No obstante, el destino del Kwembly y sus timoneles nunca había estado muy lejos de la mente de su capitán durante las doce horas transcurridas desde que las luces del vehículo se habían desvanecido; al oír el sonido del micrófono, le dedicó toda su atención.
—¡Capitán! —continuó la voz del muchacho—. Acaban de aparecer dos mesklinitas. Están trepando por el casco del Kwembly. Salieron del agua; deben haber estado en algún lugar ahí abajo todo este tiempo, aunque vosotros no pudisteis encontrarlos. Es probable que sean Beetch y Tak. Por supuesto, no puedo hablar con ellos hasta que lleguen al puente, pero me parece que, después de todo, podríamos recuperar el vehículo. Dos hombres pueden manejarlo, ¿no es verdad?
La mente de Dondragmer iba a la carrera. No se había culpado a sí mismo por el abandono del vehículo, aunque la riada hubiese sido un anticlímax semejante. Había sido la decisión más razonable en aquel momento y con el conocimiento disponible. Cuando estuvo clara la naturaleza real de la nueva riada y resultaba obvio que podrían haberse quedado en el vehículo con perfecta seguridad, había sido imposible volver. Al ser un mesklinita, el capitán no había perdido tiempo con ideas de la variedad «si…». Cuando abandonó el vehículo sabía que las probabilidades de volver eran bastante escasas, y cuando éste había descendido por la corriente intacto, en lugar de ser una ruina destrozada, se habían reducido más aún. No habían llegado a cero quizá, pero no existían bastantes como para tomarlas en serio.
Ahora repentinamente habían aumentado otra vez. El Kwembly era no sólo utilizable, sino que sus timoneles estaban vivos y a bordo. Podría hacerse algo si…
—¡Benj! —cuando sus pensamientos llegaron a este punto, Dondragmer habló—. Por favor, ¿harás que tus técnicos determinen lo más exactamente que puedan lo lejos que está el Kwembly ahora? Es perfectamente posible que Beetchermarlf lo dirija solo, aunque hay otros problemas de mantenimiento general que los tendrán ocupados a ambos. No obstante, deberían ser capaces de hacerlo. En cualquier caso, tenemos que averiguar si la distancia implicada es de cincuenta kilómetros o de mil. Lo último lo dudo, puesto que no creo que este río hubiese podido llevarlos tan lejos en doce horas; pero tenemos que averiguarlo. Que tu gente se ponga a ello. Por favor, dile a Barlennan lo que pasa.
Benj obedeció rápida y eficientemente. Ya no estaba cansado, preocupado y resentido. Con el abandono del Kwembly doce horas antes había perdido toda esperanza por la vida de su amigo y se había marchado de la sala de Comunicaciones para conseguir un poco de sueño. No esperaba ser capaz de dormir, pero la química de su propio cuerpo le engañó. Nueve horas más tarde había vuelto a sus tareas normales en el laboratorio de aerología. Sólo una casualidad le había llevado otra vez a las pantallas a unos cuantos minutos de la emergencia de los timoneles. Le envió McDevitt para reunir datos generales de los otros vehículos, pero se había quedado unos cuantos minutos a mirar en el puesto del Kwembly. El meteorólogo dependía enormemente del conocimiento por Benj del lenguaje mesklinita.
El sueño y el repentino descubrimiento de que Beetchermarlf, después de todo, estaba vivo, se combinaron para alejar el resentimiento que le quedaba por la actuación de Dondragmer. Se dio por enterado de la petición del capitán, llamó a su madre para que ocupase su lugar y volvió al laboratorio tan rápidamente como sus músculos podían impulsarle por las escaleras.
Easy, que también había dormido algo, informó a Dondragmer de la partida de Benj y de su propia presencia, comunicó a Barlennan según lo solicitado y volvió al capitán con una pregunta propia.
—Esos son dos de tus hombres perdidos. ¿Piensas que hay alguna probabilidad de encontrar a los pilotos de los helicópteros?
Dondragmer casi se descubrió al contestar, aunque escogió cuidadosamente las palabras. Por supuesto, sabía dónde estaba Reffel, puesto que entre el campamento y el Gwelf habían estado pasando mensajeros constantemente; pero, para desilusión suya, Kervenser no había sido visto por la tripulación del dirigible ni por nadie. Su desaparición era perfectamente auténtica y el capitán consideraba que sus probabilidades de supervivencia resultaban más bajas que las del Kwembly una hora antes. Por supuesto, se podía hablar sobre esto; su fallo consistió en no mencionar a Reffel en absoluto. Las formas del stenno equivalentes a «él» y «ellos» eran tan distintas como las humanas, y Dondragmer se encontró utilizando la primera varias veces al hablar sobre los pilotos perdidos. Easy no pareció advertirlo, pero él lo dudó.
—Es difícil decirlo. Yo no he visto a ninguno. Si cayó en la zona inundada ahora, resulta difícil ver cómo podrían seguir con vida. Es infortunado, no sólo a causa de los propios hombres, sino porque incluso con uno de los helicópteros podríamos pasar al Kwembly más hombres y traerlo aquí rápidamente. Por supuesto, la mayor parte del equipo no podría ser transportado así; por otro lado, si los dos hombres no pueden traer el vehículo aquí por cualquier causa, tener uno de los helicópteros sería mucho mejor para ellos. ¡Lástima que vuestros científicos no puedan localizar el transmisor que Reffel llevaba, como lo hacen con el del Kwembly!
—No eres el primero en pensar así —concedió Easy. El asunto había sido comentado poco después de la desaparición de Reffel—. No conozco lo suficiente sobre las máquinas para saber por qué la señal depende de la claridad de la imagen; siempre pensé que una onda de radio era una onda de radio; pero así parece. O bien el aparato de Reffel está en una oscuridad total, o ha sido destruido.
«Veo que tu equipo de soporte vital está dispuesto y funcionando.
La última frase no fue sólo un esfuerzo de Easy para cambiar de tema; era la primera vez que contemplaba despacio el equipo en cuestión, y se sentía naturalmente curiosa acerca de él. Consistía en veintenas (quizás más de cien) de cisternas cuadradas transparentes, que cubrían en conjunto una docena de metros cuadrados, cada una llena de líquido hasta un tercio de su volumen, con el hidrógeno casi puro que constituía el aire mesklinita burbujeando en su interior. Un generador hacía funcionar las luces que brillaban sobre las cisternas, pero las bombas que mantenían el gas en circulación eran movidas a fuerza de músculo. La vegetación que, en realidad, oxidaba los saturados hidrocarbonos de los desechos biológicos mesklinitas y desprendía hidrógeno puro, estaba representada por una variedad de especies unicelulares, correspondiendo lo más cercanamente a las algas terrestres. Habían sido seleccionadas por ser comestibles, aunque no, como Easy había supuesto, por su sabor. Las secciones del equipo de soporte que utilizaban plantas superiores y producían el equivalente de frutas y vegetales eran demasiado voluminosas para ser trasladadas del vehículo.
Easy no sabía cómo los objetos no gaseosos del ciclo biológico se introducían y retiraban de las cisternas, pero podía ver los cartuchos para recargar los trajes. Se trataba de nuevo de bombear manualmente, introduciendo el hidrógeno en cisternas que contenían porciones de sólido poroso. Este material era otro producto estrictamente no mesklinita, un fragmento de arquitectura molecular ligeramente análoga a la zeolita en su estructura, que absorbía el hidrógeno en las paredes internas de sus canales estructurales y, dentro de un amplio campo de temperaturas, mantenía una presión parcial de equilibrio con el gas, compatible con las necesidades metabólicas de los mesklinitas.