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Mantenía el reloj en la mano, retorciendo la cadena de plata y haciendo que el reloj girase rápidamente, primero en un sentido, luego en el otro. Estuve a punto de decirle que me molestaba, ya que la luz de la lámpara colocada a mi cabecera se reflejaba en el reloj, que ahora centelleaba, pero pensé que probablemente se trataba de una costumbre del doctor de la que quizá no era consciente y que, en realidad, era una cuestión poco importante para tener que llamar la atención de un desconocido.

—Me siento tranquilo —le aseguré—. Pregúnteme lo que quiera. O si lo prefiere, yo le explicaré lo que siento.

—No se preocupe. Flote tranquilamente en ese tanque hidráulico —dijo en voz baja. Dos gravedades le hacen a uno sentirse pesado, ¿no es cierto? Hacen que la sangre descienda del cerebro, producen somnolencia. Han vuelto a acelerar de nuevo. Todos tendremos que dormir… Nos sentiremos cansados… Tendremos que dormir…

Quise decirle que sería mejor que se guardase aquel reloj o, de lo contrario, se le caería de la mano, pero en vez de decirle nada me quedé dormido.

Cuando me desperté, la otra litera estaba ocupada por el doctor Capek.

—Hola, amigo —me saludó—. Me cansé de seguir metido en aquel juguete y decidí tenderme aquí a descansar un poco.

—¡Ah!, ¿volvemos a estar bajo dos gravedades?

—Desde luego. La aceleración es igual a dos gravedades.

—Lamento haber perdido el conocimiento. ¿Cuánto tiempo he estado dormido?

—¡Oh, no mucho! ¿Se siente bien?

—Muy bien. En realidad, fresco y descansado como nunca.

—A menudo produce ese efecto. Me refiero a la alta aceleración, desde luego. ¿Le gustaría ver otras películas?

—Por supuesto, doctor, si usted lo desea.

—Bien.

Estiró el brazo y el camarote volvió a quedar a oscuras. Me sentí fortalecido ante la idea de que fuera a mostrarme más imágenes de los marcianos; decidí que esta vez no iba adejarme arrastrar por el pánico. Después de todo, en muchas ocasiones me había visto obligado a figurarme que no estaban cerca de mí. No tenían por qué causarme ningún efecto en película; si antes lo habían hecho era porque me cogieron desprevenido.

No tardaron en llegar las estereoimágenes de los marcianos, tanto con Bonforte como solos. Descubrí que me era posible estudiarlos sin sentir ninguna emoción, terror o disgusto.

¡De repente comprendí que me gustaba verlos!

Lancé una exclamación incoherente y Capek detuvo el proyector.

—¿Le sucede algo?—preguntó.

—Doctor… ¡usted me ha hipnotizado!

—Me dijo que podía hacerlo.

—Pero si no es posible… nadie puede hipnotizarme.

—Lamento enterarme de eso… ahora.

—¡Ah! De modo que lo consiguió. No soy tan estúpido como para no comprenderlo —luego continué—: Vamos a proyectar esas películas de nuevo. Casi no puedo creerlo.

El doctor hizo funcionar el proyector y yo contemplé las imágenes en tres dimensiones, maravillado. Los marcianos no eran desagradables, si uno los miraba sin prejuicios; ni siquiera resultaban feos. En realidad, poseían la misma gracia exótica de una pagoda china. Es cierto que no tenían forma humana, pero tampoco la tiene un ave del paraíso… y las aves del paraíso son los seres más hermosos del Universo.

Empecé a comprender también que sus seudomiembros podían resultar muy expresivos; sus torpes movimientos guardaban cierto parecido con los amistosos retozos de los perritos. Me di cuenta de que durante toda mi vida había visto a los marcianos a través de los negros cristales del odio y el miedo.

Sin embargo, pensé que me costaría tiempo acostumbrarme a su horrible olor, pero… luego me di cuenta de que estaba oliendo el inconfundible aroma… y que no me molestaba en absoluto. Hasta me resultaba agradable.

—¡Doctor! —exclamé—. Esta máquina tiene el equipo sensorial olfativo, ¿no es verdad?

—¿Cómo? No lo creo. Demasiado peso muerto para una nave de recreo.

—Sin embargo, debe de tenerlo. Puedo olerlos sin error posible.

—¡Ah, claro! —El doctor pareció ligeramente avergonzado—. Amigo, le hice algo que espero no le parecerá mal.

—¿A qué se refiere?

—Mientras estaba analizando su mente, encontré que la causa principal de su repulsión neurótica ante los marcianos era provocada por sus emanaciones físicas. No tenía tiempo para hacer un trabajo de eliminación profundo, de modo que tuve que neutralizar esa sensación. Le pedí a Penny… esa joven que estaba aquí antes… que me prestase un poco del perfume que ella usa. Me temo que de ahora en adelante, amigo, el olor de los marcianos le va a parecer igual que un perfume parisiense. Con más tiempo habría usado otro olor agradable, pero más familiar, como el de fresas maduras o el de miel. Sin embargo, me vi obligado a improvisar con lo que tenía a mano.

Aspiré el aire. Sí, se sentía el olor de un fuerte y caro perfume, y sin embargo, era la inconfundible emanación de un marciano.

—Pues me gusta.

—No puede evitar que le guste —dijo el médico.

—Debe de haber gastado una botella entera. Todo este lugar está lleno de perfume.

—¿Cómo? Nada de eso. No hice más que pasar el tapón por debajo de su nariz hace una media hora y luego devolví la botella a Penny, quien se la volvió a llevar —Capek aspiró el aire—. El perfume ya ha desaparecido. “Embrujo de Selva”, ponía en la botella. Parecía contener mucho almizcle. Acusé a Penny de tratar de seducir a toda la tripulación con semejante perfume, pero ella se rió de mí —el doctor alzó el brazo y desconectó el estereocine—. Ya hemos visto bastantes películas. Ahora quisiera que empezara a trabajar en algo más útil.

Cuando las imágenes en tres dimensiones se desvanecieron, la fragancia del perfume desapareció con ellas, exactamente igual que en los cines equipados con equipo sensorial olfativo. Tuve que admitir que todo aquello sólo estaba en mi mente. Pero, como actor profesional, ya sabía que la imaginación desempeñaba un importante papel en todas las sensaciones.

Cuando Penny volvió a entrar en la cabina al cabo de unos minutos, trajo consigo una fragancia exactamente igual a la de un marciano.

Me pareció un perfume adorable.

4

Mi entrenamiento en aquella habitación (se trataba del dormitorio de los invitados de Bonforte) prosiguió hasta la hora del cambio de turnos. Pese a que no había dormido nada, excepto bajo hipnosis, no sentía ningún cansancio. El doctor Capek y Penny se habían relevado a mi lado a lo largo de aquellas horas, y me habían sido de gran ayuda. Por suerte para mí, el hombre a quien debía suplantar había sido fotografiado y filmado como quizá ningún otro hombre en la historia, y además disponía de la absoluta cooperación de sus más allegados colaboradores. Tenía a mi alcance una gran cantidad de material; el problema radicaba en cuánto podía asimilar, ya fuese a nivel consciente o bajo hipnosis.

No sé en qué momento exactamente dejé de sentir desagrado hacia Bonforte. Capek me aseguró, y yo le creí, que no había realizado sugestión hipnótica alguna acerca de este punto; yo no lo había solicitado y me consta que Capek era muy meticuloso respecto a las responsabilidades éticas de un médico y un hipnoterapeuta. Supuse que se trataba de una consecuencia lógica de mi trabajo; estoy seguro de que el mismo Jack el Destripador llegaría a caerme bien si tuviese que representar su papel. Hay algo que es innegable: para representar fielmente un papel, el actor debe asumir la personalidad del personaje que representa. Y un hombre debe sentirse satisfecho de su persona o suicidarse. No hay alternativa.

Comprenderlo todo es perdonarlo todo. Yo estaba empezando a comprender a Bonforte.