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A la hora del descanso, la aceleración descendió hasta una gravedad, tal como había prometido Dak. Ni por un instante estuvimos en caída libre; en vez de contar los chorros de propulsión, cosa que siempre repugna a los pilotos mientras la nave está en el espacio, Dak hizo describir a su nave lo que llamaba un giro de 180 grados. De esa forma se mantiene a la nave bajo aceleración durante todo el viaje, y la maniobra se efectúa con rapidez; no obstante, produce un extraño efecto en el sentido del equilibrio. Ese efecto tiene un nombre parecido a Coriolanus. ¿O será Coriolis?

Todo lo que sé sobre las naves interplanetarias es que las que parten de la superficie de un planeta son verdaderos cohetes, aunque los pilotos las llaman “cafeteras” debido al chorro de vapor de agua o de hidrógeno que les sirve de propulsión. No se las considera verdaderas naves de energía atómica, aunque sus chorros son vaporizados y recalentados en una pila atómica. Las naves de alto bordo como el Tom Payne ¿son (así me lo dicen) verdaderas atomonaves, que utilizan la energía obtenida de E igual a MC2? ¿O quizá sea M igual a EC2? Ya saben, esa cosa que Einstein inventó.

Dak hizo cuanto pudo para explicarme todo eso con detalle, y no hay duda de que debe de resultar muy interesante para los que se preocupan por estas cosas. Pero no se me ocurre para qué debe molestarse un caballero en conocer esos detalles. Creo que cada vez que los chicos de la ciencia empiezan a manosear sus reglas de cálculo la vida se vuelve más complicada todavía. ¿Qué hay de malo en dejar las cosas como están?

Durante las dos horas en que permanecimos bajo aceleración de una gravedad, me trasladaron al camarote de Bonforte. Empecé a usar sus trajes y su rostro, y todos tuvieron mucho cuidado en llamarme “Señor Bonforte”, “Jefe” o, en el caso del doctor Capek, simplemente “Joseph”, con la idea, desde luego, de ayudarme a compenetrarme con el papel.

Todos menos Penny… Sencillamente, no quiso llamarme “Señor Bonforte”. Hacía cuanto era necesario para ayudar, pero no podía decidirse a llamarme como a su jefe. Resultaba tan claro como el agua que Penny era una secretaria que adoraba a su jefe en silencio y sin esperanza, y por lo tanto me odiaba a mí con un resentimiento natural y profundo, aunque ilógico. Eso nos colocaba a los dos en una situación violenta, especialmente porque yo me sentía atraído hacia la muchacha. No hay hombre que pueda realizar un buen trabajo con una mujer a su lado que le desprecia. Pero yo no podía odiarla, sólo sentía pena ante su dolor… a pesar de que a veces me irritaba profundamente.

Había empezado a representar mi papel, porque no todos los que se encontraban en el Tom Payne sabían que yo no era Bonforte. Nunca llegué a saber exactamente el número de personas enteradas de la sustitución, pero sólo se me permitió mostrar mi verdadera personalidad y hacer preguntas cuando me hallaba a solas con Dak, Penny o el doctor Capek. Estaba convencido de que el jefe de las oficinas de Bonforte estaba en el secreto, pero nunca se refirió a ello; era un mulato ya entrado en años, llamado Jimmy Washington, que tenía un aspecto distinguido y el rostro de un santo. Había otros dos que lo sabían, pero no se encontraban en el Tom Payne; estaban en el Go For Broke, manteniendo la ficción de la presencia del Jefe, mientras celebraban entrevistas con la prensa en su nombre y atendían los asuntos de su despacho. Eran Bill Corpsman, secretario de prensa, y Roger Clifton. No sé cómo describir las funciones de Clifton ¿Representante político? Había sido Ministro sin cartera cuando Bonforte fue Ministro Supremo, pero eso no quiere decir nada. Podemos decir que Bonforte era el idealista y teórico de su partido, mientras que Clifton dirigía la maquinaria política.

Era inevitable que ese pequeño grupo conociese el secreto; si había otros que estaban enterados no se creyó necesario el decírmelo a mí. Desde luego, los otros miembros del secretariado de Bonforte, así como la tripulación del Tom Payne, se daban cuenta de que ocurría algo extraño, aunque sin saber en realidad lo que era. Muchos de ellos me habían visto entrar en la nave… pero como Benny Grey. Cuando volvieron a verme ya era Bonforte.

Alguien había tenido la previsión de obtener un equipo de maquillaje digno de un profesional como yo, pero casi no lo usé. A corta distancia el maquillaje siempre resulta visible; ni siquiera el Silicocarne llega a dar la exacta apariencia de la piel. Me contenté con oscurecer mi color natural un par de tonos con Semiperm y con imitar el rostro de Bonforte desde dentro, en su expresión. Fue necesario sacrificar muchos de mis cabellos, y el doctor Capek en persona inhibió las raíces. No me importaba demasiado; un actor siempre puede llevar peluca, y ahora ya me sentía seguro de que este trabajo me rendiría lo suficiente para poder retirarme de mi profesión si lo deseaba.

Por otro lado, me sentía inquieto al pensar que quizá mi vida no llegaría a ser tan larga como para permitirme disfrutar de ese retiro. Ya conocen ese antiguo clisé sobre el hombre que sabía demasiado, y el otro respecto a los hombres muertos y a su capacidad para contar historias. Pero en realidad yo empezaba ya a confiar en aquellos hombres. Todos eran gente decente, lo cual reflejaba el carácter de Bonforte tanto o más que lo que había podido ver en sus discursos. Un personaje político no es una sola persona, sino un ser compuesto; un equipo trabajando al unísono. Si Bonforte no hubiese sido una persona honrada y decente no habría reunido semejantes colaboradores a su alrededor.

Lo que me causó mayores dificultades fue el lenguaje marciano. Como la mayor parte de los actores, conocía suficiente marciano, venusiano y el idioma de los Mundos Exteriores para poder salir del paso frente a las cámaras de televisión o en el escenario. Sin embargo, esas consonantes alargadas e inflexivas resultan en extremo difíciles para cualquiera que no sea un nativo. Las cuerdas vocales humanas no son tan versátiles como una membrana marciana y además creo que la representación fonética de estos sonidos traducidos a nuestro alfabeto, como por ejemplo kkk, jjj o rrr, se parecen tanto al verdadero sonido de la pronunciación marciana como la g en gnu se asemeja al chasquido aspirado con que un bantú pronuncia la palabra gnu. Jjj, por ejemplo, se parece mucho al silbido de una bala.

Por fortuna Bonforte no poseía gran talento para los idiomas mientras que yo soy un profesional; mis oídos tienen sensibilidad extremada para los tonos y puedo imitar cualquier sonido desde el de una sierra de cinta a gran velocidad que tropieza con un clavo en el tronco que está cortando, hasta una gallina clueca que es ahuyentada de su nido. Sólo me fue necesario aprender el marciano de la forma desastrosa en que lo hablaba Bonforte. Éste había trabajado mucho para compensar su falta de talento para los idiomas, y todas las palabras y frases en marciano que conocía estaban grabadas en película sonora de modo que pudiera estudiar y corregir sus errores.

De modo que ahora yo pude estudiar su pronunciación y sus modismos marcianos, después que trasladamos el proyector a su oficina, mientras Penny no se separó de mi lado para preparar los rollos de película y poder contestar a mis preguntas.

Los lenguajes humanos pueden clasificarse en cuatro grandes grupos: inflexivos, como el angloamericano; posicional, como el chino; aglutinante, como en el turco antiguo; polisintético (palabras-frases), como en esquimal, a los cuales añadimos ahora estructuras y formas de lenguajes foráneos tan extraños y casi imposibles para el cerebro humano como el venusiano emergente, cuyas sílabas no se repiten en toda la frase. Por fortuna el marciano es muy parecido a las formas de lenguaje humanas. El marciano básico usado para el intercambio comercial en todos los planetas es un lenguaje posicional y sólo comprende frases concretas y sencillas, como la frase inicial de casi todas las conversaciones “Te saludo”. En cambio, el marciano literario es polisintético y muy estilizado, disponiendo de una expresión para cada posible situación de su complejo sistema de recompensas y castigos, obligaciones y compromisos. Aquello era demasiado para Bonforte; Penny me dijo que podía leer esos grupos de puntos que usan como escritura, pero que de la forma hablada del marciano literario sólo conocía unos pocos cientos de palabras.