exclamó el timonel—. Es fina, pero está bloqueando el horizonte.

Dondragmer hizo un gesto de asentimiento, mientras alcanzaba un micrófono.

—¡Investigación! —gritó—. Posible precipitación. Comprobad lo que es y lo que podría provocar esta aguanieve que nos rodea.

—Nos llevará un rato conseguir una muestra, señor —llegó la respuesta—. Seremos todo lo rápidos que podamos. ¿Estaremos en condiciones de salir o tendremos que trabajar a través del casco?

El capitán se detuvo un momento, escuchando el viento y recordando lo que había sentido.

—Podéis salir. Apresuraos todo lo que podáis. —Estamos en marcha, capitán. A un gesto de Dondragmer, el primer oficial apagó el foco. Los tres se dirigieron a la banda de estribor del puente para observar al grupo de fuera.

Se movían rápidamente, pero cuando la compuerta se abrió, la bruma se había hecho más evidente. Dos formas, parecidas a las orugas, aparecieron llevando entre ellas un paquete cilíndrico. Caminaron hasta un punto casi bajo los observadores y colocaron su equipo, que esencialmente consistía en un embudo de cara al viento alimentando un filtro. Les llevó varios minutos convencerse de que tenían una muestra bastante amplia, pero al fin desmantelaron el equipo, encerraron el filtro en un recipiente para preservarlo del fluido de la compuerta y volvieron atrás.

—Supongo que ahora necesitarán un día para decidir lo que es —gruñó Kervenser.

—Lo dudo —replicó el capitán—. Han estado jugando con pruebas rápidas para soluciones de agua y amoníaco. Creo que Borndender dijo algo así como que la densidad era suficiente, si tenía una muestra de un tamaño apropiado.

—En ese caso, ¿por qué están tardando tanto?

—Todavía no han tenido tiempo de quitarse sus trajes —señaló pacientemente el capitán.

—¿Por qué tienen que quitárselos antes de entregar las muestras al laboratorio? ¿No pueden…?

Un grito del micrófono le interrumpió. Dondragmer dio el enterado.

—Casi todo es amoníaco puro, señor. Creo que eran gotitas líquidas muy enfriadas; en el filtro se helaron formando una espuma, y al derretirse aquí dentro desprendieron una buena cantidad de aire exterior. Si durante los próximos minutos huele a oxígeno, es a causa de esto. Quizá comience a helarse sobre el casco, y si recubre el puente, como hizo con el filtro, interferirá con la visión, pero ese es todo el problema en que puedo pensar ahora mismo.

Eso no era todo lo que Dondragmer podía imaginar, pero recibió la información sin más comentarios.

—Este tipo de suceso no ha tenido lugar desde que estamos aquí —observó—. Me pregunto si hay algún tipo de cambio estacional aproximándose. Nos estamos acercando más al sol de este cuerpo. Me gustaría que los humanos hubiesen observado este mundo durante más tiempo, antes de embarcarnos en la idea de explorarlo para ellos. Sería muy agradable conocer lo que viene a continuación. Kervenser, pon en marcha los motores. Cuando estés listo, pon la proa al viento y sigue adelante muy despacio, si todavía se puede ver. Si no gira a babor tan ceñido como sea posible para quedarnos sobre superficie conocida. Mantén un ojo en las cadenas —por supuesto, en sentido figurado; no podemos verlas sin salir al exterior— y hazme saber si hay evidencia de que se les está pegando algo. Coloca un hombre en el portillo de popa; nuestra estela quizá muestre algo. ¿Entendido?

—Las órdenes sí, señor. Lo que teme, no.

—Quizá esté equivocado. Si tengo razón, probablemente no hay nada que hacer. No me gusta la idea de salir a limpiar las cadenas manualmente. Esperemos.

—Sí, señor.

Kervenser volvió a sus obligaciones, y mientras los motores de fusión en las ruedas del Kwembly se despertaron, el capitán se volvió hacia un bloque de plástico de unos diez centímetros de alto y ancho y de treinta centímetros de longitud, que estaba al lado de su puesto. Insertó una de sus piezas en un pequeño agujero, a uno de los costados del bloque, manipuló un control y comenzó a hablar.

II. LA GRAN PARADA

Su voz viajó rápidamente, pero estuvo en camino largo tiempo. Las ondas de radio que la llevaban recorrieron segundo tras segundo la pesada atmósfera de Dhrawn, que se iba adelgazando, y el espacio detrás de ésta. Al viajar se debilitaban, pero medio minuto después de haber sido radiadas, su energía todavía estaba lo suficientemente concentrada como para afectar a una antena parabólica de tres metros. La que encontraron sobresalía de un cilindro de unos noventa metros de diámetro y la mitad de longitud; formaba el extremo de una estructura parecida a una barbilla de pez, que giraba lentamente sobre un eje perpendicular a su barra y a medio camino entre sus centros de gravedad.