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—Ya sé que lo harías. Te agradezco mucho que tu particular sistema moral no te permita sugerir eso a Barlennan por encima de mis objeciones. Mi única esperanza es que él no se decida a insinuarlo, porque cada vez que los dos habéis estado realmente en contra mía, he sido convencido.

Easy miró a Aucoin y después al micrófono especulativamente. Su esposo decidió que se imponía una distracción, y cortó el espeso silencio con una pregunta.

—Alan, ¿qué piensas sobre esa teoría de Barlennan?

Aucoin frunció el ceño. Tanto él como Easy sabían muy bien el motivo de la interrupción de Ib, pero la pregunta no era fácil de ignorar; por lo menos, Easy reconocía que la propia interrupción era una buena idea.

—Es una idea fascinante —dijo lentamente el planificador—, pero no puedo decir que parezca muy probable. Dhrawn es un planeta gigantesco, si puede llamarse planeta, y parece extraño; bien, no sé qué es más extraño: que hayan encontrado inteligencia tan rápidamente o que sólo uno de los vehículos lo haya hecho. Ciertamente no se trata de una cultura que utilice energía electromagnética; la habríamos detectado la primera vez que nos acercamos a este lugar. Una muy inferior, ¿cómo ha podido hacer lo que parece que ha hecho a la tripulación del Esket?

—Sin conocer sus capacidades físicas y mentales, aparte de su nivel cultural, no podría ni siquiera suponerlo —replicó Hoffman—. ¿No terminaron en España algunos de los primeros indios encontrados por Colón?

—Creo que estás forzando las semejanzas, para decirlo suavemente. Hay prácticamente una infinidad de cosas que podrían haberle pasado al Esket sin que haya tropezado con una oposición inteligente. Lo sabes tan bien como yo; tú ayudaste a hacer alguna de las listas, hasta que decidiste que era una especulación sin fundamento. Estoy de acuerdo en que la teoría de Barlennan es un poco más creíble de lo que fue, pero sólo un poco.

—Todavía piensas que me equivoqué al identificar a Kabremm, ¿verdad? —dijo Easy.

—Sí, me temo que sí. Más aún, no creo que hayamos tropezado con otra especie inteligente. No me compares con la gente que se negó a creer que las rocas de Perthe eran herramientas hechas por el hombre. Algunas cosas son intrínsecamente improbables.

Hoffman se echó a reír.

—La habilidad humana para juzgar las probabilidades, puedes llamarla perspicacia estadística; siempre ha sido muy pequeña —señaló—, incluso si se evitan ejemplos tan clásicos como el de Lois Lane. En realidad, las probabilidades no parecen ser tan bajas. Conoces tan bien como yo que en el pequeñísimo volumen de espacio, a cinco parsecs del Sol, sólo con setenta y cuatro estrellas conocidas y unos doscientos planetas sin soles, hemos encontrado veinte razas en nuestro propio estado de desarrollo, que han pasado sanas y salvas su Crisis de la Energía; ocho, incluyendo a Tenebra y Mesklin, que no han llegado todavía; ocho que no pudieron resolverla, y están extinguiéndose; tres que tampoco lo hicieron, pero que tienen alguna esperanza de resurgimiento; todas ellas, recuérdalo, están a cien mil años, en un sentido o en otro, de ese punto clave en su historia. Eso a pesar del hecho de que la edad de los planetas varía desde los nueve billones de años de Panesh hasta la décima parte en Tenebra. Ahí se da más que pura coincidencia, Alan.

—Quizá Panesh, la Tierra y los planetas más antiguos han tenido otras culturas en el pasado; quizá les suceda eso a todos los mundos cada varias décadas de millones de años.

—No ha sucedido antes, a menos que las primeras razas inteligentes fuesen tan inteligentes desde el principio que nunca utilizasen los carburantes fósiles de su planeta. ¿Piensas que la presencia del hombre en la Tierra no será obvia, geológicamente, dentro de un billón de años, con las vetas de carbón agotadas y la botella de cerveza como un objeto fósil? No puedo creerlo, Alan.

—Quizá no, pero no soy lo bastante místico como para creer que una superespecie esté conduciendo las razas de esta parte del espacio hacia un enorme clímax.

—Si prefieres esa Hipótesis del Ser, o bien la Teoría Esfa, no importa. No es pura casualidad, y por tanto no puedes emplear sólo las leyes de la casualidad para criticar lo que ha sugerido Barlennan. No debes suponer que tiene razón; pero te sugiero firmemente que le tomes en serio. Yo lo hago.

Dondragmer hubiese estado interesado en escuchar esta discusión, igual que habría apreciado estar presente en la reunión de personal unas horas antes. Sin embargo, habría estado demasiado ocupado, aun suponiendo que su presencia hubiese sido físicamente posible. Con el regreso de la mayor parte de su tripulación (por supuesto, algunos se habían quedado para continuar montando el equipo de soporte vital), había mucho que ver y mucho que hacer. Veinte de sus hombres fueron enviados a ayudar al trío que se encontraba cortando el hielo de la compuerta principal. Otros tantos fueron bajo el casco con luces y herramientas para encontrar y recobrar todos los generadores que no estuviesen congelados demasiado sólidamente. El capitán cumplió su promesa a Benj, ordenando a este grupo buscar muy cuidadosamente señales de Beetchermarlf y de Takoorch. No obstante, recalcó la importancia de examinar de cerca las paredes del hielo; como resultado, el grupo no encontró nada. Sus miembros salieron en unos cuantos minutos con los dos generadores de las ruedas que habían utilizado los timoneles y dos más que habían sido liberados por la acción del calentador. El resto, que, según las cuentas de Dondragmer y las leyes aritméticas, tenían que ser seis, estaban fuera de alcance, aunque los marineros podían hacer una suposición con bastante fundamento en cuanto a las ruedas donde se encontraban.

Mientras tanto, el resto de la tripulación había entrado en el vehículo por las compuertas disponibles; la pequeña junto al puente, las grandes por las que despegaban los helicópteros y las dos trampillas de emergencia a los lados, cerca de la proa y la popa, que servían para un hombre cada vez. Ya en el interior, cada tripulante se dedicó a la tarea asignada. Dondragmer, durante su ausencia, había estado pensando, además de hablar con los seres humanos. Algunos empaquetaron comida que durase hasta que el equipo de soporte vital terminase su ciclo normal; otros prepararon carretes de cable, luces, generadores y otros aparatos para su transporte.

Muchos estaban trabajando, improvisando medios de transporte; un resultado molesto de que el Kwembly utilizase energía de fusión era la gran escasez de ruedas a bordo. Había pequeñas poleas que sujetaban los cables de control en las esquinas. Resultaban demasiado pequeñas para ser utilizadas en carretillas o en vehículos similares, y Dondragmer había prohibido firmemente el desmantelamiento del vehículo. A bordo no había nada semejante a un balancín, ni siquiera una carretilla. Ingenios semejantes, el primero movido a fuerza de músculos, eran conocidos y utilizados en Mesklin para transportes a media y larga distancia; pero no había nada en el Kwembly que un mesklinita no pudiese llevar fácilmente a cualquier parte del vehículo sin ayuda mecánica. Ahora, con kilómetros por delante y la necesidad de trasladar muchos objetos completos mejor que en piezas, se impuso la improvisación. Aparecieron literas y cosas semejantes. Los corredores que conducían hasta la compuerta principal estuvieron rápidamente repletos de suministros y aparatos que esperaban a que la salida estuviese despejada. El ruido y el ajetreo, sin embargo, no llegaron hasta el colchón donde Beetchermarlf y Takoorch continuaban escondidos.

Según se calculó después, debían haber buscado este refugio unos cuantos minutos antes del momento en que el calentador comenzó a funcionar. El grueso material de goma del colchón, que hasta un cuchillo mesklinita había tenido dificultades en penetrar, bloqueó los sonidos causados por las restallantes burbujas de vapor alrededor del metal caliente y las llamadas de los trabajadores que entraron más tarde. Si estos últimos se hubiesen visto forzados a comunicarse a distancia con alguien, sus resonantes gritos quizá hubiesen penetrado en el resistente material; todos conocían perfectamente bien su trabajo. La hendidura por la que habían entrado los timoneles estaba fuertemente cerrada por la elasticidad del material, de forma que no les llegó ninguna luz. Finalmente el rasgo del carácter mesklinita, descrito más acertadamente como una combinación de paciencia y fatalismo, provocó que ni Beetchermarlf ni su compañero pensasen en abandonar su refugio hasta que el hidrógeno en sus trajes llegase a ser un problema serio.