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—Por supuesto —observó McDevitt, mientras la máquina iba digiriendo su contenido—; de todas formas, quedará lugar para las dudas. Este sol no afecta mucho la temperatura superficial de Dhrawn, pero su efecto no es totalmente despreciable. El planeta ha estado acercándose al sol casi desde que vinimos aquí hace tres años. No tuvimos ningún informe sobre la superficie, excepto los de media docena de robots, hasta que se estableció un año y medio más tarde la colonia mesklinita, e incluso sus medidas cubren solamente una fracción diminuta del planeta. Por mucho que queramos creer en las leyes de la física, nuestro trabajo de predicción es casi por completo empírico. En realidad, todavía no tenemos datos suficientes para reglas empíricas.

Easy asintió.

—Comprendo eso, y también Dondragmer —dijo—. Sin embargo, tenéis más información que él, y supongo que en este momento cualquier cosa le viene bien. Sé que si yo estuviese allá abajo, a miles de kilómetros de cualquier tipo de ayuda, dentro de una máquina que, en realidad, está en período de ensayo e incapaz de ver lo que me rodea… Por mi experiencia puedo deciros que estar en contacto con el exterior ayuda, no sólo en forma de conversaciones, sino de tal modo que puedan más o menos verte y saber lo que estás pasando.

—Sería dificilísimo verle —intervino Benj—. Incluso si el aire estuviese claro en el otro extremo, seis millones de kilómetros es mucha distancia para un telescopio.

—Por supuesto, tienes razón, pero creo que sabes lo que quiero expresar —dijo tranquilamente su madre.

Benj se encogió de hombros y no dijo más; de hecho siguió un silencio bastante tenso quizá durante medio minuto.

Fue interrumpido por el computador, que arrojó delante de McDevitt una página con símbolos crípticos. Los otros dos se inclinaron sobre sus hombros para verla, aunque Easy no se enteró de mucho. El muchacho, después de ojear durante cinco segundos las líneas de la información, emitió un sonido a medio camino entre un gruñido de desprecio y una risotada. El meteorólogo levantó la vista.

—Adelante, Benj. Puedes ser todo lo sarcástico que quieras con éste. Aconsejaría que no se le den a Dondragmer estos resultados sin haberlos censurado.

—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en ellos? —preguntó la mujer.

—Bueno, la mayor parte de los datos, por supuesto, provenían de las lecturas de los satélites. Incluí tu información sobre el viento, con algunas dudas. No conozco qué clase de instrumentos tienen las orugas allá abajo, o la precisión con que las cifras te han sido transmitidas, y hablaste de que la velocidad del viento era alrededor de sesenta. No mencioné la niebla, puesto que no me dijiste más que estaba allí, y no tenía cifras. La primera línea de esta operación del computador dice que la visibilidad con luz normal —normal para los ojos humanos, y supongo que será lo mismo para los mesklinitas— es de treinta y cinco kilómetros para una mancha de un grado.

Easy enarcó las cejas.

—¿Pero cómo explicáis algo así? Creía que todos los antiguos chistes sobre los hombres del tiempo estaban completamente pasados de moda.

—En realidad, están rancios. Lo explico por el sencillo hecho de que no tenemos, ni podemos tener, una información completa que darle a la máquina. La carencia más obvia es un mapa topográfico detallado del planeta, especialmente de tres millones de kilómetros cuadrados al oeste del Kwembly. Un viento que bajase o subiese una pendiente de veinticinco metros por kilómetro a una velocidad respetable, cambiaría la temperatura de la masa de aire rápidamente, tal y como Benj apuntó hace unos minutos. En realidad, los mejores mapas que tenemos de la topografía fueron realizados teniendo en cuenta ese efecto, pero son bastante esquemáticos. Habrá que conseguir medidas más detalladas de la gente de Dondragmer y operarlas de nuevo. ¿Dijiste que Aucoin iba a conseguir una posición más exacta para el Kwembly?

Easy no tuvo tiempo de contestar; el mismo Aucoin apareció en la puerta de la habitación. No se molestó en saludar y dio por hecho que los meteorólogos habrían recibido de Easy la información pertinente.

—Ocho punto cuatro cinco grados al sur del ecuador, siete punto nueve dos tres al este del meridiano de la colonia. Es lo más cerca que se atreven a confirmar. ¿Mil metros, o algo así, es demasiada diferencia para lo que necesitas?

—Hoy todo el mundo es sarcástico —musitó McDevitt—. Gracias, eso está muy bien. Easy, ¿podemos bajar a Comunicación y hablar con Dondragmer?

—De acuerdo. ¿Te importa que venga Benj? ¿O tiene algún trabajo aquí? Me gustaría que él también conociese a Dondragmer.

—Y de paso, que despliegue sus poderes lingüísticos. De acuerdo, puede venir. ¿Tú también, Alan?

—No. Hay otros trabajos que hacer. Me gustaría conocer los detalles de cualquier pronóstico que consideréis de confianza y todo lo que informe Dondragmer que concebiblemente pueda afectar a Planificación. Estaré allí.

El meteorólogo asintió. Aucoin salió en una dirección y los otros tres bajaron por las escalas hasta la sala de Comunicaciones. Como había dicho que haría, Mersereau había desaparecido, pero uno de los otros vigilantes había cambiado de posición para observar la pantalla del Kwembly.

Movió la mano y volvió a su puesto cuando Easy entró. Los otros prestaron poca atención al grupo. Se habían dado cuenta de las partidas de Easy y de Mersereau simplemente a causa de la importante norma de que nunca habría en la sala menos de diez observadores a la vez. Los puestos no eran asignados siguiendo un plan rígido; se había demostrado que esto provocaba un equivalente de la hipnosis de la carretera.

Los cuatro equipos de comunicación conectados con el Kwembly tenían sus micrófonos centrados delante de un grupo de seis asientos. Las correspondientes pantallas visuales estaban colocadas más altas, de forma que también podían ser vistas desde los asientos generales más atrás. Cada uno de los seis asientos que formaban la estación estaba equipado con un micrófono y un conmutador selector, que permitía el contacto con uno o con los cuatro radios del Kwembly.

Easy se acomodó en una silla y conectó su micrófono al equipo en el puente de Dondragmer. En la pantalla correspondiente no se veía mucho, puesto que la lente del transmisor apuntaba hacia las ventanas del puente y el informe de los mesklinitas sobre la existencia de la niebla era perfectamente correcto. En la esquina inferior izquierda de la pantalla podía verse parte del puesto del timonel con su ocupante; el resto era un vacío gris enmarcado en rectángulos por la forma de las ventanas. Las luces del puente estaban bajas, pero a Easy le pareció que la niebla detrás de las ventanas estaba iluminada por las luces exteriores del Kwembly.

—¡Don! —llamó—. Aquí Easy. ¿Estás en el puente?

Pulsó un cronometrador y conectó su conmutador de selección con el equipo del laboratorio.

—Borndender, o quienquiera que esté ahí —llamó, todavía en stenno—. Con la información que tenemos no podemos conseguir una predicción del tiempo segura. Estamos hablando con puente, pero estaremos muy agradecidos si podéis darnos tan exactamente como sea posible vuestra temperatura actual, la velocidad del viento, la presión exterior, todo lo que sepáis sobre la niebla y… —vaciló.

—Y la misma información durante las últimas horas, con los tiempos tan exactos como sea posible —intervino Benj en el mismo idioma.

—Estaremos preparados para recibirla en cuanto puente termine de hablar —continuó la mujer.

—También podríamos utilizar cualquier cosa que sepáis sobre la composición del aire, la niebla y la nieve —añadió su hijo.

—Si hay más material que penséis que pueda servir de algo, también será bienvenido —terminó Easy—. Vosotros estáis ahí; nosotros no; por ello debe haber alguna idea sobre el clima de Dhrawn que hayáis formado por vuestra cuenta. —El cronometrador dejó oír un timbrazo—. Ahora llega puente. Esperaremos vuestras palabras cuando termine el capitán.