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Llegó una brisa fría. De vez en cuando un búho ululaba bajo, como si hiciese una pregunta a un oráculo. Las copas de los árboles relucían tenues como un mar bajo las estrellas. La Vía Láctea se extendía inmensa sobre sus cabezas. Más alta resplandecía la Osa Mayor, que allí se conocía como el Carro del Padre Cielo. Pero ¿cómo la llaman en el país natal de Edh? —se preguntó Everard—. Sea cual sea, si Janne no reconoció la denominación «alvaringo», entonces debe de ser tan oscura que nadie en la Patrulla ha oído hablar de ella.

Encendió la pipa. El fuego chasqueaba emitiendo su propio humo, destacando el rostro de Floris en la oscuridad, resaltando trémulo las trenzas desatadas y los huesos fuertes.

—Creo que tenemos que buscar en el pasado —dijo.

Ella asintió.

—Los últimos días han confirmado a Tácito, ¿no?

Durante esos días, él había sido necesariamente el que actuaba sobre el terreno y ella la observadora desde las alturas. Pero el papel de Floris había sido tan activo como el suyo. Él estaba confinado a las inmediaciones. Ella vigilaba sobre un área amplia, y luego enviaba diminutos espías robóticos por la noche para que observasen invisibles e informasen de lo que pasaba bajo varios techos escogidos.

Eran testigos… El senado de Colonia sabía que su situación era desesperada. ¿Podrían obtener términos de rendición algo menos que desastrosos? ¿Y serían respetados? La tribu de los téncteros, que vivían al otro lado del Rin, envió representantes para proponer una unidad independiente de Roma. Una de sus exigencias era que las murallas de la ciudad fuesen demolidas. Colonia se opuso; sólo aceptaría una sociedad flexible, y paso libre sobre el río únicamente de día, hasta que el uso generase más confianza. También propuso que los mediadores de cualquier tratado fuesen Civilis y Veleda. Los téncteros estuvieron de acuerdo. Entonces, Civilis-Burhmund y Clásico llegaron.

Clásico prefería saquear Colonia. Burhmund era reacio. Entre otras razones, la ciudad tenía a un hijo suyo, tomado como rehén durante el periodo ambiguo del año anterior cuando luchaba abiertamente para convertir a Vespasiano en emperador. A pesar de todo lo sucedido desde entonces, trataban bien al muchacho, y Burhmund deseaba recuperarlo. La influencia de Veleda haría posible una paz negociada.

Así fue.

—Sí —dijo Everard—. Supongo que el resto también seguirá el libro. Colonia se rendiría, no sufriría daño y se uniría a la alianza rebelde. Obtendría, sin embargo, nuevos rehenes, la hermana y la esposa de Burhmund y una hija de Clásico. Que esos hombres pusiesen tanto en juego indicaba algo más que realpolitik, el valor del acuerdo; indicaba el poder de Veleda.

(«¿Cuántas discordias afronta el Papa?» se mofaría Stalin. Sus sucesores descubrirían que eso nunca había tenido importancia. A la larga, los humanos vivían principalmente según sus sueños, y morían por ellos.)

—Bien, todavía no estamos en el punto de divergencia —dijo Floris, innecesariamente—. Estamos explorando su origen.

—Y reforzamos la idea de que Veleda es la clave de todo esto. ¿Crees que podríamos, y me refiero principalmente a ti, que podríamos acercarnos a ella directamente y conocerla?

Floris negó con la cabeza.

—No. Especialmente ahora, cuando se ha aislado. Probablemente se encuentra en un estado de crisis emocional, quizá religiosa. Una interrupción podría provocar… cualquier cosa.

—Ajá. —Everard chupó la pipa durante un minuto—. Religión… ¿Oíste ayer el discurso de Heidhin a las tropas, Janne?

—En parte. Sabía que estabas allí, tomando nota.

—No eres americana. Ni tampoco tienes antepasados calvinistas. Sospecho que no apreciaste lo que hacía.

Ella tendió las manos hacia el fuego y esperó.

—Si alguna vez he escuchado un sermón ferviente de condenación al fuego del infierno para meter miedo a la congregación, fue el que Heidhin dio —dijo Everard—. Muy efectivo, además. No habrá más atrocidades como la de Castra Vetera.

Floris se estremeció. —Espero que no.

—Pero… todo el enfoque… Me doy cuenta que no era desconocido para el mundo clásico. Especialmente desde que los judíos se instalaron en todos los puntos del Mediterráneo. Los profetas del Antiguo Testamento llegaron a tener influencia incluso en el paganismo. Pero aquí, entre los nórdicos… ¿un orador no hubiese apelado al machismo? Al menos, a su obligación de cumplir una promesa.

—Sí, claro. Sus dioses son crueles, pero, bien, tolerantes. Lo que hará a esta gente vulnerable a los misioneros cristianos.

—Veleda parece haber descubierto el mismo punto débil —dijo Everard pensativo—, seiscientos o setecientos años antes de que cualquier misionero cristiano llegue a estas tierras.

—Veleda —murmuró Floris—. Wael-Edh. Edh la extranjera, Edh la extraña. Ha llevado su mensaje, sea cual sea, por toda Germania. La segunda versión de Tácito dice que lo llevará de vuelta allí después de la caída de Civilis, y que la fe de los germanos empezará a cambiar… Sí, creo que debemos seguir sus pasos por el pasado, hasta donde ella comenzó.

9

Los meses pasaron, erosionando lentamente la victoria de Burhmund.

Tácito habría de escribir cómo ocurrió: las confusiones y los errores, las disensiones y traiciones mientras el peso de los refuerzos romanos aumentaba inexorablemente. Ya entonces, la memoria hubiese confundido o perdido mucho, y un individuo que mira la herida por la que se le escapaba la vida tendría poca memoria. Los detalles que sobrevivieron son los de interés, pero en su mayoría innecesarios para comprender el resultado final. Un boceto basta.

Al principio, Burhmund continuó disfrutando del éxito. Ocupó el país de los sunucos y reclutó a muchos de ellos. En el río Mosela derrotó a una banda de germanos imperialistas, tomó a algunos para su grupo y persiguió al resto y a su líder hacia el sur.

Eso fue un terrible error. Mientras luchaba en los bosques belgas, Clásico no hacía riada y Tutor ocupaba con lentitud fatal las defensas del Rin y los Alpes. La vigésima primera legión tomó ventaja, cruzando hacia la Galia. Allí se unió con sus auxiliares, incluida una tropa de caballería comandada por Julio Brigántico, sobrino y enemigo implacable de Civilis. Tutor fue derrotado, sus tréveros aplastados. Antes de eso, un intento rebelde entre secuanos había terminado en desastre, y las tropas romanas habían empezado a llegar de Italia, España y Bretaña.

Petilio Cerial estaba ahora al mando de los esfuerzos imperiales. Aunque derrotado nueve años antes por Boadicea en Bretaña, ese pariente de Vespasiano se había conseguido redimir tomando parte en la captura de Roma de manos de los vitelistas. En Maguncia, la que se convertiría en Mainz, envió a los reclutas galos a casa, declarando que su legión sería suficiente. Ese gesto prácticamente completó la pacificación de los galos.

Acto seguido entró en Augusta Treverorum, que se convertiría en Tréveris, ciudad de Clásico y Tutor, lugar de nacimiento de la rebelión gala. Concedió una amnistía general y aceptó nuevamente en su ejército aquellas unidades que habían desertado. Dirigiéndose a una asamblea de tréveros y lingones con un estilo desoladamente razonable, los convenció de que no tenían nada que ganar y sí mucho que perder con posteriores levantamientos.