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—Sí —contestó un químico—, es un ejemplo fascinante de acción de superficie. Es sensible a la naturaleza y tamaño de las partículas de los minerales presentes, las proporciones del agua y el amoníaco en el fluido lubricante, la temperatura y la presión. Por supuesto, el peso del Kwembly fue la mayor causa de preocupación; los mesklinitas podrían caminar sobre esta materia; de hecho lo hicieron con bastante seguridad. Una vez disparada a causa de una cima en la presión, la fuerza salió del material en una onda…

—De acuerdo, el resto puede servir para un ensayo —asintió Aucoin—. ¿Hay alguna forma de identificar una superficie semejante sin poner un vehículo encima?

—¡Hum! Yo diría que sí. La temperatura de radiación debería proporcionar la suficiente información o, por lo menos, servir de aviso de que habría que hacer otras pruebas. Si vamos a eso, no me preocuparía por la nave; los reactores harán que el agua y el amoníaco se evaporen de una superficie semejante antes de rozarla.

Aucoin asintió y pasó a otros asuntos. Informes sobre los vehículos, informes para publicar, informes sobre suministros, proyectos en programación.

Todavía estaba un poco avergonzado. Había conocido su propio fallo, pero como la mayor parte de la gente, lo había perdonado y se sentía seguro de que no podía ser advertido. Mas los Hoffman sí habían reparado en él, y quizá otros también. Tendría que tener cuidado si quería conservar un puesto de responsabilidad y respetado. Después de todo, se repitió firmemente a sí mismo que los mesklinitas eran personas, aunque pareciesen chinches.

La atención de Ib Hoffman se distraía, aunque sabía que el trabajo era importante. Su mente continuaba regresando al Kwembly, al Smof y a una pieza de un equipo de inmersión bien diseñada y bien construida, que casi había matado a un muchacho de once años. Los informes de Aucoin, puntualizados por los comentarios, ácidos a veces, continuaban; lentamente Ib tomó una decisión.

—Estamos haciendo progresos —observó Barlennan—. Había una buena excusa para sacar los aparatos visuales del Kwembly, puesto que estaba siendo abandonado; así que hemos podido trabajar sin restricciones allí. También pudimos utilizar el helicóptero de Reffel, ya que los humanos lo creen perdido. Jemblakee y Deeslenver tienen la impresión de que el vehículo puede estar en perfectas condiciones en un día más.

Miró hacia el débil sol, casi exactamente por encima de su cabeza.

—Los químicos humanos fueron útiles en cuanto a ese barro donde estaba el Kwembly. Era divertido cómo el que habló con Deeslenver de esto insistía en que eran sólo suposiciones, mientras hacía una sugerencia tras otra. Mala suerte no poder decirle lo acertadas que fueron casi todas sus ideas.

—La inseguridad en sí mismos parece ser un rasgo de los humanos, si pueden hacerse observaciones tan generales —contestó Guzmeen—. ¿Cuándo llegaron estas noticias?

—El Deedee llegó hace una hora y ha vuelto a marcharse. Esa máquina tiene demasiado trabajo. Fue bastante desgraciado que hayamos perdido el Elsh, y con Kabremm y su Gwelf retrasados, las cosas se van amontonando. Espero que podamos encontrarlo. Quizá el Kalliff traiga algo. Se suponía que estaba buscando un camino para llevarle hasta el campamento de Don; así que quizá uno de los exploradores de Kenanken lo descubra. No lleva ni un día de retraso; todavía hay alguna probabilidad.

—Y con todo esto, ¿dices que hemos adelantado? —intervino Guzmeen.

—Seguro. Recuerda que toda la finalidad de la trama del Esket era persuadir a los seres humanos para que nos dejaran utilizar sus naves espaciales. El asunto de un soporte independiente era incidental, aunque útil. Esperábamos convertir el mito de una vida local en una amenaza importante para persuadir a Aucoin de que nos dejara volar y pasarnos meses con esto. Nos hemos adelantado bastante y no hemos perdido mucho: la base junto al Esket, por supuesto, el Elsh con su tripulación y posiblemente a Kabremm con la suya.

—Pero ni siquiera Kabremm y Karfrengin son exactamente reemplazables. No somos muchos. Si Dondragmer y su tripulación no viviesen cuando el Kalliff los alcance, habremos sufrido una pérdida realmente seria; por lo menos las tripulaciones de los dirigibles no estaban compuestas por nuestros científicos y nuestros ingenieros.

—Don no está en peligro serio. Siempre puede ser recogido por Beetchermarlf en la nave espacial humana, quiero decir, en nuestra nave espacial.

—Y si algo fuese mal en esa operación, habremos perdido no sólo nuestra única nave espacial, sino también nuestros únicos pilotos espaciales.

—Eso me sugiere —dijo pensativamente Barlennan— que deberíamos intentar ganar parte del terreno perdido—. Tan pronto como el Kwembly esté preparado, debería comenzar a buscar un lugar apropiado para reemplazar la colonia del Esket. Los científicos de Don no tendrán muchos problemas para encontrar un buen emplazamiento; Dhrawn parece rico en filones metálicos. Quizá debiéramos hacerle buscar más cerca de aquí, no obstante, para que la comunicación sea más rápida.

—Tendremos que construir más dirigibles; el que nos queda no es suficiente para el trabajo. Quizá debiéramos diseñar algunos mayores.

—Me he estado preguntando sobre esto.

Un técnico que había estado escuchando silenciosamente hasta este momento, habló:

—¿Crees que sería inteligente averiguar con mucho tacto algo sobre los dirigibles a través de los humanos? Nunca hemos discutido el tema con ellos; te enseñaron algo sobre los globos hace años, y algunos de los nuestros tuvieron la idea de utilizar en ellos los generadores de los humanos. No sabemos si los usaron alguna vez así. Quizá no sea sólo mala suerte que hayamos perdido a dos de los tres que teníamos en tan poco tiempo. Tal vez haya algo en la idea fundamentalmente incorrecto.

El comandante hizo un gesto de impaciencia.

—Eso es una tontería. No intenté adquirir una educación científica completa a través de los alienígenas, ya que obviamente iba a llevar mucho tiempo; pero algo que sí comprendí fue que las normas subyacentes son esencialmente sencillas. Una vez que los humanos comenzaron a concentrarse en las normas básicas, pasaron de los barcos de vela a las naves espaciales en un par de siglos. Los globos, con energía o sin ella, son artificios sencillos; yo mismo los entiendo perfectamente bien. Poner a bordo un motor no cambia eso; tienen que estar funcionando las mismas reglas.

El técnico observó pensativamente a su comandante y pensó brevemente en tubos de electrones y en circuitos de televisión antes de contestar.

—Supongo —dijo pensativamente— que un trozo de material destrozado por la tempestad y una nave arrastrada por el viento son también ejemplos de las mismas reglas en funcionamiento.

Barlennan no quería dar una respuesta afirmativa, pero no pudo encontrar nada mejor.

Estaba todavía intentando olvidarse de la observación del técnico, aunque consiguiendo únicamente dudar más y más de su situación, cuando un mensajero le llamó a la sala de Comunicaciones unas veinte horas más tarde. En cuanto entró, Guzmeen habló brevemente por un micrófono; un minuto más tarde, un rostro humano, que ninguno de ellos reconoció, apareció sobre la pantalla.

—Soy Ib Hoffman, esposo de Easy y padre de Benj —comenzó el extraño sin más preámbulos—. Estoy hablándoos sólo a vosotros dos, Barlennan y Dondragmer. El resto de los observadores están concentrados en una nueva emergencia en relación con uno de los vehículos. Empleo vuestro idioma lo mejor que puedo, mientras mi mujer me escucha; ella sabe lo que quiero decir y me corregirá si me equivoco demasiado. He decidido que es el momento de aclarar algunos errores, pero no pienso hablar a todo el mundo de ellos; veréis la razón antes de que termine, si no lo hacéis ya. Estoy molesto, principalmente porque odio llamar mentiroso a nadie en cualquier idioma.