Finalmente llegó al agujero que había sido derretido al costado de estribor del Kwembly, donde los seres humanos podían observar otra vez. Para entonces, el «arroyo» era un entramado complejo de líquido, sólido y quizá aguanieve, que tenía unos tres kilómetros. Sin embargo, la parte sólida iba en disminución. Aunque todavía no había nubes tan lejos corriente abajo, el aire estaba casi saturado con amoníaco, esto es, con respecto a la superficie de amoníaco líquido. La presión del vapor amoniacal que se necesita para equilibrar una mezcla de amoníaco y agua es más baja; por tanto, la condensación ocurría sobre el hielo, compuesto en su mayor parte por agua. Al alcanzar la composición apropiada para la licuefacción, la superficie se desprendía y exponía más sólidos al vapor. El líquido tendía a solidificarse de nuevo para absorber todavía más vapor de amoníaco, pero su movimiento proporcionaba aún acceso a más aguanieve.
La situación era un poco distinta en el espacio bajo el casco del Kwembly, pero no mucho. Donde el líquido tocaba al hielo, éste se disolvía y aparecía aguanieve; pero el amoníaco que se difundía de la superficie lo fundía de nuevo. Lentamente, minuto tras minuto, la abrazadera de hielo sobre el gigantesco vehículo se deshizo tan suavemente que ni los seres humanos, quienes observaban fascinados, ni los dos mesklinitas, que esperaban en su oscuro refugio, pudieron detectar el cambio. El casco flotó en libertad.
Ahora todo el lecho del río era líquido, con unos cuantos fragmentos de aguanieve. Suavemente, de forma muy distinta a la riada de cien horas antes, cuando cinco millones de kilómetros cuadrados habían sido alcanzados por la primera niebla de amoníaco de la estación, comenzó a desarrollarse una corriente. Imperceptiblemente para todos los implicados, el Kwembly se movió con la corriente; imperceptiblemente, porque no había un movimiento relativo que atrajese la atención de los seres humanos y ningún balanceo ni cabeceo fue percibido por los escondidos mesklinitas.
El río estacional que deseca la gran llanura donde el Kwembly había sido atrapado, corta una cadena de colinas, altas montañas para Dhrawn; la cordillera se extiende durante unos seis mil kilómetros de noroeste a sudeste. Durante la mayor parte de su recorrido, antes de la riada, el Kwembly había ido paralelo a esta cadena; Dondragmer, sus timoneles, sus exploradores y en realidad todos sus tripulantes habían sido perfectamente conscientes de la suave elevación a su izquierda, a veces lo bastante cerca como para ser vista desde el puente y a veces sólo un informe del piloto.
La riada había transportado al vehículo a través de un paso cerca del extremo sudoriental de esta cadena hasta las regiones algo más bajas y desiguales cerca del borde de Low Alfa, antes de tocar fondo. Esta primera riada había sido un principio áspero, más bien vacilante, de la nueva estación al acercarse Dhrawn a su débil sol y al variar la latitud del cinturón subestelar. Lo segundo era lo importante; sólo terminaría cuando toda la planicie nevada fuese vaciada, un año terrestre más tarde. Los primeros movimientos del Kwembly fueron suaves y lentos, porque se había liberado muy lentamente; luego suaves y débiles, porque el líquido que le soportaba era pastoso, con cristales en suspensión; finalmente, con la corriente completamente líquida y a gran velocidad, suave, porque era ancho y profundo. Beetchermarlf y Takoorch quizá se hubiesen sentido algo mareados por el descenso de la presión del hidrógeno, pero aun completamente alertas, los ligeros movimientos del casco del Kwembly hubiesen sido enmascarados por sus propias vibraciones sobre la flexible superficie que los sostenía.
Low Alfa no es la región más cálida de Dhrawn, pero los efectos de la zona del deshielo, que tendían a concentrar los elementos radiactivos del planeta, la habían calentado hasta llegar al punto de fusión del hielo en muchos lugares, unos docientos grados Kelvin más que lo que Lalanda 21.185 hubiese conseguido sin ayuda. Un ser humano podría vivir únicamente con una modesta protección artificial en aquella zona, si no fuese por la gravedad y la presión. La parte realmente caliente, Low Beta, está sesenta mil kilómetros al norte; es el principal rasgo que controla el clima de Dhrawn.
El movimiento del Kwembly lo estaba llevando hasta regiones de alta temperatura, que conservaban la fluidez del río, aunque ahora perdía amoníaco en el aire. El curso de la corriente lo controlaba casi por completo la topografía, y no al revés; geológicamente, el río resultaba demasiado joven para haber alterado mucho el paisaje por su propia acción. Además, parte de la superficie expuesta del planeta en aquella zona, era roca ígnea y dura, en lugar de una cubierta de sedimentos blandos en los que la corriente pudiese elegir su curso.
A unos quinientos kilómetros del punto en el que había sido abandonado, el Kwembly penetró en un amplio y profundo lago. Rápida, pero suavemente, tocó el fondo del blando delta de barro, donde el lago confluía con el río. El enorme casco desvió naturalmente la corriente a su alrededor, lanzándola a la excavación de un nuevo canal. Después de media hora se inclinó a un lado y se deslizó en el nuevo canal, enderezándose al flotar libremente. Fue el balanceo implicado en esta última liberación lo que atrajo la atención de los timoneles y les indujo a salir a echar un vistazo.
XIV. RESCATE
No hubiese sido cierto decir que Benj reconoció a Beetchermarlf desde el primer momento. De hecho, la primera de las figuras en forma de oruga en salir del río y trepar por el casco fue Takoorch. Sin embargo, fue el nombre del joven timonel el que salió de cuatro micrófonos de Dhrawn. Uno de ellos estaba en el puente del Kwembly, y no fue oído; dos, en el campamento de Dondragmer, a unos centenares de metros del borde del ancho y rápido río; el cuarto, en el helicóptero de Reffel, aparcado al lado de la masa del Gwelf.
Las máquinas voladoras se encontraban un kilómetro al oeste del campamento de Dondragmer; Kabremm no quería acercarse más, pues no deseaba arriesgarse ni lo más mínimo a repetir su error anterior. Probablemente no se habría movido en absoluto del sitio donde lo había encontrado Stakendee si el río no hubiese subido. Para empezar, estaba rodeado por la niebla, y no tenía ningún deseo de volar. Reffel todavía menos. Sin embargo, no había elección, de forma que Kabremm había dejado que su nave flotase hacia arriba con su propio impulso, hasta que estuvo en el aire claro. Reffel siguió a la otra máquina tan cerca de sus luces de posición como se atrevió a llegar. En cuanto sobrevolaron unos cuantos metros de gotitas de amoníaco, pudieron navegar hacia las luces de Dondragmer, hasta que el comandante del dirigible decidió que estaban bastante cerca. Permitir que el Gwelf llamase la atención de los hombres en órbita arriba hubiese sido un error más serio que el ya cometido. Kabremm todavía estaba intentando qué le diría a Barlennan la próxima vez que se encontrasen.
Tanto él como Reffel habían pasado también unas horas incómodas antes de concluir, a falta de comentarios apropiados, que éste había obturado su visor muy rápidamente después de avistar el Gwelf.
En cualquier caso, Dondragmer y Kabremm habían alcanzado por lo menos una comunicación casi directa y podían coordinar lo que dirían y harían si había más repercusiones del reconocimiento de Easy. La mente del capitán quedó libre de un peso. Sin embargo, todavía estaba dando pasos en relación con aquel error.
El grito de «¡Beetch!» en la inconfundible voz de Benj le distrajo de una de aquellas ocupaciones. Había estado buscando entre la tripulación gente que se pareciese lo más posible a Kabremm. El trabajo se complicaba, debido al hecho de que no había visto al otro oficial durante varios meses. Dondragmer todavía no había tenido tiempo de visitar al Gwelf. Kabremm no quería acercarse más al campamento, y Dondragmer nunca le había conocido muy bien, de todas formas. Su plan era que todos los tripulantes que pudiesen confundirse con el primer oficial del Esket apareciesen fugaz y casualmente, pero con frecuencia, dentro del campo de visión de los transmisores. Cualquier cosa que pudiese minar la certeza de Easy Hoffman de que había visto a Kabremm probablemente valdría la pena.