El laboratorio de meteorología estaba en un nivel más alto del cilindro, lo bastante cerca del eje central de la estación para hacer que una persona pesase un diez por ciento menos que en la sala de comunicaciones. Por ser las facilidades para el ejercicio muy limitadas, los ascensores habían sido omitidos en el diseño de la estación y los intercomunicadores estaban considerados estrictamente como equipamiento de emergencia. Easy Hoffman podía escoger entre una escalera en espiral en el eje de simetría del cilindro o cualquiera entre las diversas escalas. Puesto que no llevaba nada, no se molestó con las escaleras. Su destino estaba casi directamente «encima» de Comunicaciones, y lo alcanzó en menos de un minuto.
Los rasgos más prominentes de la habitación eran dos mapas hemisféricos de Dhrawn, de unos seis metros de diámetro. Cada uno era una pantalla donde estaba marcada la temperatura, la referencia altitud-presión, la velocidad del viento —cuando podía obtenerse— y otros datos que pudiesen conseguirse de los satélites que registraban las imágenes reflejadas, dispuestas en órbitas bajas, o de las brigadas exploradoras mesklinitas. Una mancha de luz verde marcaba la posición de la colonia, justo al norte del ecuador, y nueve chispas amarillas más débiles, esparcidas a su alrededor, indicaban los vehículos de exploración. Sobre el fondo del gigantesco planeta, sus rastros formaban un despliegue embarazosamente pequeño, esparcidos en un radio de unos doce mil kilómetros al este y al oeste y de treinta a cuarenta mil al norte y al Sur en el costado occidental de lo que los meteorólogos llaman Low Alfa. Las luces amarillas, excepto las adentradas en las regiones más frías del oeste, formaban un tosco arco que rodeaba al Low. Pronto iba a ser jalonado de estaciones sensoras, pero hasta entonces se había cubierto poco más de la cuarta parte de su perímetro de ciento treinta mil kilómetros.
El coste había sido alto, no sólo en dinero, que Easy tendía a considerar como una simple medida del esfuerzo empleado, sino también en vidas. Sus ojos buscaron la luz amarilla bordeada de rojo, justo en el interior de Low, que marcaba la posición del Esket. Habían pasado siete meses —tres días y medio de Dhrawn— desde que un ser humano había visto alguna señal de su tripulación, aunque sus transmisores todavía enviaban imágenes de su interior. De vez en cuando, Easy pensaba lúgubremente en sus amigos Kabremm y Destigmet, y ocasionalmente molestaba la conciencia de Dondragmer hablándole de ellos al comandante del Kwembly.
—Hola, Easy, y hola, mamá —cortaron sus melancólicos pensamientos.
—Hola, meteorólogos —respondió—. Tengo un amigo que necesita una predicción. ¿Podéis hacer algo?
—Si es para alguien de la estación, seguro —contestó Benj.
—No seas cínico, hijo. Eres lo suficientemente mayor para entender la diferencia entre no saber nada y no saberlo todo. Es para Dondragmer en el Kwembly —indicó la luz amarilla en el mapa, y describió la situación en líneas generales—. Alan traerá la posición exacta, si eso os ayuda.
—Realmente no es mucho —admitió Seumas McDevitt—. Si no te gusta el cinismo, tendré que escoger mis palabras cuidadosamente; pero la luz en ese mapa puede estar dentro de unos cuantos cientos de kilómetros. Dudo de que podamos confeccionar un pronóstico lo suficientemente preciso para que eso haga una diferencia significativa.
—No estaba seguro de que tuvieseis material para hacer una predicción en absoluto —contrarrestó Easy—. Creo recordar que incluso en este mundo el tiempo viene del oeste y el área al oeste hace días que ha estado fuera de la luz solar.
¿Podéis ver esos lugares lo bastante bien como para conseguir datos de utilidad?
—Oh, seguro —el sarcasmo de Benj se había esfumado, y estaba siendo sustituido por el entusiasmo que le había inducido a escoger la física atmosférica como su primera tentativa—. De todas formas, gran parte de nuestras medidas no provienen de la luz solar reflejada; casi todas son radiaciones directas del planeta. Además, emite mucho más de lo que recibe del sol; conoces la vieja discusión sobre si Dhrawn debe ser considerado un planeta o una estrella. Podemos decir la temperatura del suelo, bastante sobre la naturaleza del terreno, la proporción entre el descenso del termómetro y la altura; las nubes. Los vientos son más difíciles…
Dudó viendo la mirada de McDevitt fija en él y siendo incapaz de leer en el impasible rostro del meteorólogo.
El hombre comprendió a tiempo la dificultad y asintió, antes de que la riada de autoconfianza hubiese perdido fuerza. McDevitt nunca había sido profesor, pero tenía el instinto.
—Los vientos son más difíciles, a causa de la ligera incertidumbre en las alturas de las nubes y del hecho de que los cambios adiabáticos de temperatura muchas veces tienen más que ver con la localización de las nubes que las identidades de las masas de aire. En esa gravedad, la densidad del aire baja a la mitad cada noventa metros de ascensión, y eso provoca terroríficos cambios en la temperatura… —se detuvo de nuevo, esta vez mirando a su madre—. ¿Conoces esto o debo ir más despacio?
—No me gustaría tener que resolver problemas cuantitativos sobre lo que has estado diciendo —replicó Easy—, pero creo tener una buena imagen cualitativa. Tengo la impresión de que dudas un poco de decirle a Don muy exactamente cuándo va a levantar la niebla. ¿Serviría de algo un informe suyo sobre la presión y vientos de superficie? Ya sabes que el Kwembly tiene instrumentos.
—Quizá —admitió McDevitt, mientras Benj asentía silenciosamente—. ¿Puedo hablar directamente con el Kwembly? ¿Me entenderá alguno de ellos? Mi stenno todavía no existe.
—Yo traduciré si puedo conservar tus términos técnicos sin variaciones —replicó Easy—. Aunque si planeas hacer algo más que una visita de un mes aquí, sería una buena idea intentar adquirir el lenguaje de nuestros amiguitos. Muchos de ellos conocen algo del nuestro, pero lo apreciarían.
—Pienso hacerlo. Si puedes ayudarme, estaré encantado.
—Ciertamente, siempre que pueda; pero verás a Benj mucho más.
—¿Benj? Ha llegado aquí conmigo hace tres semanas, y no ha tenido más oportunidades que yo de practicar idiomas. Los dos hemos estado revisando las redes de observación y de computación locales, completando el mapa del proyecto.
Easy hizo una mueca a su hijo.
—Eso está bien. Él es como yo para los idiomas, y creo que te será de utilidad, aunque admito que ha aprendido su stenno más por mí que por los mesklinitas. Insistió en que le enseñase algo que sus hermanas no fueron capaces de entender. Atribúyelo, si quieres, a orgullo materno, mas ponlo a prueba, pero más tarde; me gustaría tener esa información para Dondragmer lo antes posible. Dijo que el viento era del oeste a unos cien kilómetros por hora, si eso sirve de ayuda.
Los meteorólogos pensaron por un momento.
—Operaré lo que tenemos en integración, añadiendo eso último —dijo al fin—. Entonces podremos llamarle y proporcionarle algo, y si los detalles numéricos que nos dé son demasiado diferentes, podemos operar otra vez con bastante facilidad.
El y el muchacho se volvieron hacia el equipo, y durante varios minutos sus actividades no significaron nada para la mujer. Por supuesto, ella sabía que estaban proporcionando datos numéricos y factores influyentes a unos ingenios computadores que, presumiblemente, estaban ya programados para manejar los datos en forma apropiada. Se sintió complacida al ver a Benj realizando su parte del trabajo aparentemente sin supervisión. Ella y su esposo habían sido avisados de que los poderes matemáticos del muchacho quizá no estuviesen a la altura necesitada por su campo de interés. Por supuesto, lo que él hacía ahora era rutina que podía ser manejada por cualquiera con un poco de entrenamiento, lo entendiese realmente o no, pero Easy prefirió interpretar su actuación como alentadora.