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Ella lo miró con desafío.

—¿Lo harías tú?

—¡Diablos, no! —exclamó. Inmediatamente pensó: ¿Ha sido una reacción demasiado rápida? ¿Intolerante?—. Pero recuerda, nací en el Medio Oeste, en 1924.

Floris rió y le apretó el brazo.

—Dudaba de que mi mente, mi personalidad básica, pudiese cambiar. Como hombre, sería homosexual. En esa sociedad habría sido peor que ser mujer, que, además, me gusta ser.

Él sonrió.

—Eso es evidente.

Calma, chico. Nada de relaciones personales en el trabajo. Podría resultar letal. Intelectualmente, me gustaría que fuese un hombre.

Los sentimientos de ella debían de ser equivalentes, porque también se acobardó y caminaron un rato sin hablar. Pero era un silencio de compañerismo. Atravesaban el parque, rodeados de verde, con la luz de las farolas atravesando el follaje para marcar el camino, cuando él habló:

—A pesar de eso, has llevado a cabo un gran proyecto. No consulté el archivo. Esperaba que me lo contases, lo que es mejor.

Lo había dejado caer un par de veces, pero ella había eludido, o evitado, el tema. No era difícil entenderlo, cuando tenla tanto que contar.

Oyó y vio que ella tomaba aliento.

—Sí, debo hacerlo —admitió—. Necesitas saber qué experiencia tengo. Es una larga historia, pero podría empezar ahora —vaciló—. He llegado a sentirme más cómoda contigo. Al principio estaba aterrorizada. ¿Yo, trabajar con un agente No asignado?

—Lo ocultaste bien. —Arrastró las palabras en medio del humo de la pipa.

—En el trabajo de campo se aprende a ocultar las emociones, ¿no? Pero esta noche puedo hablar con libertad. Eres un hombre muy agradable.

Él no supo qué decir.

—Viví quince años con los frisios —comenzó.

Everard agarró la pipa antes de que chocase contra el pavimento.

—¿Cómo?

—Desde el 22 hasta el 37 a.C. —siguió diciendo ella con decisión—. La Patrulla quería conocimiento, más que una aproximación, de la vida en el oeste de la zona germánica, en el periodo en que la influencia romana reemplazaba la celta. Específicamente, estaban preocupados por los trastornos entre las tribus después del asesinato de Arminio. Las consecuencias eran potencialmente importantes.

—Pero no surgió nada alarmante, ¿no? Mientras que Civilis, que la Patrulla creía que podía menospreciar con toda tranquilidad… Bien, está formada por humanos falibles. Y, claro está, un informe detallado sobre una sociedad típica es valioso en muchos contextos diferentes. Sigue, por favor.

—Los colegas me ayudaron a establecerme. Mi disfraz era el de una mujer joven de los casuarios, viuda después del ataque de los cerusci. Huyó a territorio frisio con algunas posesiones y un par de hombres que habían servido a su esposo y seguían siéndole fieles. El jefe de la tribu que encontramos nos recibió con generosidad. Traía oro así como noticias; y para ellos la hospitalidad era sagrada.

No resultó un inconveniente que fueras, seas, tan atractiva.

—No mucho después, me casé con un joven hijo suyo —dijo Floris, resueltamente objetiva—. Mis «sirvientes» se excusaron para ir a una «aventura» y nunca más se supo nada de ellos. Todos supusieron que tuvieron mal fin. ¡Cuántas formas había de morir!

—¿Y? —Everard contempló su perfil. Vermeer podría haberlo evocado en el crepúsculo que lo envolvía bajo su cubierta dorada.

—Fueron años difíciles. A menudo sentía nostalgia, en ocasiones desesperación. Pero entonces pensaba que estaba investigando, descubriendo, explorando todo un universo de formas y creencias, conocimientos, habilidades, gente. Me encariñé mucho con la gente. Tenían buen corazón de una forma tosca, dentro de la tribu, y mi Garulf y yo… nos hicimos íntimos. Le di dos hijos, y en secreto me aseguré de que vivirían. Él esperaba más, naturalmente, pero eso fue otra cosa de la que me ocupé, y era común que una mujer perdiera la fertilidad.

—Su boca se dobló hacia arriba con aflicción—. Tuvo otros hijos con una chica de la granja. Nos llevábamos bien, ella me trataba con deferencia y … No importa. Era algo aceptado y normal, no una mancha para mí, y … sabía que algún día me iría.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Everard en voz baja.

Su voz se volvió plana.

—Garulf murió. Cazaba toros, y uno de ellos lo corneó. Llore, pero simplificó las cosas. Debía haberme ido mucho antes, desaparecer como mis asistentes, pero él y nuestros hijos… de poco más de diez años, lo que significa que eran casi hombres. El hermano de Garulf se ocuparía de ellos.

Everard asintió. Sus estudios le habían enseñado que los antiguos germanos veneraban la relación entre tío y sobrino. Una de las tragedias que Burhmund, Civilis, había soportado, era la ruptura con el hijo de su hermana, que luchó y murió en el ejército romano.

—Aun así fue doloroso dejarlos —terminó diciendo Floris—. Dije que me iba por un tiempo, a llorar a solas, y dejé que se preguntasen después qué había sido de mí.

Y tú te preguntas qué fue de ellos, y sin duda siempre lo harás —pensó Everard—. A menos que, vigilando desde lejos, hayas seguido sus vidas hasta el final. Pero espero que seas más inteligente. Ahí tienes la aventura y el encanto de servir en la Patrulla del Tiempo.

Floris tragó… ¿algunas lágrimas? Después comentó con triste alegría:

—¡No puedes ni imaginar el rejuvenecimiento cosmético que necesité al regresar! ¡Y baños calientes, luces eléctricas, libros, espectáculos, aviones, todo!

—Y no digamos volver a ser una igual —añadió Everard.

—Sí, sí. Las mujeres disfrutaban de una alta posición, eran más libres de lo que volverían a ser hasta el siglo XIX, pero aun así… O, sí.

—Parece que Veleda era empedernidamente dominante.

—Eso era diferente. Ella hablaba por los dioses, creo.

Tenemos que estar seguros.

—La misión terminó hace varios años en mi línea de mundo personal —dijo Floris—. Mis posteriores esfuerzos fueron menos ambiciosos. Hasta ahora.

Everard mordió con fuerza la pipa.

—Tenemos el problema del sexo. No quiero jugar con disfraces, excepto por poco tiempo. Demasiadas limitaciones.

Ella se detuvo. Por tanto él también. Estaban cerca de una farola que daba a sus ojos un brillo gatuno. Levantó la voz.

—No me limitaré a quedarme en el cielo vigilándole, agente Everard. No lo haré.

Un ciclista pasó silbando, lo miró y siguió su camino.

—Sería útil tenerte conmigo en el suelo —le concedió Everard—. No de forma constante. Debes admitir que a menudo es mejor si uno de los compañeros permanece en reserva. Pero cuando nos dediquemos al verdadero trabajo de Sherlock Holmes, entonces tú, con tu experiencia… La pregunta es ¿cómo podremos hacerlo?

Cambiando de furiosa a deseosa, ella aprovechó la ventaja.

—Seré tu esposa. O tu concubina, o tu criada, o lo que mejor se ajuste a las circunstancias. No es extraño entre los germanos que una mujer acompañe a un hombre cuando viaja.

¡Maldición! ¡Realmente siento calor en las orejas!

—Podría complicarnos las cosas.

Su mirada se fijó en la de él.

—Eso no me preocupa, señor. Sois un profesional y un caballero.

—Bien, gracias —dijo, aliviado—. Supongo que puedo controlar mis modales.

¡Si tú controlas los tuyos!

7

De pronto la primavera recorrió la tierra. Calor y días más largos atrajeron las hojas. La hierba relucía. El cielo se llenó de alas y clamor. Corderos, becerros y potros jugueteaban en los prados. La gente salía de la oscuridad de las casas, del humo y el olor del invierno; parpadeaban por la luz, aspiraban la dulzura y se ponían a trabajar preparándose para el verano.